El número 25

Capítulo 6

El día avanzaba en el instituto y Sofía caminaba por los pasillos con su habitual mezcla de timidez y desconfianza. No estaba segura de querer integrarse, aunque Laura y Nuria la seguían arrastrando a conversaciones superficiales sobre chicos guapos y ropa de marca.

Mientras tanto, Luciano Romano la observaba desde la distancia. No era la primera vez que la veía: su mente seguía atrapada en esos ojos oscuros y en la sonrisa que le había regalado en la asamblea. Algo en ella lo intrigaba profundamente.

A diferencia de otras chicas que siempre caían rendidas a sus pies, Sofía no se dejaba impresionar por su altura, su popularidad o sus habilidades en el baloncesto. Esa independencia lo desconcertaba… y lo atraía.

Durante el recreo, Luciano encontró la oportunidad perfecta. La vio sola junto a la biblioteca, buscando algo entre los estantes. Con paso tranquilo se acercó.

Mientras buscaba un título específico, Sofía se encontró frente a un estante alto. Se estiró sobre la punta de los dedos, pero el libro estaba demasiado alto. Tras varios intentos, suspiró frustrada.

—¡Vaya…! —murmuró, retrocediendo un paso y mirando el estante de nuevo—. Seguro que con mi suerte este libro no quiere bajarse.

En ese momento, alguien se acercó tranquilamente.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó una voz cálida.

Sofía giró la cabeza y vio a Luciano Romano. Alto, guapísimo y con esa sonrisa ligera que parecía iluminar el lugar, estiró la mano y tomó el libro sin esfuerzo.

—Gracias… —dijo ella, un poco sorprendida y sonrojada.

—No hay de qué —respondió él, entregándole el libro—. Aunque tengo que confesar que parece que me eligen para rescatar libros imposibles de alcanzar.

Sofía sonrió, divertida por su comentario.
—Menos mal que estabas por aquí, entonces. Creo que habría pasado otro buen rato intentando alcanzar esto sola.

—Bueno, digamos que tengo buena puntería y altura suficiente —bromeó Luciano, guiñándole un ojo—.

Ella rió suavemente y aceptó su ayuda mientras reorganizaban los libros del estante. Cada gesto, cada sonrisa, parecía ligero y natural, pero Sofía no podía evitar sentirse un poco inquieta: él era guapísimo y popular, pero también cálido, atento y divertido… muy diferente de lo que había esperado.

—¿Así está bien? —preguntó Luciano finalmente, devolviéndole el libro.

—Perfecto —contestó Sofía, mirándolo a los ojos por un instante, y en ese segundo algo pasó: una pequeña chispa de complicidad, de entendimiento, que ninguno de los dos olvidaría.

El rió suavemente y, mientras organizaban los libros del estante, él le echó un vistazo al título del libro de Historia que sostenía.

—Ah, Historia… ¿eres buena en eso? —preguntó, curioso.

—Bastante —respondió ella, sonriendo tímidamente—. Me gusta mucho.

Luciano arqueó una ceja con una chispa de travesura.—Pues eso me da una idea… Necesito mejorar mis notas, y el entrenador dice que si quiero seguir como capitán, debo esforzarme más. ¿Te animarías a ayudarme un poco?

Sofía lo miró, sorprendida pero divertida.—¿Ayudarte a mejorar tus notas? Bueno… podría ser interesante.

—Perfecto —dijo él, sonriente—. Pero no esperes que me rinda fácil. Quiero mejorar… y además, quiero aprender de la mejor.

Ella sonrió de nuevo, sintiendo una mezcla de diversión y mariposas en el estómago.—Está bien, Romano. Pero tendrás que prometer que harás la tarea.

—Prometido —respondió él, y por un instante, ambos compartieron esa chispa de complicidad que parecía decir: esto apenas comienza.

Esa misma tarde, después de clases, Luciano apareció en la puerta del aula de Historia donde Sofía esperaba. Llevaba la mochila colgada de un hombro y una sonrisa confiada, como si el simple hecho de verla ya le diera fuerzas.

—Hola, profesora —bromeó, inclinándose levemente hacia ella con un guiño—. ¿Lista para enseñarme Historia?

Sofía rodó los ojos, divertida.— Romano… no sé si tus notas están a la altura de tus bromas. Pero podemos intentarlo.

Se sentaron uno frente al otro, con el libro abierto entre ambos. Cada página parecía traerle a Luciano un mundo nuevo, y Sofía disfrutaba explicándole detalles y anécdotas que él desconocía. Lo hacía con calma, pero sin perder la chispa divertida que la caracterizaba.

—Entonces, según esto, la Revolución Francesa empezó en 1789 —dijo Luciano, frunciendo el ceño mientras tomaba notas—. Y tú dices que fue el conflicto entre clases, ¿no?

—Exacto —respondió Sofía—. No solo fue un conflicto político, sino también social y económico. Cada grupo tenía intereses distintos y la tensión creció hasta explotar.

Luciano levantó la mirada, impresionado.—Wow… Suena complicado. Por eso necesito a alguien como tú explicándomelo paso a paso.

Sofía rió, un poco nerviosa.—Bueno… trataré de no abrumarte. Pero si te esfuerzas, verás que no es tan difícil.

—Prometo que haré todo lo posible —dijo él, y por un instante sus dedos rozaron los de ella al pasarle el cuaderno. Ambos se quedaron en silencio un segundo, mirándose, con la electricidad de ese contacto ligero recorriéndoles los brazos.

—Oye… —empezó Luciano, bajando un poco la voz—. Esto de estudiar contigo… no está nada mal. Incluso me gusta más de lo que esperaba.

Sofía levantó la vista, sorprendida y un poco sonrojada.—¿Ah, sí? —preguntó, con una sonrisa tímida—. ¿Por qué?

—Porque… —dijo él, jugando con el lápiz entre los dedos—. No solo aprendo Historia… también me doy cuenta de que contigo todo es más fácil… incluso divertido.

Ella rió suavemente, apartando un mechón de cabello detrás de la oreja.—Bueno… eso suena como un cumplido. Pero no te confíes demasiado, Romano. Todavía soy profesora y tú eres mi alumno.

—Eso me gusta —respondió él, guiñándole un ojo—. Pero debo advertirte… voy a intentar distraerte con mis preguntas tontas de vez en cuando.

—¿Preguntas tontas? —dijo Sofía, riendo—. ¡Si las haces bien, tal vez apruebes antes de tiempo!




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