Perdí la consciencia. Sé que perdí la consciencia luego de escuchar a Muerte y no haber podido reaccionar. Mis ojos están cerrados, no sé cuándo fue la última vez que los abrí, no sé cuánto tiempo estuve inconsciente, no sé en dónde estoy y, sobre todo, no sé si hay alguien conmigo o no.
Estoy recostado de lado sobre la tierra caliente, puedo sentirla en mis mejillas. A mi alrededor lo único que escucho es el canto de pájaros en la distancia, el sonido del viento contra los arbustos y los árboles, el galopar de varios animales no muy lejos de mí… El rápido latir de sus corazones. Cientos de corazones bombean en mis oídos sin cesar, no puedo distinguir a quién pertenece cada latido, no puedo distinguir absolutamente nada.
Me encogí en mi lugar sin poder evitarlo, rodeé con ambos brazos mi cabeza. Necesito que se detenga, ¿Por qué estoy escuchando esto?¿Dónde estoy?¿Qué está sucediendo?
Un alarido de dolor escapó de mis labios y lo siguiente que sucedió fue que todo se detuvo. Aflojé el agarre en mi cabeza y volví a escuchar con prevalencia el canto de los pájaros.
Abrí los ojos.
La luz del sol me cegó por algunos segundos, pero me acostumbré a ella enseguida y fui consciente de su calidez acariciándome la piel. Miré mis manos y mi cuerpo, que a pesar de estar completamente ennegrecido parece estar bien. Toda mi ropa está chamuscada. A mi pantalón le faltan varias partes, mi remera quedó reducida a la mitad de lo que era antes, dejando a la vista mi estómago.
Me llevé una mano al estómago con tal sorpresa que me golpeé a mí mismo. Ya no se me ven las costillas. El color de mi piel ya no es famélico. Palpé mis piernas.
Esas no son mis piernas.
Giré la cabeza con increíble rapidez en cuanto percibí los pasos rápidos de una persona acercándose a mí, observé en todas direcciones con confusión, sin poder determinar de dónde provenían los pasos. Una rama se rompió a mis espaldas.
Me puse de pie de un salto y me alejé lo más que pude hacia el otro extremo del lugar de donde provino el sonido. Una mujer alta y de cabello castaño está parada a un lado de un árbol, a sus pies puedo ver una rama partida.
La mujer me miró a la cara con atención por varios segundos.
— Sé quién eres — Le escuché susurrar.
No contesté.
Ella bajó la mirada a la tierra y dejó salir un jadeo por la sorpresa, miré en la misma dirección.
Un cráter. Hay un cráter en el lugar en donde estaba recostado.
————
Tomó seis hombres para reducirme y contenerme.
La mujer comenzó a gritar en cuanto salió de su estupor, no tardé en escuchar el sonido de pasos corriendo hacia nosotros. No sé por qué no eché a correr en cuanto los oí, pero la verdad es que no lo hice. Tampoco se me ocurrió invocar a Einar, o pensar en alguna otra forma de evadir la situación, simplemente me paralicé. Para cuando las personas comenzaron a hacerse visibles a nuestro alrededor y varios hombres se abalanzaron sobre mi, mi única opción fue defenderme e intentar escapar. Lo habría conseguido si seis al mismo tiempo no se hubieran precipitado sobre mi desde atrás, me tomaron de ambos brazos y me obligaron a ponerme de pie luego de haber caído al suelo. Me arrastraron con ellos a la fuerza a través de los árboles.
Estoy en Everain. Reconocí la pequeña ciudad costera de inmediato, y pronto fui arrastrado por las mismas calles que recorrí cuando buscábamos a Luna, sólo que esta vez una turba enfurecida me empujaba hacia un viejo edificio casi a las afueras del lugar.
Me encadenaron a una silla de metal. Una veintena de personas me rodearon desde todos los ángulos posibles, la única luz en la habitación es la luz natural que se filtra por algunas ventanas. Todos susurran entre sí.
— Es el humano…
— ¿En dónde está Fuego?¿Qué está haciendo aquí solo?
— ¿Qué aremos con él?
— Acompañaba a Fuego la última vez, es peligroso.
— Parece perdido…
Enfoqué la mirada en el piso y no me moví. Los murmullos continuaron por un largo rato a mi alrededor, intenté no prestar atención. Varias veces pronuncié el nombre de Einar lo más discretamente posible, pero nada sucedió, él no apareció, fue en vano.
Las personas no dejan de observarme. Algunos con temor, otros con confusión, pero muchos de ellos con clara desconfianza y rencor.
Finalmente uno de ellos se alejó de la multitud y decidió acercarse a mí. Era alto y esbelto, con el cabello entrecano y la mirada dura. Se paró a dos pasos de distancia de mi y cruzó los brazos mientras me miraba con superioridad. Le miré sin expresión.
— ¿Qué le han hecho tú y Fuego a Myrllea?
Su pregunta me desconcertó, pero mi expresión no flaqueó.
— No le hemos hecho na-
Me interrumpió. — ¿En dónde está ella?
— No lo sé.
Y era cierto. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, no sé qué día es. No sé en dónde está Luna.
El hombre se inclinó sobre mí.
— Myrllea desapareció el mismo día en que tú y Fuego abandonaron la ciudad. Nadie ha vuelto a saber de nuestra protectora desde entonces, ¿Qué le han hecho?
— He dicho que-
— ¿Dónde está?
— No lo sé.
— ¿Qué le han hecho?
— Nada.
Guardó silencio y continuó observándome con severidad.
— ¿Por qué estás solo?
No contesté.
— ¿Por qué estás aquí?
— No lo sé — Espeté con frustración. —. Desperté aquí, no sé cómo llegué a ese bosque.
— ¿Por qué hemos de creerte?
Buena pregunta. Me relajé contra el respaldo de la silla, derrotado. No hay manera de probar mi inocencia. ¿Por qué Luna se limitó a desaparecer de esta ciudad sin decir nada?