El número 25

Capítulo 9

El sábado llegó con un cielo despejado y una brisa fresca que anunciaba un día perfecto. Sofía se levantó temprano, con el corazón latiendo más rápido de lo habitual. Laura y Nuria la acompañaban, emocionadas y llenas de energía, hablando sin parar sobre cómo organizarse para ir al partido por la tarde.

—¡Sofi, tenemos que estar en primera fila para gritar como locas! —dijo Laura mientras ajustaba su bufanda del instituto—. No podemos perder ni un detalle.

—Sí, y después, ¡a la fiesta! —añadió Nuria, guiñándole un ojo—. Tenemos que ir guapísimas, ¿recuerdas?

Sofía suspiró, sonriendo nerviosa. La idea de la fiesta no le entusiasmaba demasiado, pero con tal de ver a Luciano, aceptó sin dudar.

La tarde llegó y el gimnasio se llenó de estudiantes y familias. Los equipos calentaban en la cancha y, al entrar, Sofía vio a Luciano de inmediato: alto, seguro, concentrado, y con esa chispa que siempre lo hacía destacar.

Luciano, a su vez, buscó entre la multitud y sus ojos se encontraron con los de Sofía. Al verla con Laura y Nuria, una sonrisa iluminó su rostro y, por un momento, sintió que podía respirar con normalidad aunque su corazón quisiera saltar del pecho.

El juego comenzó y el gimnasio estalló en vítores. Cada punto logrado por Luciano era celebrado por Sofía y sus amigas, quienes gritaban con entusiasmo, contagiando emoción a todos a su alrededor.

En un momento, mientras Luciano corría por la cancha, sus miradas se cruzaron de nuevo. Ella le sonrió, y él respondió con un guiño apenas perceptible, pero suficiente para que ambos sintieran la conexión especial que los unía.

—¡Vamos, vamos! —gritó Laura a su lado—. ¡Esto es increíble!

—Sí… y no puedo dejar de mirar a Luciano —admitió Sofía, un poco sonrojada—. Es… impresionante.

Cuando finalmente el equipo de Luciano ganó, la multitud estalló en aplausos. Sofía y sus amigas gritaron de alegría, y Luciano, al mirar hacia ellas, sonrió ampliamente. Su mirada se detuvo en Sofía un instante más largo de lo habitual, y ella, con el corazón latiendo con fuerza, le devolvió la sonrisa que lo había hecho sentirse invencible en la cancha.

Ese sábado por la tarde, entre victorias, gritos y miradas cómplices, Sofía comprendió que su nueva vida en el pueblo podía traer momentos emocionantes, risas sinceras y alguien que, sin proponérselo, empezaba a ocupar un lugar muy especial en su corazón: Luciano Romano.

Antes de ir al vestuario, Luciano se separó un poco de sus compañeros. Entre la emoción y los vítores, buscó a Sofía con la mirada, una sonrisa se dibujó en su rostro.

Se acercó a ella, con esa seguridad relajada que siempre lo caracterizaba.
—¿Qué te pareció el partido? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia ella.

—No estuvo nada mal —respondió Sofía, sonrojada y divertida, mientras veía cómo él la miraba embobado, con una sonrisa que parecía iluminar todo a su alrededor.

—Me alegra escuchar eso —dijo él, aún sonriendo—. Espero verte más tarde en la fiesta.

—Puede que sí —respondió Sofía, con un guiño, sintiendo que su corazón se aceleraba por cada palabra y por la cercanía de él.

Justo en ese momento, Marcos, uno de los amigos de Luciano, se acercó y lo llamó:
—¡Vamos, Lucho! Es hora de ducharse y prepararse para la celebración.

Luciano suspiró y miró a Sofía un último instante, con una mezcla de diversión y deseo.
—Nos vemos más tarde, entonces —dijo, antes de seguir a su amigo hacia el vestuario, dejando a Sofía con el corazón latiendo a mil por hora.

La noche había caído y las luces del pueblo brillaban tenuemente sobre la casa donde se celebraba la fiesta posterior al partido. Sofía, Laura y Nuria se acercaban a la entrada, con el corazón latiendo rápido por la emoción y los nervios.

Sofía había optado por un look cómodo y sencillo: unos jeans azules y una musculosa blanca, su cabello suelto y un maquillaje mínimo que dejaba que su belleza natural se mostrara sin esfuerzo. Se sentía un poco fuera de lugar, pero le gustaba ser ella misma.

Laura y Nuria, en cambio, resplandecían con glamour. Laura llevaba un vestido rojo ajustado, tacones altos y un maquillaje impecable que resaltaba sus ojos y labios. Nuria había elegido un vestido negro elegante, también con tacones y labios pintados de un rojo intenso, su cabello perfectamente peinado.

—Sofi… —susurró Laura mientras las tres caminaban hacia la puerta—. Te veo demasiado sencilla… Pero te queda bien. Eres tú.

—Sí… —dijo Sofía, un poco tímida, pero sonriendo—. Prefiero sentirme cómoda.

—Bah —rió Nuria—. Lo importante es que estemos juntas. Y si aparece Luciano, él no va a fijarse en los tacones ni en los vestidos.

Sofía asintió, con una mezcla de nervios y emoción. Aunque su estilo fuera totalmente diferente al de sus amigas, la idea de estar en la misma fiesta que Luciano la hacía sentir más valiente de lo que esperaba.

Mientras se acercaban a la casa, la música comenzó a escucharse más fuerte, y Sofía sintió un cosquilleo en el estómago. Mañana sería otra historia, pero esta noche, entre luces, risas y miradas, todo parecía posible.

La música sonaba fuerte y la casa estaba llena de luces y risas. Luciano estaba sentado en el sofá, rodeado de sus amigos y de varias chicas populares que lo saludaban y charlaban. Entre ellas estaba Carmela, la chica con la que había tenido algo durante el verano, que se acercó y se sentó junto a él con una sonrisa coqueta y segura.

—¡Hola, Luciano! —dijo Carmela, acercándose un poco más de lo necesario—. Pensé que no vendrías.

—Sí, aquí estoy —respondió él, con una sonrisa cordial pero distraída—. Ha sido un día largo con el partido.

Carmela no se dio por vencida; se acomodó a su lado y empezó a hablarle de manera insistente, recordándole recuerdos del verano y tratando de captar su atención. Pero Luciano no podía concentrarse del todo. Su mente y sus ojos buscaban en cada rincón de la fiesta a Sofía, que todavía no había llegado.




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