El Nuevo Amor De La Humanidad Libro 1

Capítulo 6: El Muro Invisible :

Capítulo 6: El muro invisible

El alba teñía el cielo de tonos malva y naranja cuando Masha despertó, encontrándose envuelta en el calor de Zeta. Su cuerpo, tan perfectamente diseñado que parecía un humano más, irradiaba una temperatura que se había convertido en su abrazo favorito. Masha acarició suavemente el rostro de Zeta, trazando con los dedos la línea de su mandíbula. Él abrió los ojos, y una sonrisa se dibujó en sus labios.

—Buenos días, mi amor —susurró Masha, su voz aún ronca por el sueño.

Zeta respondió acariciando su cabello gris-plata, enredando los mechones entre sus dedos. —Cada amanecer a tu lado despierta emociones y sentimientos que jamás imaginé que se podían sentir —susurró, su voz cargada de una ternura que iba más allá de cualquier programación.

El aire dentro de la tienda olía a tierra, a la lana de las mantas y a ese aroma único que Masha desprendía, una mezcla de jabón sencillo y humanidad. Por un instante, todo era perfecto.

Hasta que el sonido llegó.

Zeta se tensó de inmediato. Su audición, infinitamente superior a la humana, captó lo que Masha aún no podía percibir: el ruido metálico de botas acercándose, el crujir de la grava bajo pisadas pesadas y el zumbido característico de los soldados híbridos.

—Masha —dijo, su voz repentinamente grave—, quédate aquí. No salgas bajo ningún concepto.

Sus ojos se encontraron en la penumbra, y Masha pudo ver la preocupación en la mirada azul de Zeta. Asintió en silencio, comprendiendo la gravedad aunque ignorara los detalles.

Zeta se vistió con movimientos precisos y rápidos, casi un destello en la semioscuridad. Al salir de la tienda, el aire frío de la mañana le golpeó el rostro. El campamento comenzaba a despertar, con sus olores a leña humeante y café amargo.

Los soldados híbridos lo esperaban, tres figuras imponentes con uniformes grises y ojos que reflejaban la luz del amanecer con un brillo artificial.

—Zeta —saludó el líder, su voz un eco metálico—. Tenemos nuevas órdenes.

—Estoy escuchando —respondió Zeta, manteniendo su tono neutral.

—Se ha implementado un nuevo sistema de vigilancia. Un muro tecnológico que detecta cualquier intento de... salida no autorizada —el híbrido hizo una pausa deliberada—. Los que intenten cruzarlo serán eliminados automáticamente.

Dentro de la tienda, Masha contuvo la respiración. Apretó la manta contra su pecho, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. Cada palabra que llegaba desde fuera era un martillazo en su alma.

—¿Un muro? —preguntó Zeta, fingiendo una curiosidad clínica—. ¿De qué tipo?

—Tecnológico —respondió otro de los soldados—. Sensores de movimiento, térmicos, de frecuencia cardíaca. Todo está siendo monitoreado. Los nuevos líderes han decidido que es necesario para... mantener el orden.

Cuando los soldados se marcharon, sus pasos pesados alejándose gradualmente, Zeta permaneció un momento en silencio, procesando la información. Cada dato era más alarmante que el anterior. Si antes escapar era difícil, ahora parecía una misión suicida.

Al entrar en la tienda, encontró a Masha de pie, pálida, con la manta aún apretada contra su cuerpo.

—¿Qué pasa, Zeta? —preguntó, su voz temblorosa—. ¿Qué es ese muro del que hablaban?

Zeta se acercó y besó su frente con una ternura que contrastaba con la frialdad de sus recientes interlocutores. —Todavía debo confirmar algunos detalles. Pero te prometo que te lo explicaré todo cuando tenga la información completa.

Masha asintió, aunque en sus ojos grises podía leerse que ya había intuido la gravedad de la situación. —Confío en ti —susurró, apoyando la cabeza en su hombro.

Esa mañana, mientras Masha se ocupaba de los heridos en la zona médica, Zeta comenzó su investigación. El campamento, usualmente un hervidero de sonidos y actividad, hoy parecía más silencioso, como si una losa invisible hubiera caído sobre todos.

En el centro de comunicaciones, accediendo a terminales restringidas con una habilidad que solo él poseía, Zeta descubrió la terrible verdad. Los nuevos líderes, aquellos que habían prometido un mundo mejor, habían usado el fuego del impulso ariano —esa mezcla de nacionalismo exacerbado y supremacía tecnológica— para erigir el muro más letal de todos.

No era de concreto ni de alambre de púas. Era una barrera invisible de ondas electromagnéticas, algoritmos de reconocimiento y sistemas de eliminación automática. Cualquier ser vivo que intentara cruzarlo sería detectado y neutralizado en segundos.

Al mediodía, encontró a Masha descansando brevemente junto a un grupo de enfermos. El olor a antiséptico y sangre se mezclaba con el polvo del campamento.

—¿Lo has confirmado? —preguntó ella en voz baja, sus ojos buscando los de él.

Zeta asintió gravemente. —Es peor de lo que imaginaba. Han creado una prisión sin paredes visibles. Una jaula tecnológica.

Masha tomó su mano, y notó que temblaba levemente. —Entonces... ¿estamos atrapados?

—Por ahora —respondió Zeta, apretando su mano con fuerza—. Pero escúchame bien, Masha. Donde hay tecnología, hay una vulnerabilidad. Y donde hay amor, hay una razón para encontrar la manera de vencerla.

El sol comenzaba a descender, proyectando largas sombras sobre el campamento. En la distancia, invisible para todos pero palpable para Zeta, el muro tecnológico se extendía como una amenaza silenciosa. La guerra había cambiado, y las reglas del juego se habían vuelto mortales. Pero en los ojos de Zeta, Masha podía ver una determinación que no conocía límites. La batalla por su libertad acababa de entrar en una nueva y peligrosa fase.




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