Sofía caminaba por el pasillo iluminado tenuemente hasta volver al salón principal, donde la música retumbaba y la fiesta parecía estar en su punto más alto.
De pronto distinguió a Laura y a Nuria entre un grupo más grande, sentados en círculo en el suelo, rodeados de vasos rojos y risas cómplices. Cuando la vieron, ambas le hicieron señas entusiasmadas.
—¡Sofi, ven! —gritó Nuria por encima de la música.
Ella dudó un segundo, pero terminó acercándose. Se sentó entre sus amigas, sintiéndose algo fuera de lugar al descubrir que también estaban varios de los amigos de Luciano… y, por supuesto, Carmela con sus inseparables, que la observaban con esa mezcla de curiosidad y desdén.
Laura, con una sonrisa cómplice, le susurró al oído:
—Están jugando a “7 minutos en el cielo”.
El estómago de Sofía se encogió al instante. No era un juego que le divirtiera, al contrario, le ponía los nervios de punta. Aun así, no quiso quedar como la aburrida de siempre y se quedó en el círculo, riendo a medias como si no pasara nada.
En medio de las bromas y los gritos, alguien giró la botella vacía en el centro del grupo. Los nombres se iban cruzando entre risas, algunos regresaban despeinados, otros hacían gestos misteriosos.
Fue entonces cuando él apareció. Luciano se dejó caer en el círculo, aún con la camiseta del partido y el cabello húmedo por la ducha. Saludó a los suyos con un gesto despreocupado y luego, inevitablemente, sus ojos se encontraron con los de Sofía. Ella apartó la mirada enseguida, sintiendo que las mejillas le ardían.
—¡Perfecto, Romano se une al juego! —gritó uno de sus amigos, celebrando.
Carmela sonrió con malicia, relamiéndose la oportunidad. Sofía tragó saliva, presintiendo que algo estaba a punto de ocurrir.
La botella volvió a girar, dando vueltas sobre el suelo pegajoso por la cerveza derramada. El mundo pareció detenerse mientras todos miraban hacia el centro, expectantes.
Hasta que poco a poco la botella redujo la velocidad y, con un golpecito final, el cuello quedó apuntando directamente hacia… Sofía.
Un murmullo recorrió el círculo. Ella se tensó entera, con las manos apretadas sobre las rodillas. Antes de poder reaccionar, la voz de alguien estalló en carcajadas:
—¡Siete minutos en el cielo con Sofía!
Los ojos de todos se clavaron en ella, y entonces giraron hacia Luciano, porque la regla era clara: el turno debía completarse.
Luciano no se movió de inmediato, pero en su rostro apareció esa media sonrisa ladeada que Sofía conocía bien. Sus amigos lo animaban a gritos, Carmela apretó la mandíbula tratando de disimular, y Sofía deseó que el suelo se la tragara de una vez.
—Vamos, Romano, no seas tímido —bromeó Marcos, dándole un empujón.
Luciano se levantó despacio, y sin apartar la mirada de Sofía, extendió una mano hacia ella.
—¿Vienes? —preguntó, con la voz grave, apenas audible entre el bullicio.
El corazón de Sofía latía tan fuerte que pensó que todos podían escucharlo.
El bullicio del círculo quedó atrás cuando Luciano abrió la puerta de un cuarto pequeño, apenas iluminado por una lámpara de pie. Al cerrar, el sonido de la música y las risas se transformó en un murmullo lejano, casi como si perteneciera a otro mundo.
Sofía se quedó de pie junto a la pared, con los brazos cruzados, como si buscara protección. No sabía dónde mirar, y menos aún qué decir. El aire parecía demasiado denso, y el silencio se le clavaba en el pecho.
Luciano, apoyado contra la puerta, la observaba. La luz tenue le marcaba el contorno del rostro y el brillo inquieto de los ojos.
—¿Así que… siete minutos —murmuró con una media sonrisa, intentando romper la tensión—. Nunca pensé que iba a jugar esto de nuevo.
Sofía levantó apenas la mirada.
—Yo nunca lo jugué —confesó, casi en un susurro.
Luciano arqueó una ceja, sorprendido.
—¿En serio? ¿Ni una vez?
Ella negó con la cabeza, y él dio un par de pasos hacia adelante. No era amenazante, pero su sola presencia llenaba el espacio.
—Entonces… supongo que ahora sí —dijo, con un dejo travieso.
Sofía tragó saliva, nerviosa.
—No hace falta… podemos simplemente esperar a que pase el tiempo.
Luciano la miró en silencio unos segundos. Luego bajó la vista y murmuró:
—¿Y perder la oportunidad de estar a solas contigo? Ni loco.
Las palabras la desarmaron. El corazón le dio un vuelco, y de golpe todo lo que había sentido en esos días —las dudas, las inseguridades, la distancia que él mismo había puesto— chocaron con esa confesión sencilla.
—Luciano… —dijo ella, bajando la mirada—. Dejaste de escribirme. De venir a las tutorías. Yo… pensé que ya no te interesaba.
Él frunció el ceño y se acercó un poco más, con el gesto serio.
—Me interesas, Sofi. Mucho más de lo que imaginás. Solo que… —suspiró, rascándose la nuca— a veces siento que todo el mundo espera algo de mí. El equipo, los amigos, la beca… y tú eres distinta. No quería complicarte con mis líos.
Ella lo miró, sorprendida por la sinceridad en su voz. Durante un instante, el silencio volvió a ocupar el cuarto, cargado de algo nuevo: no solo tensión, sino verdad.
Luciano dio un paso más y quedó frente a ella, lo bastante cerca como para que Sofía pudiera sentir el calor de su cuerpo.
—Pero si te preocupa lo del golpe —añadió, con una sonrisa ladeada—, estoy bien.
Sofía no pudo evitar reír suavemente, aunque el nudo en su garganta seguía ahí.
—Claro que me preocupa —admitió, bajando los ojos.
Él inclinó la cabeza, buscándole la mirada.
—¿Entonces sí? ¿De verdad te importo?
Sofía levantó la vista, y en ese instante sus ojos se encontraron. Tan cerca, tan intensos, que el mundo afuera dejó de existir.
Luciano se inclinó un poco más, como dudando si debía acortar la distancia. Sofía, con el corazón desbocado, no se movió. Solo respiraba rápido, sintiendo que los segundos pasaban demasiado lentos.