La casa estaba impecable y la cocina, lista para los últimos detalles y servir todo a tiempo en la mesa.
Se aplicó un poco de su perfume favorito, Rosas de Primavera. Un poco de polvo en la nariz y el toque final. El labial que solo usaba en ocasiones importantes como su cumpleaños y navidad. Había sido un obsequio de Howard cuando eran novios el día de su cumpleaños.
La barra de oro de catorce kilates centellaba luciendo la famosa marca francesa a un costado. 'Shanel Conté'.
El reluciente rojo naranja más claro en su gama combinaba perfectamente con su tez ligeramente bronceada.
Aún quedaban diez minutos. Se colocó los pequeños tacones rojos que además de bellos, eran cómodos y se encaminó a la cocina.
Daba un último vistazo a la nevera cuando sonó el timbre.
Le pareció un poco extraño pues Howard solía entrar pero seguramente era para hacer las presentaciones más formales.
Estiró la falda de su vestido primaveral una última vez y, tomando una bocarada de aire, abrió.
Encontró a un hombre joven y apuesto. Bien vestido, aunque no traía saco y las mangas de su camisa blanca estaban arremangadas, y muy alto. Las gafas de aro redondo chocaban con su rostro de facciones marcadas y alargado pero sin perder el equilibrio del conjunto. Su cabello parecía un poco desordenado, como si el viento lo hubiera peinado en el camino.
—Buenas tarde señora. ¿Me permite pasar? Traemos más cosas en el auto — dijo haciendo más evidente lo que traía en las manos.
—Por supuesto, adelante — dijo haciéndose a un lado.
—¿Señora, dónde está el estudio?
—Ah, sí. Por aquí — respondió adelantándose para abrirle la puerta.
Escuchó a Howard entrar y corrió a recibirlo.
—Toma mi saco. Y traje una botella — dijo entregándole las cosas que sujetó de inmediato.
Dejó que los hombres se acomodaran en sus cosas y ella a la cocina.
Mezclaba todo en el bol para la masa del pastel de manzana, metió el dedo como de costumbre para dar una probada a la masa cuando escuchó que alguien carraspear a sus espaldas.
—Dios mío, me ha asustado — dijo bajándole a la radio.
—Lo siento señora @#. Solo vengo porque tengo un poco de sed y…
—Oh, claro. Qué descortés. Hay limonada en la nevera — dijo mirando sus manos llenas de harina.
—No se preocupe, yo lo hago — Se adelantó a decir poniéndose entre ella y la nevera.
Sussan sonrió y negó con la cabeza.
—Claro que no. Qué clase de anfitriona sería si dejara que usted mismo se atendiera — decía lavándose las manos.
Estaba por alcanzar un vaso de la estantería superior pero el joven socio lo alcanzó antes.
—Gracias. Es la desventaja de no tener suficiente estatura — dijo avergonzada.
—Para mí es perfecta — dijo mirándola.
El comentario la dejó congelada un momento, ¿qué se podía decir en una situación como esta?
—Le… Le llenaré el vaso — dijo repentinamente nerviosa.
—Descuide, lo haré yo. Usted continúe — dijo haciendo una ademán para señalar la masa que esperaba.
Sussan sonrió de nuevo y fue a sacar el pichel.
—Déjeme ésta vez — pidió con una pequeña sonrisa.
—Está bien. Me ha convencido. No debo llevarle la contraria a la señora de la casa.
Sussan soltó una risita sirviendo el líquido fresco. Pero sentir la mirada atenta de su invitado la llenó de nervios. Se distrajo mirando sus ojos. Eran marrones pero de un tono dorado, como la miel.
Así está bien. Gracias — dijo él de repente.
La limonada había llegado al borde del vaso.
—Que descuido. Lo lamento — decía risueña sin saber porqué.
—Mejor así. Gracias.
Estaba entregandole el vaso pero sus dedos se tocaron por una milésima de segundo. Fue suficiente para sentir una pequeña descarga eléctrica en todo el cuerpo. Y con ello, el vaso se estrelló en el suelo haciéndose añicos.
—Dios. Que torpe he sido. Permítame ayudarla — dijo apartando la y poniendo un trapo de cocina en el suelo.
Sussan sacaba el pequeño recogedor y la escobilla para recogerlo todo cuando Howard apareció en la puerta.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué fue eso Sussan?
—Fue un accidente Howard. Estaba sirviendo…
—Que torpe. Ten más cuidado. Es la cristalería que nos obsequio tu madre — le reprochó con dureza.
El invitado seguía en el suelo frente a ella recogiendo las toallas, mirándola con su marido detrás. Sussan le sonrió apenada y respondió un: sí Howard.
—Deja eso hombre. Te puedes cortar — le dijo.
Seguía mirándola. Podía sentir sus ojos aunque no alzara la vista.
—Voy en seguida — respondió muy serio. Howard gruñó y dio la vuelta al escuchar el teléfono sonar.
¿Donde estaba su tono de voz jovial?
Seguro se había enfadado también por ser tan poco capaz de manejar la situación.
Recogió todo de prisa y le quitó de las manos el recogedor y la escobilla. Puso los vidrios rotos en el cesto de la basura que tenían bajo el lavamanos y dejó los trapos en el fregadero.
Sussan se quedó quieta mirando cómo hacía todo con precisión y agilidad. Le lanzó una mirada extraña antes de ponerse de pie.
—Tenga cuidado o podría herirse — le dijo.
Le tendió la mano para ayudarla a levantarse y accedió.