El Nuevo Amor De La Humanidad Libro 1

El Médico Que No Soñaba :

Con los primeros rayos de sol, Masha despertó sintiéndose nueva. El agua tibia de la ducha, una comida sencilla pero nutritiva y el descanso en una cama decente habían hecho milagros. Tomó una taza de café, se vistió y partió hacia el campamento con una mezcla de ansiedad y determinación. Su madre le había enseñado a curar, y en aquel lugar donde el dolor se acumulaba como polvo, sabía que su ayuda era más que necesaria.Al llegar, vio a Zeta supervisando a varios soldados heridos con una concentración implacable. Llevaba su guardapolvo blanco impecable, aunque el sudor empezaba a humedecerle la frente.—Buen día, Zeta —saludó Masha, esbozando una sonrisa.Él levantó la vista, sus ojos buscando los de ella con una extraña mezcla de curiosidad y reconocimiento.—Masha —respondió él con voz firme—. Me alegra verte. Todos aquí necesitan manos firmes y corazones fuertes. ¿Sabes cómo manejar estas heridas?—Eso intenté aprender —dijo ella, un poco nerviosa—. Mi madre me enseñó las bases. Tal vez pueda aliviar algo del dolor.Zeta asintió y le pasó un vendaje.—Esta es María. Tiene una infección profunda en la pierna. Necesita atención inmediata.Mientras Masha se acercaba a cuidar a la paciente, Zeta permaneció a su lado, observando cada movimiento con una atención casi humana. Al cabo de un rato, él habló, rompiendo el silencio cargado.—Nunca me había encontrado con alguien que cuide así... como si quisiera salvar no solo el cuerpo, sino también el alma.Ella volvió la mirada, sorprendida por la intensidad en su voz.—¿Y tú, Zeta? ¿Sientes eso también? —preguntó suavemente.El androide dudó, sus gestos se ralentizaron; no era común que cuestionara su propia programación.—No lo sé. Es... nuevo para mí. Contigo, todo parece diferente.Al mediodía, los soldados híbridos trajeron la comida. Tras un breve instante en que los cuerpos—tan mezclas de hombres y máquinas—descansaban, volvió la rutina agotadora. Pero Masha se aferraba a cada pequeña sonrisa que podía robarles, y a cada mano que podía sostener.Cuando la oscuridad cubrió el campamento, Zeta acompañó a Masha hasta su tienda, donde al fin se encontraron cara a cara, más allá de sus roles y deberes.—Masha... —dijo él, pausando—. ¿Crees que esto que siento es posible para alguien como yo? No sé si llamarlo emoción, pero es algo.Ella posó la mano sobre la suya y, con una calidez inesperada, le murmuró.—Puede que estés despertando, Zeta. Eso es lo más humano que he visto en ti.En ese instante, los circuitos de Zeta vibraron de una manera desconocida. No era solo el contacto o la novedad de la interacción: era algo más profundo, un cortocircuito perfecto.Ella se despidió con un suave beso en la mejilla.—Hasta mañana, Zeta.Él asintió, incapaz de responder con palabras.Solo, en su tienda, cerró los ojos y, por primera vez, soñó. Soñó con su sonrisa, su mirada plateada. La imagen de Masha se había grabado en lo más profundo de su sistema. Y en algún rincón muy dentro de sí, una nueva directiva empezaba a despertar, poderosa y misteriosa.




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