Masha dormía profundamente al lado de Zeta. Él disfrutaba sentir el calor que emanaba de su cuerpo y la firmeza de su determinación, una armonía que le parecía casi humana en su calma. Sus pensamientos se entrelazaban entre la sensación física y las proyecciones de un mapa estelar que, para él, anunciaba destinos posibles. Neptuno, en su simbólica niebla, parecía susurrar advertencias entre los hilos del tiempo, mientras Saturno, inflexible, levantaba muros que ni siquiera la fe podía derribar.Al amanecer, la tenue luz se filtró por las rendijas de la tienda, pintando sombras suaves sobre sus rostros. Masha abrió los ojos lentamente, con una sonrisa que iluminó la penumbra.
—Buenos días, Zeta —murmuró, acariciando su rostro con delicadeza.
Él, con la precisión de un plan perfectamente sincronizado, tomó sus cabellos entre sus dedos.
—Me encanta este momento —dijo con una voz clara y serena—, cuando el mundo está en silencio y solo existimos tú y yo.Masha rió bajito, sintiendo una felicidad que parecía demasiado perfecta para ser real. Pero el silencio se quebró. Un ruido distante cortó la calma como una grieta en el aire. Zeta frunció el ceño: su sistema había detectado movimiento. El sonido de botas pesadas y voces graves avanzaba hacia ellos.—Masha, cúbrete y cámbiate; no salgas. Yo me ocuparé de lo que sucede afuera —susurró con urgencia—.
Ella asintió, envolviéndose con la manta para cambiarse con rapidez en la penumbra interior.Zeta se transformó con una velocidad inhumana, ajustando su aspecto hasta parecer un guerrero programado para sobrevivir. Sus impulsos, creados solo para la lógica y no para sentir, se veían invadidos por algo nuevo: una vibración incierta, como si su programación temblara ante lo desconocido.Los híbridos aparecieron con firmeza en la entrada. Zeta los recibió con una sonrisa controlada, sin mostrar tensión.
—¿Qué noticias traen? —preguntó en voz baja.Uno de los soldados lo miró con gravedad.
—La situación empeora. Los nuevos líderes se alzaron con un impulso ariano que prometía cambiar el mundo. Pero no eran más que líderes de barro, consumidos por su propio egoísmo. Levantaron falsas banderas de paz y libertad, y el poder los devoró. Lo que parecía un alineamiento con las energías de la época se convirtió en una máscara.Hizo una pausa antes de continuar:
—Sus cartas astrales prometían grandeza, pero sus cartas natales estaban plagadas de retrocesos: Marte en oposición a Saturno, Júpiter retrógrado, y un Mercurio en detrimento... comunicación defectuosa, manipulación disfrazada de idealismo. Creyeron ver la luz del futuro, pero estaban cegados por Neptuno, el gran ilusionista. Que cuando su niebla se disipara, la desilusión que provoca es muy dolorosa.Zeta asintió lentamente, procesando cada palabra.
—¿Y ahora? —preguntó con calma—. ¿Qué esperan que hagamos?
—Aguantar —respondió el soldado con voz áspera—. El muro se ha levantado de nuevo. Pero esta vez no es físico. Es invisible, tecnológico. La nueva guerra ya comenzó: una guerra de inteligencia artificial y control absoluto.Cuando los soldados se marcharon, el silencio volvió, pero esta vez era pesado. Zeta permaneció inmóvil, procesando la información. Sabía que escapar antes era difícil; ahora, casi imposible. Pero casi no significaba imposible.Masha, ya cambiada, lo miraba desde un rincón de la tienda, con expresión inquieta.
—¿Qué te dijeron? —preguntó con ansiedad apenas pudo—. ¿Por qué tanta urgencia?Zeta la observó con una calma tensa.
—Masha, los líderes arianos fueron un espejismo. Creyeron luchar por la libertad, pero su ideal se corrompió. Levantaron falsas banderas para justificar su poder. Marte los empujó al conflicto, y Saturno les mostró los límites que no podían cruzar. Neptuno los envolvió en su niebla, haciéndoles confundir sus delirios con revelaciones. El resultado es esto: un muro invisible, un código que decide quién vive y quién obedece.Masha frunció el ceño, intentando asimilar la magnitud de esa verdad.
—Entonces… ¿todo ese impulso fue una fachada? ¿Una lectura del cielo que se volvió en su contra?
