La música retumbaba en todo el polideportivo, mezclándose con risas, charlas y los pasos de baile improvisados. Las luces de colores iluminaban la multitud, creando un ambiente eléctrico. Sofía entró con Laura y Nuria, todavía emocionada por la victoria del partido, pero su mirada buscaba constantemente a Luciano.
Él estaba rodeado de sus amigos, celebrando, riendo y alzando los brazos en señal de triunfo. Cuando vio a Sofía, le dedicó una sonrisa y un guiño cómplice, pero antes de que pudiera acercarse, Carmela apareció a su lado. La joven se colgó del brazo de Luciano con una sonrisa exagerada:
—¡Vaya! ¿Así que vienes solo, Romano? —dijo, su tono cargado de falsa dulzura—. ¿Y qué haces por aquí tan pronto?
Luciano sonrió de manera incómoda, sabiendo que Carmela estaba decidida a no dejarlo tranquilo.
—Eh… nada, solo disfrutando de la fiesta —respondió, apartando la mano suavemente de Carmela, aunque ella se mantenía pegada—.
Sofía, desde el otro lado de la sala, sintió un nudo en el estómago. Carmela no dejaba que se acercara, burlándose con sutileza y haciendo que los amigos de Luciano rieran ante cada comentario sarcástico.
—¡Qué aburrido estás! —susurró Carmela, refiriéndose a Sofía, mientras se pegaba un poco más a Luciano—. ¿Qué tal si bailamos? Seguro que te lo pasas mejor…
Luciano tragó saliva, consciente de la presión de todos sus amigos y de la insistencia de Carmela. Pero, al mismo tiempo, su mente estaba con Sofía. No podía ignorar lo que sentía por ella, la forma en que le aceleraba el corazón cada vez que la veía, ni cómo deseaba que estuviera a su lado.
La música subió de volumen y todos se dirigieron a la pista de baile. Las luces de colores parpadeaban sobre los cuerpos que se movían al ritmo de los éxitos del momento, creando un ambiente eléctrico y caótico. Sofía se abrió paso entre sus amigas y algunos grupos de estudiantes, intentando disfrutar, pero sin dejar de buscar a Luciano con la mirada.
Él, consciente de la presencia de Carmela pegada a su brazo, se movía con cuidado, buscando la forma de acercarse a Sofía sin llamar la atención. Entre empujones y risas, logró colocarse cerca de ella, quedando espalda con espalda mientras giraban ligeramente al ritmo de la música. La proximidad era suficiente para que sintieran el calor del otro, y Luciano aprovechó para rozar suavemente la mano de Sofía con la suya.
—Sofi… —susurró al oído, con una sonrisa que sólo ella podía ver—. Te espero afuera, bajo las gradas.
Sofía sintió que el corazón se le aceleraba. Una mezcla de nervios y emoción recorrió su cuerpo mientras asintía apenas con la cabeza, disimulando entre la multitud. Él se retiró un poco hacia la pista, manteniendo la compostura frente a Carmela y sus amigos, pero el gesto había sido suficiente: un pequeño contacto, un mensaje secreto que sólo ellos compartían en medio del bullicio.
Durante el resto de la canción, ambos continuaron moviéndose al ritmo, con la sensación de que cada mirada y cada roce furtivo eran un pacto silencioso. Sofía sonreía para sí misma, sabiendo que, a pesar de Carmela y de todo lo que los rodeaba, ese momento les pertenecía sólo a ellos.
Sofía llegó al punto de encuentro con el corazón latiéndole a mil. Bajo las gradas, el bullicio de la fiesta quedaba amortiguado, creando un pequeño refugio sólo para ellos. Luciano ya estaba allí, apoyado contra una de las vigas, con esa sonrisa que le hacía perder la cabeza a Sofía.
—Hola… —susurró ella, un poco nerviosa, mientras se acercaba—. Gracias por esperarme.
Él negó con la cabeza y le tomó suavemente la mano. Sus dedos se entrelazaron de inmediato, y Sofía sintió un cosquilleo recorriéndole el brazo.
—Sofi… basta de escondernos —dijo Luciano, mirándola a los ojos con seriedad—. No estamos haciendo nada malo. No tenemos que ocultarnos.
Ella lo miró, sorprendida y conmovida, pero sus labios temblaron antes de hablar:
—Luciano… tengo miedo. —Se mordió el labio, bajando la mirada—. Sé lo que Carmela puede hacer. Ella quiere volver contigo… y todo el instituto la conoce, la apoya. Yo no quiero convertirme en su blanco, no otra vez.
Luciano frunció el ceño, acariciándole suavemente la mejilla para obligarla a levantar la mirada.
—Eh… mírame. —Su voz sonó firme, aunque dulce—. Carmela podrá decir misa, pero yo no quiero estar con ella. No me importa si tiene a medio instituto detrás. La que me importa eres tú.
Sofía tragó saliva, todavía insegura, pero el calor de la mano de Luciano en su piel la fue calmando poco a poco.
—¿De verdad…? —preguntó en un susurro.
—De verdad —respondió él sin dudar—. No quiero a Carmela, no quiero a nadie más. Solo a ti.
Entonces se inclinó hacia ella y la besó, primero despacio, tierno, hasta que Sofía se dejó llevar y el beso se volvió más intenso, arrebatador. Ella se abrazó a su cuello, aferrándose como si no quisiera soltarlo nunca, mientras él la estrechaba contra sí, como si con ese gesto pudiera protegerla de todo lo que temía.
Cuando se separaron apenas un instante, con la respiración agitada y las frentes apoyadas, Luciano susurró:
—No necesitamos escondernos, Sofi. Lo nuestro no es un error.
Ella cerró los ojos, dejando escapar un suspiro cargado de emoción. Por primera vez, empezaba a creerlo.
Sofía todavía tenía el pulso acelerado cuando Luciano volvió a entrelazar sus dedos con los de ella. Sus manos encajaban con una naturalidad que la estremecía.
—Entonces… ¿qué dices? —preguntó él, con una media sonrisa que escondía cierta impaciencia—. ¿Volvemos a la fiesta juntos?
Sofía lo miró con los ojos muy abiertos. La idea le parecía imposible minutos antes, pero ahora, con el calor de su mano rodeando la suya, con el recuerdo fresco de sus palabras y de su beso, algo dentro de ella se encendió.
Respiró hondo y asintió despacio.—Sí. Vamos juntos.
Luciano la miró como si acabara de ganar el partido más importante de su vida. Apretó su mano con fuerza, y ambos comenzaron a caminar hacia la salida de las gradas. El murmullo de la música y las voces fue creciendo a medida que se acercaban.