La semana avanzaba, y con ella las tutorías entre Sofía y Luciano. Cada tarde, después de clases, se encontraban en la biblioteca o en algún aula vacía para repasar Historia. Lo que comenzó como una obligación para mejorar las notas de Luciano, pronto se transformó en algo mucho más divertido… y peligroso para ambos.
—¿Recuerdas qué ocurrió en 1793? —preguntó Sofía, señalando un pasaje del libro.
—Mm… —dijo Luciano, frunciendo el ceño mientras masticaba la punta de su lápiz—. Creo que… fue la ejecución de Luis XVI, ¿no?
—Exacto —sonrió Sofía—. Y fíjate que eso marcó un antes y un después en la Revolución, porque cambió la dinámica del poder y la manera en que la gente percibía al gobierno.
—Vaya… —dijo Luciano, inclinándose hacia ella con interés—. Contigo todo parece más fácil. ¿Siempre explicas tan bien las cosas?
Sofía se encogió de hombros, un poco sonrojada.—Bueno… me gusta Historia. Y además, me gusta explicar.
Luciano sonrió, dejando escapar un suspiro—. Bueno, me alegro de que me toque a mí recibir tus clases. Aunque debo advertirte… puedo ser un alumno muy distraído.
—Sí, lo he notado —replicó Sofía, con un guiño—. Y debo confesar que… a veces creo que te distraes a propósito.
Él rió, acercándose un poco más.—¿Ah, sí? ¿Para qué, profesora?
—Para hacerme perder la paciencia —respondió ella, divertida, mientras sus dedos rozaban accidentalmente los suyos al pasarle un libro—.
—Vaya… accidentalmente, ¿eh? —dijo Luciano con un tono juguetón, sosteniendo su mirada—. No lo había notado.
El roce fue breve, pero suficiente para que ambos sintieran un pequeño hormigueo recorrerles los brazos. Sofía bajó la vista, intentando ocultar la sonrisa, mientras él no dejaba de mirarla con esa chispa traviesa que la desconcertaba.
—Bueno… —dijo ella, intentando retomar la concentración—. Sigamos con la Revolución Industrial.
—Perfecto —respondió él, fingiendo interés mientras su atención se desviaba de nuevo hacia ella—. Pero debo advertir… cada explicación tuya hace que me sea más difícil concentrarme en los datos.
Sofía levantó la vista, cruzando una mirada con él.—¿Eso es un cumplido o una queja?
—Un poco de ambos —respondió Luciano, sonriendo—. Pero sobre todo… un cumplido.
Durante la sesión, entre páginas, apuntes y risas compartidas, ambos empezaron a sentirse más cómodos, más cercanos. Cada pequeña broma, cada gesto de complicidad, hacía que la relación secreta entre ellos se fortaleciera, aunque aún nadie más lo supiera.
Mientras tanto, desde el otro lado de la biblioteca, Carmela observaba con atención. Tomaba nota de cada gesto, de cada risa, de cada mirada cómplice. No necesitaba intervenir todavía; solo esperar el momento exacto para hacer que los demás empezaran a sospechar.
Al terminar la tutoría, Luciano se levantó y estiró la mano hacia Sofía.—Gracias por la lección, profesora. Me has salvado otra vez.
—De nada —dijo ella, recogiendo sus cosas—. Pero recuerda… esto es Historia, no un concurso de miradas.
—Eso veremos —murmuró él, guiñándole un ojo antes de acompañarla hacia la salida.
Al salir al pasillo, Sofía sintió cómo el corazón le latía más rápido. Las tutorías eran más que una oportunidad para aprender; eran momentos en los que podían acercarse sin llamar la atención de nadie… aunque Carmela, silenciosa y paciente, seguía observando cada paso.
Poco a poco, Sofía también empezaba a adaptarse a su nuevo entorno. Había hecho nuevas amistades, con las que podía reír y compartir pequeños secretos. Sin embargo, a pesar de estas conexiones, todavía sentía un hilo invisible que la ataba a su vida anterior: la ciudad, sus amigas de siempre, los lugares que conocía y que ahora solo existían en su memoria.
Luciano, por su parte, se daba cuenta de algo más: cada vez que la veía, su corazón se aceleraba. No solo era guapa o divertida; Sofía era distinta, auténtica, y él quería descubrir cada detalle.
Y eso, sin duda, hacía que todo lo demás dejara de importar tanto…
El recreo se extendía bajo un cielo despejado y cálido. Sofía caminaba hacia el patio, llevando consigo su cuaderno y un libro que había logrado sacar de la biblioteca. El bullicio de los estudiantes llenaba el aire: risas, gritos, grupos que charlaban y chicos que corrían entre los bancos.
Sofía se sentó bajo un árbol, intentando concentrarse en la lectura, aunque su mente aún divagaba entre la nostalgia de su antigua vida y la curiosidad por este nuevo lugar.
De repente, alguien se dejó caer a su lado con un golpe suave sobre el césped.
—¡Eh! —dijo una voz familiar—. ¿Puedo unirme?
Sofía levantó la vista y lo vio: Luciano Romano, con su habitual sonrisa fácil y una mirada que parecía brillar solo para ella.
—Claro… —respondió, cerrando un poco el libro para mirarlo—. Aunque no sé si querrás escucharme leer.
—No importa —dijo Luciano, acomodándose junto a ella—. Pero antes, tengo un chiste sobre libros que debes escuchar.
—¿Un chiste sobre libros? —replicó Sofía, arqueando una ceja—. Esto promete…
—Bueno… —empezó él, con tono solemne—. ¿Por qué el libro de matemáticas estaba triste?
Sofía lo miró incrédula.—No sé… ¿por qué?
—Porque tenía demasiados problemas —remató Luciano, intentando contener la risa.
Sofía lo miró y no pudo evitar soltar una carcajada inmediata.—¡Qué malo! —exclamó entre risas—. ¡Es horrible!
Él estalló en una risa igual de sincera y contagiosa. Pronto ambos se reían sin parar, doblados sobre sus libros, con lágrimas de diversión asomando en los ojos.
Cuando finalmente recuperaron el aliento, Luciano se inclinó un poco hacia ella, aún sonriendo.—Bueno… tal vez soy mejor ayudando a alcanzar libros altos que contando chistes.
Sofía lo miró y rió de nuevo, con esa sensación de ligereza que hacía tiempo no sentía.—Eso seguro. Aunque te ha salvado el honor… por ahora.
Durante los siguientes minutos, intercambiaron bromas, comentarios sobre libros y pequeñas confidencias. La cercanía era natural, ligera, pero cargada de una tensión dulce que ninguno de los dos podía ignorar.
Sofía, mientras tanto, empezaba a sentir que este nuevo lugar podía ser más que desconocido. Con nuevas amistades y personas como Luciano, quizá podía encontrar su sitio, aunque su corazón todavía guardara nostalgia por la vida que había dejado atrás.
Y mientras ella lo miraba sonreír, comprendió que, por primera vez desde que llegó al pueblo, algo en su mundo comenzaba a sentirse… un poco más ligero.