El aire del instituto estaba cargado de emoción. El clásico contra el equipo rival iba a decidir mucho: posiciones, orgullo y, sobre todo, la confianza que el entrenador tenía en Luciano. Para todos, él era la pieza clave, y esa presión parecía pesar más que cualquier mochila o uniforme.
Sofía, sentada en la primera fila de las gradas, sentía una mezcla de nervios y admiración. Sabía lo importante que era para él este partido y lo mucho que había entrenado durante la semana. Sus dedos temblaban ligeramente mientras sostenía el móvil. Finalmente, decidió enviarle un mensaje antes de que entrara al vestuario:
"¡Mucha suerte, Lu! Estaré animándote desde la primera fila. Cuídate mucho… y… te quiero."
Lo había escrito, borrado, vuelto a escribir y dudado un par de veces antes de enviarlo. Finalmente, pulsó “enviar” y sintió un cosquilleo en el estómago. La pantalla mostró el “visto” de inmediato, pero no contestó al instante. Sofía sonrió tímidamente, intentando disimular su nerviosismo mientras respiraba hondo.
En el vestuario, Luciano miró el móvil y sonrió al instante. Su corazón se aceleró al leer el mensaje, y por un momento, todas las dudas y la presión que sentía desaparecieron. Solo estaba Sofía, con sus palabras, dándole fuerza.
—¿Te preocupa que me vea demasiado nervioso? —murmuró para sí mismo, mientras guardaba el móvil en el bolsillo.
El entrenador entró con su característico aire serio, y el murmullo de los compañeros llenó la sala. Luciano respiró hondo, intentando concentrarse, pero las palabras de Sofía resonaban en su mente, recordándole que alguien creía en él, que lo apoyaba de manera incondicional.
Cuando salieron al campo, los focos iluminaban la cancha y el público estallaba en aplausos y vítores. Luciano lanzó un vistazo a la grada, buscando a Sofía entre la multitud. La vio con los ojos brillantes, el móvil apoyado en las manos, sonriendo y animándolo con cada gesto. Sintió que un peso enorme se levantaba de sus hombros.
Cada pase, cada tiro, cada esfuerzo que daba en el partido ahora llevaba consigo un extra de motivación. Sabía que no solo estaba jugando por el equipo o por la beca: lo estaba haciendo también por ella, por ese vínculo silencioso que se habían construido y que ahora le daba fuerzas para superar la presión de entrenadores, padres y compañeros.
Mientras el partido avanzaba, Sofía no podía dejar de mirarlo, conteniendo el aliento con cada jugada. Cada vez que sus ojos se encontraban, ella le sonreía, y Luciano sentía cómo toda la tensión acumulada se transformaba en una energía positiva que lo impulsaba a dar lo mejor de sí.
El partido aún no había terminado, pero ya era evidente: la conexión entre ellos, aunque secreta, era más poderosa que cualquier presión externa.
El partido llegó a su clímax y, con cada jugada, la tensión se hacía más palpable. Luciano estaba concentradísimo, moviéndose con precisión, anticipándose a los rivales y liderando al equipo con determinación. Cada pase que daba, cada tiro que acertaba, lo acercaba más a la victoria.
Cuando sonó el pitido final, la euforia estalló. Su equipo había ganado gracias a él. Los compañeros de Luciano lo rodearon, abrazos, golpes en la espalda y gritos de alegría llenaban el campo. Él sonreía, pero su mente buscaba algo más: Sofía.
Entre la multitud, la vio. Sofía estaba de pie junto a Laura y Nuria, aplaudiendo con entusiasmo y los ojos brillantes. Al cruzar miradas, Luciano no pudo evitar sonreírle. Levantó la mano, le guiñó un ojo y, con un gesto juguetón, le lanzó un beso.
Sofía, sorprendida y emocionada, se sonrojó, levantando la mano para devolverle el gesto sin poder dejar de sonreír. El corazón le latía con fuerza.
Sin embargo, no todo el mundo estaba feliz. Carmela, que había observado la escena desde un rincón, frunció el ceño con evidente enfado. La forma en que Luciano buscaba a Sofía con la mirada, el guiño y el beso en el aire… todo eso le quemaba. La rabia y los celos le daban vueltas mientras veía cómo su plan de hacerse notar frente a Luciano se desmoronaba ante la nueva.
—Vaya… —murmuró Carmela entre dientes—. Menuda sensación de impotencia…
Mientras tanto, Luciano, consciente de la mirada de Carmela pero sin importarle, volvió a centrar su atención en Sofía. La victoria del equipo no era solo un triunfo en el marcador: era un momento compartido con ella, un recordatorio silencioso de que, a pesar de la presión de entrenadores, amigos y expectativas, había alguien que le daba fuerzas, alguien que lo hacía sentirse completo.
Sofía no podía dejar de sonreír mientras el murmullo del público continuaba. Sabía que aquel pequeño gesto de Luciano había hecho que todo el esfuerzo y la tensión de la semana valieran la pena. Y, aunque Carmela la observaba con bronca, eso ahora era lo de menos.
Cuando el bullicio del público comenzó a calmarse, Luciano se abrió paso entre sus compañeros del equipo, aún con la camiseta sudada y la respiración agitada, hasta encontrar a Sofía entre la multitud. Sus ojos se iluminaron al verla, aplaudiendo con entusiasmo junto a Laura y Nuria.
—¡Sofi! —llamó, levantando la mano y sonriendo ampliamente—. ¿Cómo lo has pasado?
Sofía, ruborizada y con el corazón acelerado, le devolvió la sonrisa y alzó la mano para saludarlo.
—¡Fenomenal! —contestó, la voz un poco más alta de lo habitual—. Lo has hecho increíble, Luciano. Todo el equipo… ¡y tú especialmente!
Él se acercó un poco más, aprovechando que el ruido de la grada todavía disimulaba su cercanía.
—Gracias… —dijo, apoyando suavemente una mano en el respaldo de la silla cercana a Sofía—. Pero no habría sido lo mismo sin tu apoyo desde la primera fila. Verte aplaudir me ha dado fuerzas.
Sofía sintió un cosquilleo recorrerle el cuerpo. Por un instante, todo lo demás desapareció: la euforia del partido, la presión de los entrenadores, incluso la mirada de Carmela que seguía lanzando rayos de envidia desde un rincón. Solo existía Luciano, con esa sonrisa que parecía iluminarle el mundo.