El nuevo socio.

Capítulo 4

Era sábado por la tarde. Howard se había ido inmediatamente después del almuerzo como siempre al campo de golf. Y como cada sábado por la tarde, Sussan deambulaba en la casa sin tener planes. 

 

   

Y como punto relevante de la semana, tenía más de dos semanas de no ver a David. Y por supuesto que no le preguntaría a Howard por él. Otra razón más para reprocharle el tiempo invertido, o mejor dicho, perdido en ser la a de cada ideal. 

 

  

Se habían mudado a ese vecindario al solo casarse y se concentró en atender su hogar quizás hasta más de lo que seguramente hacían sus vecinas. Tanto, que olvidó hacer amigas. 

   

  

Buscaba qué hacer en el neceser de costura cuando llamaron a la puerta. Lo sobresaliente fue que era la de la cocina. Nadie llamaba a esa puerta. "Quizá sea la vecina". 

 

 

 

—¿David? — dijo asombrada. 

—Hola. 

—¿Qué hace aquí? 

—Bueno yo… pasaba por aquí y… quise saber cómo está. 

—Oh. 

—No quise tocar la puerta principal porque no quería que los vecinos pensaran otra cosa. 

—Tiene razón. Gracias…. Por qué no entra. 

—¿Segura? 

—Sí. Por favor. Además, hace calor y tengo limonada. 

—Con esa oferta no podría negarme nunca a usted — dijo sonriendo. 

—Espero no estar interrumpiendo sus cosas — comentó mirando el neceser en la mesa. 

—Ah, no. Sólo…  buscaba qué hacer. Howard se va por las tarde y yo… no tengo planes — dijo sentándose a la mesa un tanto avergonzada. 

 

 

 

Tocaba el borde de su vestido quitando la mota invisible con tal de no verlo a la cara. 

 

 

 

—Lo sé — dijo de una forma extraña. 

 

 

 

Cuando volvió a mirarlo, David se había puesto serio y observaba el vaso de limonada. Aunque lo más seguro es que estaría pensando algo más. 

 

 

 

—¿Hoy no hay platos para lavar? — preguntó animado poniéndose de pie. 

—No. Ha venido tarde — dijo sonriendo. 

—Rayos. Yo quería aplicar al puesto. 

—Me temo que ya hay alguien más pero, de haber una vacante le avisaré — dijo siguiéndole el juego. 

—Ah, pero no tiene mi número — dijo alcanzando la libreta junto al teléfono de la cocina —. Aquí tiene. Llameme cuando guste. 

—Pues gracias. Será el primero que llame al solo haber noticias — dijo tomando el papel como un tesoro. 

—¿Y ahora? ¿Qué hacemos señora Elliot? 

—Por favor, llamame Sussan. Somos amigos, así que… 

—Sussan. 

 

 

 

Qué hermoso sonaba su nombre dicho por sus labios. 

 

 

 

—Sí.

—Lo haré si me llamas David. A secas. Sin formalismos. Solo David. 

 

 

Sussan sonrió ruborizada y asintió. 

 

 

 

—De acuerdo, David. 

—Muy bien. Y ahora qué hacemos. ¿Qué quieres hacer? Sussan. 

—Pues,no lo sé. 

—¿Qué sueles hacer a esta hora? 

—Am… ¿Tomar café? 

—Excelente. Sale café — dijo buscando en la alacena. 

 

 

 

Sussan le indicó dónde estaba y, después de que David insistiera una y otra vez en que se sentara a esperar su café, lo hizo. 

 

 

Se sentía extraño ser atendida en su propia casa. Y era divertido ver a David andar de aquí para allá en la cocina. Parecía que siempre tenía algo que decir y se le daba bien hacerla sonreír. O quizá ella le facilitaba las cosas al sentirse de tan buen humor. 

 

 

Una taza de café y un par de porciones de pastel no fueron suficientes para todas las historias y chistes de la tarde. 

 

 

Era fácil hablar con él. Se notaba que deseaba escucharla y eso volvía las cosas más simples y menos vergonzosas. Nunca nadie había mostrado tanto interés sincero para con ella. 

 

 

—Santo cielo. Es tardísimo. Howard vendrá pronto y no he preparado la cena. 

—Entonces yo me voy. Ya no te distraigo más. 

—No. Al contrario. Muchas gracias por… hacerme compañía esta tarde. Ojalá..  podamos repetirlo otro día. 

—Claro que sí. Eso dalo por hecho. Y no te compliques con la cena. Algo rápido será suficiente — dijo sonriente. 

—Eso haré. 

—Adiós Sussan.

—Adiós…. David. 

 

 

 

Se quedó un en la puerta dudoso hasta que al final se despidió de nuevo. 

 

 

 

—Algo rápido. Algo rápido — decía buscando qué hacer hasta que vio la carne del estofado y la salsa sobrante.

 

 

*** 

 

 

—¿Cómo estuvo el golf Howard? 

—M. Muy bien. Y, ¿hoy no hay pastel? 

—Eh… 

 

 

El pastel se había terminado con ayuda de David esa tarde. 

 

 

 

—No, lo siento. Me lo he comido yo hoy. 

—¿Las seis porciones? — preguntó admirado viéndola.

—Eh, sí. Tenía antojo de algo dulce — dijo tranquilamente. 

—M. Bueno. Pero cuida tu dieta o engordaras de pronto. 

—Sí Howard. 

 

 

 

Se quedaron en silencio dejando pasar los anuncios de la televisión cuando Howard volvió a hablar. 

 

 

 

—¿Antojo de algo dulce? 

—Sí — respondió sin entender su5admiración. 

—¿Y qué más hiciste hoy? 

—Oh, bueno, ya sabes que siempre tengo algo qué hacer y….

—Estuviste cociendo — apuntó mirando el neceser en la otra silla. 

—Sí. Exactamente. Quiero hacer unos pañuelos nuevos y me he suscrito a una revista para aprender a bordar aplicaciones para mis vestidos. 




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