Capítulo 10
Logan
Stevie y yo estamos desayunando en mi cocina en silencio y estoy tenso a causa de esto. Normalmente soy bueno conversando con cualquier persona, incluso niños ‒y por niños me quiero referir a Anya‒, pero con Stevie se me dificulta y todavía no entiendo por qué. Cuando está con Danielle a él le gusta hablar y cuando me cuenta cosas tontas no se detiene hasta que pasa a otra cosa, pero el inicio de cada conversación siempre es un reto.
Lo dejaría pasar de no ser porque se trata de mi hijo y porque necesito saber todo de él. Stevie se merece que haga el intento de ir más allá, no solo quedarme con lo que él esté dispuesto a contar, y aunque suponga un reto para ambos, tengo que hacerlo.
—Oye, ¿te gustan los cereales de aros con sabor a frutas, los de chocolate o los simples de maíz?
Stevie levanta la cara de su plato de cereales, arqueando una ceja.
—Qué pregunta más rara —se burla. Me encojo de hombros.
—Es una pregunta válida y algo importante para nuestra relación si quieres que traiga tus cereales favoritos cada vez que vaya a la tienda de comestibles.
Stevie, pensativo, alza la cuchara y se mete una gran cantidad de cereales a la boca. Se toma su tiempo para masticar y tragar.
—Los de aros con sabor a frutas —responde al fin—. Aunque leí en internet que su sabor no cambia, solo los colores. Todos saben igual.
Arrugo la nariz, bajando la cabeza para hacerme el ofendido.
—Gracias por la decepción.
Él suelta una carcajada.
—Eres un bebé.
Río con él, no puedo mantener mi cara larga falsa cuando él está riendo de forma tan liberal y relajada.
—Ahora cuéntame qué haces cuando estás aburrido —le pido, continuando con el grandioso desayuno de cereales.
Stevie frunce el ceño, pensativo.
—Leer, supongo —musita, avergonzado—. Mamá compró un montón de libros cuando le dijeron en la escuela que leía bien y me enviaba a mi habitación a leer cuando estaba enojada conmigo, pero luego se convirtió en algo que me gusta hacer.
Cuando creo que su madre no puede caer más bajo, él dice otra cosa que la hace ver peor. Al menos inculcó en él el hábito de la lectura.
—Es bueno que te guste leer, te hace ser una persona inteligente —lo alabo y sus ojos se iluminan, pero trata de ocultarlo. Hago una nota mental de decirle más a menudo las cosas que hace bien—. ¿Y tenías muchos amigos en la escuela?
Alza un hombro, despreocupado.
—Algunos.
—¿Los extrañas?
Mientras mastica, mira al techo, pensando. El chico tiene incluso que pensar qué decir con respecto a sus sentimientos y eso es algo en lo que también tenemos que trabajar. Es como si no quisiera decir nada fuera de lugar.
—Un poco, sí.
Ignoro su tono dudoso, no quiero insistir en algo de lo que no está dispuesto a hablar.
—¿Se metían en problemas o eran chicos tranquilos? —continúo con el pequeño interrogatorio—. Lucas, Taylor y yo nos metimos en muchos cuando éramos niños, y fue peor cuando éramos adolescentes. Mamá no sabía qué hacer con nosotros cuando hacíamos travesuras.
—¿Taylor?
—Mi hermano, lo vas a conocer el fin de semana en casa de la abuela.
Él asiente.
—A los chicos les gustaba meterse en problemas, pero a mí no me gustaba porque eso hacía que mamá se enojara.
Cómo odio a esa mujer y ni siquiera la recuerdo. No es que haga falta tener una imagen de como luce en mi cabeza para saber que quiero estrangularla por haber hecho que Stevie fuera un niño cohibido.
—¿Eso quiere decir que no hacías cosas malas? —Niega y levanta la taza para darle un trago al resto de la leche—. ¿Me estás diciendo que no tocabas los timbres de tus vecinos y salías corriendo ni rompiste alguna ventana con una pelota sin querer?
Él arruga la nariz y entrecierra los ojos, buscando entre sus recuerdos.
—Una vez rompí una ventana y mamá me prohibió salir de la habitación por una semana, solo podía salir cuando iba a la escuela y al baño. Ella me llevaba la comida para que no pudiera un pie afuera más de lo necesario.
Intento controlar la rabia para que no crea que es por su culpa que estoy enojado, pero es tan difícil de hacer que Stevie me mira expectante por unos segundos. Fuerzo una sonrisa en mi boca, tomando respiraciones lentas para controlarme. Cuando lo logro, una nueva determinación se asienta en mi mente.
Me levanto del asiento, dándole un último trago a la leche en mi tazón, y le hago una seña a Stevie para que me siga.
—Ven, vamos a hacer una cosa.
Él lo hace, aunque no para de preguntar qué vamos a hacer ahora.
Salgo de casa y miro de arriba abajo por la calle, asegurándome de que no hay nadie. A esta hora la gente ha salido a hacer sus cosas. Ni siquiera hay niños afuera, lo cual es bueno porque los niños son unos chismosos.