El primer partido importante del año se acercaba: este sábado sería el gran enfrentamiento del equipo de básquet de Luciano. Había sido una semana intensa de entrenamientos, y apenas había tenido tiempo para pensar en otra cosa, mucho menos para pasar por la biblioteca.
Pero ese viernes, necesitaba un respiro. Caminó entre los pasillos del instituto y, sin pensarlo demasiado, se dirigió a la biblioteca. Solo con verla, Sofía, rodeada por sus amigas, sintió que volvía a respirar con normalidad, aunque su corazón parecía querer estallar.
—¡Hola, Sofía! —saludó, con una sonrisa que iluminó la sala. Luego se dirigió a Laura y Nuria—. Hola, chicas, ¿cómo estáis?
—¡Hola, Luciano! —respondieron, con esa mezcla de simpatía y curiosidad que siempre mostraban por él—.
—Solo necesitaba un momento con Sofía —dijo él suavemente—. ¿Podemos hablar un segundo?
Sofía asintió y lo siguió detrás de un estante lleno de libros, donde la luz y la privacidad creaban un pequeño refugio para los dos.
—Quería invitarte al partido de mañana —dijo Luciano, un poco nervioso pero intentando sonar casual—. Me encantaría verte ahí…
Sofía lo miró, con una mezcla de sorpresa y alegría.
—Haré lo posible por ir —respondió, con una sonrisa cálida que hizo que su corazón diera un vuelco.
Luciano se acercó un poco más, y por un instante el mundo pareció reducirse a aquel pequeño rincón entre libros.
—Perfecto —dijo finalmente, con una sonrisa relajada—. Entonces nos vemos mañana.
Cuando Sofía volvió con Laura y Nuria, sus amigas no tardaron en lanzarle un bombardeo de preguntas:
—¡¿Qué quería Luciano?! —exclamó Laura, casi saltando de emoción—.
—¡Cuéntanos todo! —añadió Nuria, sujetando los libros como si fueran testigos de un gran secreto.
Sofía, sonrojada pero divertida, les contó lo que había pasado. Cómo él la había buscado, la había invitado al partido y lo que significaba para ella.
—¡Eso es genial! —gritaron las chicas al unísono, abrazándola y girando sobre sí mismas de pura felicidad—. ¡Tenemos que ir las tres juntas!
—Sí, sí —dijo Laura—. Seguro después habrá fiesta, así que debemos ir guapísimas. ¡Tienes que ir pidiendo permiso a tus padres ya!
Sofía sintió un ligero escalofrío. La idea de la fiesta no le entusiasmaba en absoluto, pero con tal de ver a Luciano, aceptó sin dudar.
—Bueno… está bien, iremos —dijo, tratando de sonar casual mientras sentía el corazón acelerarse—. Pero solo por el partido, ¿eh?
—¡Claro, claro! —gritaron las chicas, saltando de alegría—. ¡Esto va a ser increíble!
Y así, mientras se alejaban de la biblioteca, Sofía pensaba en cómo aquel chico había conseguido que cada rincón de su nuevo instituto, incluso los más simples, empezara a sentirse emocionante, divertido y lleno de promesas.
Al llegar a casa, Sofía subió las escaleras con el corazón latiendo rápido, no solo por la emoción del partido, sino también por la idea de la fiesta después. Encontró a su madre en la cocina, preparando algo de cenar, y respiró hondo antes de hablar.
—Mamá… —empezó, intentando sonar casual—. Mañana es el primer partido importante del año… y quería ir. Laura y Nuria también van a ir… y… seguro que luego habrá una fiesta.
Su madre se detuvo un momento, sonriendo al verla tan emocionada.
—¿Ah, sí? —preguntó, con un brillo en los ojos—. Me alegra verte tan integrada al pueblo por fin. ¿Y quieres permiso para ir?
Sofía asintió, con una sonrisa que no podía ocultar.
—Sí… —dijo suavemente—. Quiero ir.
Su madre se acercó y le dio un abrazo.
—Claro que puedes ir, Sofi. Disfruta del partido y diviértete con tus amigas. Me alegra ver que estás encontrando tu lugar aquí.
Sofía sintió una oleada de felicidad. No solo tenía el permiso de su madre, sino que también sentía que estaba empezando a formar parte de algo nuevo, dejando poco a poco atrás la nostalgia por la ciudad.
—¡Gracias, mamá! —exclamó, abrazándola fuerte—. ¡Prometo divertirme y portarme bien!
Mientras subía a su habitación, no podía dejar de sonreír. Mañana sería un día especial: ver a Luciano en el partido, estar con sus amigas y sentir que, por primera vez desde que llegó al pueblo, todo empezaba a encajar.
Esa noche, cuando la casa quedó en silencio, Luciano se recostó en su cama, pero no podía conciliar el sueño. Sus pensamientos no dejaban de volver a Sofía.
Recordaba el momento en la biblioteca, cuando ella le había dicho que haría todo lo posible por ir al partido. Se había acercado un poco más, un gesto simple, pero suficiente para que su corazón empezara a latir con fuerza.
Y entonces, el perfume de su pelo lo invadió. Un aroma dulce y delicado que se había quedado grabado en su memoria y que, de alguna manera, ya se había convertido en su nuevo olor favorito.
Luciano sonrió para sí mismo, sintiendo cómo aquella mezcla de ternura, emoción y atracción lo envolvía. Sofía no era solo divertida y encantadora: había algo en ella que lo hacía sentir vivo, que hacía que los entrenamientos, los partidos y toda la rutina cobraran un significado diferente.
Cerró los ojos y, por primera vez en toda la semana, respiró profundo. Sabía que mañana sería un día especial, y que verla en el partido, cerca de la cancha, era algo que esperaba con más ilusión que cualquier victoria.