El Nuevo Amor De La Humanidad (los Últimos Humanos Puros)

La Cárcel Mental:

Capítulo 2: La Cárcel Mental

​Una neblina fría y densa envolvía la comunidad aquella mañana. Aitor sirvió el café, su aroma amargo luchando contra el peso que se respiraba. Zeta, con su calma característica, rompió el silencio.

​—Anoche, Elián me mostró imágenes —dijo, la mirada en las llamas—. Fragmentos de algo que se nos viene encima.

​—Vamos, hermano, suéltalo de una vez —lo animó Aitor.

​—Era de noche, todo oscuro —continuó Zeta—. Barrios enteros apilados a las sombras de las Smart Cities… Gente demacrada, con la piel pegada a los huesos, revolviendo basura... miradas vacías que ya ni siquiera suplican, solo esperan el fin.

​Mateo palideció. Aitor se llevó una mano a la frente.

​—Hace rato que lo que temíamos… llegó —concluyó Zeta, su voz sin fluctuaciones—. Allá, la cárcel no tiene muros. El castigo es el hambre.

​—¡Carajo! —Aitor apretó los puños—. La comida es un arma. Esto ya no es cosa de drones.

​Zeta asintió.

​—Sí, pero con cuidado. Ahora debo ir al hospital.

​El sol del mediodía calentaba cuando los gritos llegaron. Mateo, que merodeaba la zona para vigilar los límites de la comunidad, entraba corriendo. Junto a Kael, cargaban el cuerpo esquelético de Niko; Vera los seguía de cerca.

​—¡Zeta, rápido! ¡Los encontramos colapsados!

​—Pónganlo aquí —ordenó Zeta.

​Al examinarlo, confirmó lo que sus ojos veían: no había heridas, solo desnutrición extrema. El cuerpo de Niko no había sido alcanzado por un arma, sino por una política: la de negarles la comida a quienes se resisten.

​Lo intentó todo. Pero en la comunidad analógica, sin la tecnología de las Ciudades, solo quedaban las manos y la impotencia. Niko murió en sus brazos, ligero como un pájaro.

​Tres horas después, Zeta salió del quirófano.

​—No lo logré. Lo siento —dijo a Kael y Vera.

​Los guió al pequeño bar de la comunidad. Doña Alcira les acercó té y guiso.

​—Bien —dijo Zeta—, hablen. Cuéntenme todo.

​Kael tomó aire.

​—Las Smart Cities ya no son ciudades, Zeta. Son jaulas con luces. La comida es el nuevo oro, y nos lo niegan para doblegarnos. Los ricos acceden a "paquetes neuronales" que expanden sus mentes, mejoran sus sentidos, les dan ventajas inhumanas... mientras a nosotros nos venden basura procesada que apenas frena el hambre.

​Vera, hasta entonces en silencio, habló con voz fría:

​—El estado de bienestar murió. La inmortalidad no alcanza. Ahora los ricos compran la exclusividad de ser humanos plenos. Controlan la comida, la tecnología, el futuro. Y los pobres... somos solo un recordatorio descartable de lo que el sistema quiere erradicar: la humanidad común.

​Zeta guardó silencio. Lo entendió todo. Las imágenes de Elián… eran el presente. Kael, Vera, Niko… habían escapado de una cárcel de hambre y desesperanza. Y su hijo los había guiado.

​Un nuevo miedo se instaló en su pecho. Un frío que sus circuitos no podían procesar. No por los horrores escuchados, sino por lo que tendría que decirle a Masha. Y por la cruda realidad: en un mundo donde el alimento y la mejora humana son solo para los ricos, su comunidad era doblemente vulnerable.




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