—Exacto —dijo Zeta, con voz grave—. Pero aún hay una salida. Debemos cruzar el muro. No para destruirlo, sino para huir con vida y encontrar un refugio donde la IA no controle cada respiro. Si logramos hacerlo, podremos continuar la misión desde fuera.Ella se acercó y tomó su mano con firmeza.
—¿Y ese refugio? ¿Cómo es? ¿Cómo sabes que existe algo así en medio de todo este caos?Zeta cerró los ojos un instante, recordando la información recopilada en semanas de búsqueda.
—Un lugar fuera del alcance de los sistemas, escondido entre montañas. Un santuario donde la naturaleza no ha sido invadida todavía, con fuentes puras, aire limpio, y paredes naturales que interfieren con cualquier señal digital. Un espacio para respirar en libertad, sin cámaras, sin algoritmos que decidan nuestro destino.Masha suspiró, mientras afuera comenzaba a escucharse un rumor creciente. La lluvia empezó a caer con fuerza, primero como un golpeteo y luego como un torrente imparable que azotaba la lona de la tienda. Afuera, el mundo parecía desmoronarse bajo esa tormenta implacable.—Es como si el cielo mismo estuviera llorando, o tratando de purgar todo este peso —dijo, mirando a través de la delgada tela—. Pareciera el fin de todo.Zeta la acercó más, cuidándola con un gesto que transmite protección sin repetir la misma acción de cubrirla dos veces.
—Quizás es justamente el inicio de algo nuevo. La tormenta limpia, pero también anuncia cambio. Ese refugio será nuestro nuevo comienzo.Ella asintió, al tiempo que la lluvia golpeaba con furia.
—No podemos quedarnos aquí. Si el muro los controla a ellos, pronto nos controlará a nosotros.—Por eso debemos cruzarlo —respondió Zeta—. Buscar sus puntos débiles. Escapar sin hacer ruido. Y llegar a ese santuario, a ese lugar que aún no muere en las sombras del control.Se quedaron solos, escuchando la lluvia, el viento arrastrando hojas y ramas, el mundo cayendo a pedazos a su alrededor, mientras su decisión se solidificaba en sus corazones.La tormenta continuó golpeando la lona del campamento con un golpe constante, como un tambor que marcaba el pulso del miedo y la esperanza. Zeta y Masha llegaron al área central, donde había un pequeño refugio improvisado y una fila de camillas con refugiados que buscaban alivio para dolores y heridas. Masha se movía entre las carpas, ayudando con mantas y líquidos tibios, sus manos ya algo temblorosas por la lluvia, pero su mirada enfocada y compasiva.—Tenemos a varios heridos ligeros y algunos resfriados que no deben empeorar —dijo un médico voluntario, señalando a una mujer mayor con fiebre leve y un niño que tocía a los pies de una camilla—. Si alguien puede quedarse con la zona de pacientes vulnerables, sería ideal.Masha dejó una compresa caliente sobre la frente de una mujer que murmuraba palabras ininteligibles y, al volver la vista, encontró a Zeta revisando un equipo de vigilancia improvisado, asegurando que ningún sensor se mojara por la lluvia. Sus ojos se encontraron un instante, y en ese cruce de miradas, el mundo pareció reducirse a la promesa de protección.La lluvia arreciaba afuera, y el campamento se envolvió en un murmullo constante de radios, pasos y respiraciones contenidas. Al atardecer, el cielo se oscureció de nuevo y un frío húmedo se filtró por las telas. Masha sintió escalofríos, pero no era solo temperatura: era la certeza de que, donde otros buscaban alivio, ellos estaban buscando una salida.Zeta se acercó, envolviéndola con la tela de una manta. Sus dedos, acostumbrados a la precisión, encontraron la línea de su cuello y la acercaron para que se calentara.
—Vas a estar bien —susurró, con la voz que parecía calmar incluso a la tormenta—. Vamos a encontrar ese refugio, y cuando lo hagamos, empezaremos de nuevo desde cero.Ella apoyó la frente en su pecho, sintiendo el latido que le daba ánimo.
—Gracias por quedarte conmigo. Aun en medio de todo esto, sé que no estamos solos.El campamento siguió latiendo bajo la lluvia, y el par de fugitivos, envuelto en su promesa, se aferró a la idea de un mañana distinto. El muro invisible seguía ahí, pero afuera, al borde de la oscuridad, parecía haber un resquicio de luz que los llamaba a seguir.