El número 25

Capítulo 10

La puerta de la casa se abrió y Sofía entró con Laura y Nuria a su lado. Sus jeans y musculosa blanca contrastaban con los vestidos y tacones de las demás chicas, pero eso no podía importarle menos. Su mirada, inquieta y nerviosa, empezó a buscar a Luciano entre la multitud.

Luciano, sentado en el sofá, todavía con Carmela a su lado, levantó la vista automáticamente. Su corazón dio un vuelco al ver a Sofía entrar. Por fin, allí estaba ella, sencilla, radiante y totalmente ajena a todas las miradas que la rodeaban.

—Ahí está… —susurró para sí mismo, incapaz de apartar los ojos.

Carmela notó su distracción y frunció ligeramente el ceño, pero él no podía evitarlo. Luciano no podía dejar de mirar a Sofía, fascinado por su naturalidad y esa luz que parecía desprender sin esfuerzo.

Sofía, por su parte, también lo vio al instante. Lo reconoció de inmediato: el chico alto y guapísimo del partido, el mismo que la había hecho reír en la biblioteca y que había ocupado sus pensamientos toda la semana. Un pequeño cosquilleo recorrió su estómago.

Entre la música y el bullicio, a Luciano una sonrisa se le dibujó en el rostro y, casi sin poder contenerse, gesticuló un “hola” hacia ella.

Sofía, al ver el gesto, levantó la mano en respuesta, tímida y sorprendida a la vez. Por un instante, todo parecía ralentizarse: la música, la multitud, las luces… solo existían ellos dos.

Carmela, que estaba sentada a su lado, apoyó la mano en el hombro de Luciano, como recordándole que seguía ahí, mientras lo miraba con una mezcla de sonrisa y advertencia silenciosa. Pero Luciano, con los ojos fijos en Sofía, apenas notó su gesto; toda su atención estaba concentrada en la chica de la musculosa blanca.

Luciano no podía seguir sentado mientras Sofía lo saludaba a distancia. Su corazón latía con fuerza y, por primera vez en mucho tiempo, su atención estaba completamente centrada en ella.

—Es ahora o nunca —se dijo para sí mismo.

Se levantó del sofá, despidiéndose de Carmela con una sonrisa educada pero firme, sin dejar que la presión de la chica lo desviara. Carmela, ligeramente sorprendida, apoyó la mano en su hombro, intentando retenerlo, pero él ya estaba decidido.

Luciano, aún con un vaso de refresco en la mano, decidió acercarse a Sofía. Caminó entre la multitud y se detuvo frente a ella, con una sonrisa cálida que hacía que su corazón latiera más rápido.

—Hola —dijo suavemente, inclinándose un poco hacia ella—. Me gusta que hayas venido… realmente.

Sofía sonrió, algo nerviosa, mientras sentía cómo cada palabra de él la hacía sentirse más ligera.
—Gracias… no podía perdérmelo —respondió, mirando alrededor, consciente del bullicio de la fiesta.

—Me alegra verte aquí —continuó Luciano—. Espero que estés disfrutando un poco.

De repente, Laura y Nuria aparecieron de improvisto.

—¡Sofi, vamos! —gritó Laura, tomándola de la mano—. ¡Es hora de bailar!

—Sí, mujer, ¡muévete! —añadió Nuria, empujándola suavemente hacia la pista—. No puedes quedarte escondida todo el tiempo.

Sofía suspiró y se dejó llevar, dejando a Luciano atrás. Mientras giraba y se movía al ritmo de la música, él la observaba embobado, con el vaso de refresco en la mano, incapaz de apartar los ojos. Cada sonrisa, cada movimiento, cada risa de Sofía lo tenía completamente fascinado.

—Vaya… —pensó Luciano, con una sonrisa ligera—. No necesito bailar para disfrutarla.

Y así, mientras Sofía bailaba entre risas y torpezas, Luciano se quedó allí, mirándola, disfrutando de cada instante de su presencia, consciente de que esa noche, y quizás muchas más, ella tenía toda su atención.

Sofía bailaba entre risas, guiada por Laura y Nuria, que no dejaban de animarla y bromear a cada paso. Aunque al principio se sentía un poco fuera de lugar, pronto comenzó a disfrutar de la música y del ambiente festivo.

Mientras tanto, Luciano seguía a unos pasos de distancia, apoyado contra una pared con el vaso de refresco en la mano. No bailaba, no necesitaba hacerlo: mirarla era suficiente para mantenerlo hipnotizado. Cada risa suya, cada movimiento al ritmo de la música, hacía que su corazón se acelerara.

—¡Sofi! —gritó Laura entre risas—. ¡Mira que te estamos enseñando los pasos y tú ni miras!

—¡Estoy concentrada! —respondió Sofía, intentando no tropezar mientras reía—. ¡Y además… tengo espectadores!

Luciano levantó la ceja y sonrió ante el comentario, como si ella supiera exactamente que lo estaba mirando. Sofía, al notar su mirada, se sonrojó ligeramente, pero siguió bailando, dejando que sus amigas la arrastraran por la pista.

Él la observó, con la cabeza ligeramente inclinada y los ojos fijos en ella. La luz de la fiesta iluminaba su rostro, y su sonrisa natural lo dejó sin palabras por un instante. Incluso Carmela, que estaba cerca, parecía perder algo de protagonismo ante la sencillez y encanto de Sofía.

Sofía, sintiéndose un poco cansada de tanto baile, decidió ir a buscar algo para tomar. Sus amigas, Laura y Nuria, seguían en la pista, riendo y moviéndose al ritmo de la música, sin notar que Sofía se alejaba unos pasos.

Mientras caminaba hacia la mesa de bebidas, Luciano la vio y no dudó ni un segundo. Dejó el vaso de refresco que aún sostenía y la siguió, moviéndose entre la multitud con esa seguridad que siempre lo caracterizaba.

Sofía se agachó un momento para servirse agua, y al incorporarse, se encontró con Luciano justo a su lado. Él sonrió, esa sonrisa cálida que lograba desarmarla en segundos.

—Hola —dijo él suavemente, inclinándose un poco hacia ella—.

—Hola —respondió Sofía, un poco nerviosa pero contenta—. De nuevo!

Luciano asintió, tomando un sorbo de su vaso mientras la miraba con atención:
—Me gusta verte aquí… y verte sonreír.

Sofía rió suavemente, y por un instante, todo lo demás desapareció.

Por un momento, se quedaron en silencio, mirándose, y Sofía sintió cómo el corazón le daba un vuelco. Luciano tenía esa capacidad de hacerla sentir especial sin siquiera tocarla.




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