El número 25

Capítulo 23

El lunes amaneció con un aire distinto. Para Sofía, los minutos frente al espejo parecían eternos: cada detalle contaba, porque esa mañana no iba a caminar sola hasta el instituto. Aún le costaba creerlo, pero Luciano le había escrito la noche anterior, directo y seguro: “Mañana paso por tu casa. Vamos juntos.”

El timbre sonó puntual, y fue su hermano pequeño el primero en abrir. —¡El gigante! —exclamó divertido, provocando que Luciano riera. Sofía apareció enseguida, intentando no mostrar lo nerviosa que estaba.

—Hola… —dijo ella, mordiéndose el labio.
—Hola, preciosa —respondió él, inclinándose un poco para rozar su mejilla con un beso rápido.

Caminaron juntos hasta el instituto, de la mano, entre risas y silencios cómplices. Sofía notaba la presión de cada paso, consciente de que todo el mundo los vería, pero a la vez sentía un orgullo inesperado: por fin no tenían que esconderse.

Al doblar la esquina del edificio, las primeras miradas se clavaron en ellos. Un par de chicos se quedaron boquiabiertos, y un grupo de chicas empezó a murmurar con disimulo pésimo. Para cuando atravesaron la puerta principal, la noticia ya corría como pólvora.

En el pasillo, Laura y Nuria los esperaban. Ambas soltaron un gritito emocionado al verlos juntos:
—¡Pero bueno! —exclamó Nuria—. Esto sí que no me lo esperaba tan pronto.
Sofía se encogió de hombros, con la sonrisa imposible de ocultar, mientras Luciano saludaba con naturalidad, como si llevara toda la vida entrando con ella de la mano.

La calma duró poco. Carmela apareció al fondo del pasillo, con sus dos inseparables a los lados. Se quedó inmóvil un instante, observando la escena como si no pudiera creerla. Luego avanzó con una sonrisa venenosa.

—Vaya, qué monada —dijo con voz alta, lo bastante como para que todos escucharan—. El capitán del equipo con la ratoncita de biblioteca. ¿Cómo se dice? ¿Los polos opuestos se atraen?

Sus amigas rieron al unísono, dándole coro a la burla.

Sofía bajó la mirada, sintiendo cómo las palabras le pinchaban como agujas. Pero antes de que pudiera reaccionar, Luciano se giró hacia Carmela con una firmeza que sorprendió a todos:

—Carmela, ya basta. —Su voz sonó clara y sin titubeos—. ¿Te parece gracioso? Porque a mí no. Sofía es increíble. Y si no lo ves, lo siento por ti.

El silencio se extendió de golpe. Carmela intentó recomponerse con una risa forzada, aunque la tensión en su cara delataba su rabia.
—Relájate, Lucho… solo estaba de broma —murmuró, apartando la vista.

Luciano apretó un poco más la mano de Sofía y, sin añadir nada más, la guió hacia adelante, atravesando el pasillo como si nada pudiera detenerlos.

Para Sofía, aquel gesto lo significó todo. No era solo la mano entrelazada, ni las palabras frente a todos. Era la certeza de que, pase lo que pase, Luciano había decidido caminar a su lado.
El murmullo sobre la nueva pareja no tardó en llegar al gimnasio. Cuando Luciano entró al vestuario esa tarde, varios ya lo estaban esperando con miradas cargadas de curiosidad.

—Tío, ¿es verdad lo que se comenta? —saltó Iván, con una media sonrisa—. ¿Has venido de la mano con la cerebrito del curso?

Algunos se rieron, otros simplemente lo miraban esperando una explicación. Luciano dejó su mochila en el banco y se encogió de hombros.

—No veo dónde está lo raro —contestó tranquilo—. Me gusta Sofía. Punto.

El silencio que siguió fue breve, roto por la voz de Marcos, siempre el más competitivo y también el más envidioso:
—Lo raro es que tengas la cabeza en otra cosa que no sea el equipo. Si estás pensando en ella todo el tiempo, ¿cómo pretendes que mantengamos la capitanía?

—Déjalo ya, Marcos —intervino Diego, uno de los más cercanos a Luciano—. Ganamos el partido gracias a él, ¿o se te olvida?

—Un partido no lo es todo —replicó el otro, con tono agrio—. Si empieza a distraerse, perderemos lo que queda de temporada.

Luciano respiró hondo, conteniendo la rabia. Sabía que Marcos buscaba cualquier excusa para quitarle el liderazgo. Pero esta vez no iba a callar.

—Escucha —dijo, mirándole directamente—. Yo nunca he fallado al equipo, y no voy a empezar ahora. Pero tampoco voy a esconder lo que siento solo porque a ti no te parezca bien.

Un murmullo recorrió el vestuario. Algunos asentían, otros parecían incómodos. La tensión quedó flotando en el aire, hasta que el entrenador entró y todos se callaron de golpe.

Luciano se sentó a atarse las zapatillas, sintiendo el peso de todas las miradas. No era fácil llevar encima la presión del equipo, de la beca y de sus amigos… pero mientras pensaba en Sofía, supo que había algo que le daba fuerza suficiente para resistirlo todo.
El rumor de que Luciano y Sofía estaban juntos ya recorría los pasillos del instituto como pólvora. Las miradas curiosas, los susurros a espaldas de ella y los comentarios apenas disimulados la acompañaban a cada paso. Sofía trataba de no darles importancia, aunque por dentro sentía un nudo en el estómago.

Carmela, en cambio, no pensaba quedarse de brazos cruzados. La humillación de ver a Luciano, el chico que siempre había estado a su lado en las fiestas y en las gradas, caminar de la mano con Sofía, la chica reservada que apenas hablaba con nadie, era demasiado para soportarla.

Esa mañana, mientras un grupo de estudiantes charlaba en el patio, Carmela se acercó con su sonrisa más falsa y su tono azucarado.

—Chicos, ¿os habéis enterado? —empezó, captando la atención de todos—. Luciano y Sofía están juntos.

—Ya lo vimos —respondió una chica con naturalidad.

—Sí, pero… —Carmela se inclinó un poco hacia ellos, bajando la voz en un susurro que sonaba a veneno—, ¿no os parece raro? Quiero decir, él, capitán del equipo, el más popular del instituto… y ella… bueno, ella.

Algunos rieron nerviosos. Otros no dijeron nada, aunque las palabras empezaron a calar.




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