El nuevo socio.

Capítulo 1

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Howard Elliott, trabajaba de sol a sol para tener lo suficiente y a veces hasta un poco más para ambos. Se marchaba muy de mañana y volvía cuando ya había oscurecido. Y aveces, tenía que ausentarse por días debido a viajes de trabajo. 

 

Sussan, su esposa, no tenía de qué quejarse. No le faltaba absolutamente nada. 

 

Tenía la cocina más moderna que se hubiera inventado. Incluso podía presumir de ser la poseedora de una máquina lavadora con secadora, una aspiradora, aunque solo la utilizara para la alfombra de la sala y su propio automóvil. 

 

Siempre llevaba las uñas barnizadas con el tono rojo que tanto afamaban las revistas femeninas, su cabello de ondas perfectas nunca faltaban, ni su maquillaje fresco. Y sin olvidar sus mil y un vestidos de almacén.   Impecable. Un trofeo digno de presumir ante los amigos de su marido. 

 

Pero una tarde de Lunes, mientras amachacaba las papas para el puré, escuchó el silencio que la rodeaba. La radio había dejado de sonar por alguna razón y eso solo la hizo estremecer al darse cuenta de que estos pasados dos años, los había vivido completamente sola. 

 

 

Howard nunca estaba en casa. Trabajaba tanto en Industrias PorT que no lo veía nunca. Los sábados por la tarde, se iba a jugar golf con sus amigos y los domingos, pasaba ocupado en la cochera con el auto y luego en sus partidos de fútbol. 

 

Agregó la mantequilla a la sartén y, mientras esperaba a que se derritiera, miraba las cortinas de la cocina, y el mantel, las servilletas y su propio delantal. Estaba cansada de bordar en su tiempo libre. Cansada de ser la ama de casa perfecta con un marido invisible. 

 

Las ilustraciones de las revistas mostraban a mujeres bellas y sofisticadas, como ella, horneando pasteles y galletas, para luego comerlo con los niños y su marido. Pero ella… no tenían hijos y al parecer… tampoco un esposo que la besara al volver a casa. 

 

Sentados a la mesa, era casi imposible recordar cuándo fue la última vez que salieron a cenar fuera o que él hubiera tenido un detalle para con ella. 

 

Comían en silencio con el murmullo de la televisión de fondo. Un comercial anunciaba una nueva línea de neveras. Era hermosa. Estaba segura que, de pedirla, la tendría sin falta el viernes en casa. Simplemente porque podían permitirselo. 

 

 

—¿Cómo te ha ido hoy? — preguntó recogiendo los guisantes con un poco de puré. 

—M. Bien. Ocupado. Hay mucho trabajo. ¿Y tú? 

—Ocupada, también. 

—Qué bueno — dijo mirando unos papeles que había traído de la oficina —. Estaré trabajando un poco más. 

 

 

Alzó la documentación misteriosa de la que nunca le hablaba, se retiró con el plato al cuarto que usaba para trabajar en casa. 

 

 

—Usaré el teléfono una hora. Procura no levantarlo. Mi jefe es muy delicado con eso. 

—Sí Howard. Está bien — respondió aburrida. 

 

 

De todas formas no tenía amigas a las que llamar. 

 

 

—Ah, y… Sussan.

—¿Sí? — preguntó con ilusión mirándolo. 

—¿Me sirves más estofado? Y quiero café. 

—Claro — dijo dejando la servilleta al lado. 

—Gracias querida — dijo sin mirarla. 

 

Usualmente las noches terminaban en ella lavando los platos e hiendo a la cama de inmediato sin importar si Howard fuera a dormir ya o no. Al fin y al cabo, era como dormir sola. Daba igual. 

 

Hoy se había quedado en la cocina buscando algo que escuchar en la radio. Encontró un programa que parecía una transmisión de la televisión. Escuchó con atención y se trataba de una radionovela. 

 

Al parecer la protagonista tenía un romance. Decía estar perdidamente enamorada de él y esperaba que se casarán pronto. 

 

La apagó al reír para sus adentros. "Pobre ilusa. No sabe lo que dice". 

 

Terminaba de colocarse los listones en el cabello frente al espejo cuando Howard apareció recién bañado y listo para dormir. 

 

—Por cierto. Mañana vendré más temprano y traeré un invitado. Es un compañero de trabajo, así que haz algo bueno. 

—¿Un compañero? 

—Sí. Es el nuevo socio. Nos quedaremos trabajando un rato así que lo he invitado a cenar. 

—De acuerdo… Pensaré qué hacer. 

—Gracias — dijo parado detrás de ella. 

 

Le sujetó suavemente por los hombros y besó su mejilla. 

 

—Y ponte guapa. Quiero que cuente en la oficina que mi esposa es la mujer más hermosa que hay. 

 

Esas sencillas palabras la hicieron sonreír. Quizá esas pocas cosas, esas migajas de atenciones, son las que le hacían seguir ahí. 

 

—Por supuesto querido. No te decepcionare — respondió sonriéndole por el reflejo. 

—Perfecto. Date prisa. Quiero apagar ya la luz — dijo metiéndose en la cama. 

 

Se apresuró a dejar todo en su lugar en el tocador y apagó la lamparita. 

 

—Descansa. 

—Descansa Sussan. 

 

Y así, mirando la pared de el frente azul cielo, terminaba un día más de su monótona vida. 

 

Esa noche tuvo un sueño. 

 

Un par de manos le torneaban la cintura mientras sus cálidos labios le hacían cosquillas en el cuello. Dejó que el calor de su cuerpo avivara el deseo cuando aquel masculino cuerpo se acoplaba al suyo lentamente. 

 

Buscó a tientas sus labios en la penumbra hasta dar con ellos. 

 

Jamás había sido besada así. Con tanta pasión, tanto calor y deseo febril. Sentía como el alma se le iba en cada beso y nunca era suficiente. 

 

Aquellas manos firmes subían su delicada bata hasta sacarla por su cabeza y los brazos. Sentir su pecho contra su piel le estremeció. 




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