El número 25

Capítulo 13

Esa mañana, al llegar al instituto, Luciano la vio junto a su taquilla, guardando cuidadosamente sus cuadernos. El sol de la mañana iluminaba su cabello, y por un instante, todo lo demás desapareció a su alrededor.

Él le sonrió y levantó la mano para saludarla, con esa facilidad suya que siempre la hacía sentir vista.

Sofía lo miró de reojo, entrecerrando los ojos como midiendo la distancia. No dijo nada, ni una palabra ni un gesto de reciprocidad, y se giró, cerrando la taquilla con firmeza, como si él no existiera.

Luciano sintió un pequeño golpe en el pecho. No estaba acostumbrado a que alguien lo ignorara así, y mucho menos Sofía. Sin embargo, la distancia no hizo que pudiera dejar de observarla mientras se alejaba por el pasillo, cada paso suyo grabándose en su memoria.

Por su parte, Sofía caminaba con el corazón acelerado, mezclando frustración y curiosidad. No quería admitirlo, pero cada vez que lo veía, una parte de ella deseaba que la mirara como antes, aunque solo fuera por un instante.

En el entrenamiento, Luciano estaba distraído como nunca antes. Cada vez que lanzaba a canasta, su mente volvía a la imagen de Sofía alejándose del polideportivo, su sonrisa tímida todavía grabada en su memoria.

—¡Romano, mira dónde tiras! —gritó Marcos tras otro fallo fácil.

Luciano se sacudió la cabeza y volvió a intentarlo, pero era inútil; cada movimiento parecía torpe, cada tiro ligeramente desviado. Sus amigos empezaban a mirarlo con preocupación.

—Tío… últimamente estás en las nubes —comentó uno, entre risas—.

—Sí, colega —añadió otro—. Tú estás… como distraído todo el tiempo. Ten cuidado, que eres el capitán del equipo.

Luciano fingió una sonrisa despreocupada, pero por dentro sentía la frustración hervirle. Sabía que sus amigos tenían razón en algo: Sofía lo estaba desarmando. Y cuanto más intentaba ignorarlo, más presente estaba ella en sus pensamientos.

Se apartó un momento, apoyando las manos en las rodillas, respirando hondo. Los compañeros lo miraron, sorprendidos por el silencio repentino, y Marcos se acercó:
—Oye, Romano… ¿estás bien?

Luciano los miró, y aunque sus labios se curvaron en una ligera sonrisa, sus ojos delataban lo que no quería admitir: no podía sacarse a Sofía de la cabeza.

—Chicos, me voy un momento —dijo, intentando sonar casual, aunque la urgencia brillaba en sus ojos.

Se dirigió a la biblioteca, recorriendo los pasillos con paso rápido. La vio al instante, sentada en su lugar habitual, entre apuntes y libros, con el cabello cayéndole sobre el rostro mientras escribía algo. Su corazón se aceleró.

Se acercó lentamente, tratando de no parecer demasiado ansioso. Cuando estuvo a unos metros, ella levantó la vista y sus ojos se encontraron. Hubo un silencio breve pero intenso, un instante en el que parecía que todo podía decirse sin palabras.

Luciano quiso hablar, pero no encontró nada que decir.
—Hola… —susurró, apenas audible.

Sofía bajó la vista, recogiendo con calma sus cosas. Su gesto era tranquilo, pero cada movimiento le hacía a él sentir que se le escapaba de las manos. Guardó los apuntes, cerró su cuaderno y se levantó.

—Tengo que irme —dijo suavemente, sin mirarlo de nuevo.

Luciano se quedó de pie, paralizado, viendo cómo se alejaba. Su corazón latía con fuerza y una sensación de vacío lo invadió: otra vez, Sofía se había escapado de sus manos, dejándolo solo con sus pensamientos y la frustración de no haber logrado acercarse.

Después de que Sofía se marchara, Luciano permaneció unos segundos en silencio, con el balón de baloncesto aún en las manos, como si sostenerlo pudiera ayudarlo a recomponerse. Su respiración era rápida, y en su pecho había un cosquilleo extraño: frustración, deseo y curiosidad mezclados.

Se dejó caer en una de las sillas cercanas a la biblioteca, observando el lugar por donde ella había salido. Cada movimiento de Sofía, cada gesto pequeño que había logrado ver, se reproducía en su mente una y otra vez. No podía sacársela de la cabeza.

—Joder… —murmuró para sí mismo—. ¿Por qué es tan difícil acercarme a ella?

Sus amigos del equipo, acostumbrados a verlo seguro y dominante, empezarían a notar cambios: llegaba tarde a los entrenamientos, fallaba tiros fáciles y la mirada se le iba más de lo normal. Pero ahora mismo, no le importaba nada más que ese instante en que Sofía había cruzado la puerta, dejándolo con el deseo de hablarle y la certeza de que, de alguna manera, ella también lo había notado.

Mientras se preparaba para volver al entrenamiento, no pudo evitar pensar: tengo que encontrar la manera de hablar con ella… pero cómo, si cada vez que lo intento, desaparece.

Mientras caminaba de regreso a casa, Sofía no podía quitarse de la cabeza el momento con Luciano en la biblioteca. Cada vez que cerraba los ojos, veía cómo sus manos se rozaban al sostener el balón, la cercanía inesperada, la mirada intensa que él había dirigido hacia ella.

Suspiró, intentando convencerse de que no significaba nada, de que era solo un gesto casual. Pero su corazón no parecía escucharla. Sentía una mezcla de confusión y curiosidad que la hacía sonrojarse sin que pudiera evitarlo.

Al llegar a su calle, el aire fresco de la tarde la hizo reaccionar un poco. Se detuvo frente a su casa, y por un momento contempló la ventana de su habitación, recordando cómo se había sentido el primer día, extraña y fuera de lugar. Ahora, sin embargo, había alguien que lograba que su mundo se sintiera más liviano, incluso por unos instantes.

—Qué complicado eres… —murmuró para sí misma, con una media sonrisa—. Y yo… igual de tonta.

Subió las escaleras con pasos lentos, dejando que el recuerdo de él la acompañara, mezclando la frustración de no haber podido hablarle con la extraña emoción de saber que, de algún modo, ambos estaban pensando en el otro.

En su habitación, se sentó en el borde de la cama, el cuaderno en las manos, pero sin ganas de escribir. Sacó el móvil y, aunque no escribió nada, no podía evitar mirar los mensajes pasados, esperando quizá uno suyo, aunque sabía que aún era demasiado pronto.




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