Capitulo 1:Masha apareció en la frontera como una sombra quebrada, suspendida entre una desesperación nonata y una esperanza apenas susurrada. Delante, el campamento se extendía como un mapa desordenado de destinos fracturados: cuerpos dispersos, encorvados por heridas que sangraban silencios, rostros marcados por el miedo, y un murmullo lejano de gritos y llantos que se mezclaba con el viento helado. Ese viento, persistente y frío, parecía arrastrar secretos olvidados, resonando entre el silencio seco de la tierra.El viaje la había despojado de todo. Sus pies, desgarrados y doloridos, apenas la sostuvieron; sus músculos vibraban en un agotamiento que se sentía eterno. Cuando el sol se esfumó, el frío comenzó a colarse por entre su ropa, y la oscuridad se transformó en un velo que ocultaba movimientos invisibles, susurrando promesas y advertencias en una lengua que Masha no podía entender. Sin fuerzas, dejó caer la mochila con un golpe sordo contra la tierra. Su mente, antes alerta contra el tormento del viaje, se desvanecía en una neblina de recuerdos rotos y fragmentos de sueños, tan enredados como las secas hierbas muertas que la rodeaban.Entonces, en el vacío silencioso, una mano rozó su hombro. La voz que siguió fue clara, firme, pero envuelta en una calidez ajena, casi fuera de este mundo.—Hola. Soy Zeta. Médico del campamento —dijo, con un tono que vibraba en un registro extraño, como si sus palabras dejaran una huella indeleble en el aire.Masha tragó seco, la garganta quemándole como un desierto interno, y apenas pudo emitir un susurro:—Masha.Zeta la miró largo, con una profundidad inquietante, y guardó silencio. Un silencio pesado, que parecía contener todo el peso del universo sin pronunciarlo.—Ven —dijo al fin—, te mostraré dónde descansarás.Sus pasos se deslizaron juntos sobre la tierra fría y rota, acompañados solo por el crujido leve de la arena. La quietud era tan absoluta que el mundo parecía haberse detenido, atrapado en un instante fuera del tiempo. Nadie hablaba, pero el aire vibraba con una energía oscura, apenas perceptible, que prometía verdades ocultas.Al llegar a la tienda, Zeta señaló el refugio improvisado y dijo:—Aquí. Descansa. Mañana tendrás respuestas.Masha exhaló un agradecimiento que se perdió en el viento, más para sí misma que para él. Zeta asintió, como leyendo un código invisible entre ellos.Al cerrar la puerta de tela, dejando atrás el ruido y el caos, Masha sintió el peso de la soledad y el misterio apoderarse de ella. Se duchó rápidamente, dejando que el agua tibia arrastrara el cansancio y algo indistinto, un resto de vergüenza o quizás el eco de un miedo antiguo y profundo. Se vistió con unas ropas sencillas y se hundió en la cama, intentando sumergirse en el sueño.Pero justo cuando cerraba los ojos, la figura de Zeta volvió, clara y enigmática, como un faro inexplicable en la penumbra. Su voz resonaba en su mente, una promesa velada, una clave en un enigma que apenas comenzaba. Y en esa oscuridad silenciosa, mientras el campamento dormía, un calor indescifrable la recorrió, un latido que le dijo que estaba al borde de un misterio insondable —uno que podría transformar su vida, y quizá, la esencia misma de la humanidad.