3. CAPÍTULO 3
CAPITULO 3: DARA
La cabaña de los Rivers estaba muy lejos de la ciudad principal, Arcadia. Rústica en comparación con la mansión donde solían vivir, pero cálida y acogedora. Contaba con un sótano que conducía a un búnker subterráneo completamente equipado. Tenían comida suficiente para sobrevivir, al menos, durante dos años. La vivienda tenía dos habitaciones, aunque solo usaban una, donde dormían juntas. También había un tercer cuarto, acondicionado como laboratorio. La cabaña era perfecta para ellas: segura, funcional, sin lujos excesivos.
Samantha estaba muy triste. Ya habían pasado dos semanas desde que perdieron contacto con su padre, y regresar a Arcadia no era una opción: los ataques de los Krobis se intensificaban cada vez más. Según los noticieros, la mitad de la ciudad había sido destruida. Los reyes se mantenían ocultos, aunque el rey Jules aún estaba al mando. Por las noches, el retumbar lejano de las bombas se colaba en la cabaña. Sam temblaba al imaginar cómo sobrevivía la gente en la ciudad. Solo quería saber si su padre seguía con vida.
Elizabeth también pensaba en Karl, pero, además, se preocupaba por los ciudadanos de Arcadia. Sabía que algunos tenían refugios en sus casas, pero no todos. A pesar de la riqueza de la ciudad, aún existían sectores pobres y vulnerables.
Cuarta semana de encierro
Elizabeth intentaba mantenerse fuerte por su hija, pero la depresión comenzaba a ganarle. Samantha lo notó. Su madre casi no comía, perdía el interés en todo. Sam era quien le insistía en comer, en levantarse. Sabía que Elizabeth lo intentaba, pero pensar en la posible muerte de Karl —el hombre que siempre creyó en ella desde su ingreso al CIFQT, desde el día cero— la destrozaba.
Esa noche, sin embargo, Elizabeth parecía más despierta que de costumbre.
—Sam, ¿has abierto el regalo de tu padre? —preguntó mientras preparaban la merienda juntas como entretenimiento.
—No... ¿Quieres que lo haga?
Elizabeth asintió. Sam fue hasta la habitación, lo encontró al fondo del armario, envuelto con delicadeza. Abrió la pequeña caja blanca con un lazo dorado. Dentro, había una figura que a simple vista parecía una muñeca: medía unos 25 cm, con cabello negro brillante hasta los hombros, vestida de negro y con ojos oscuros. No pesaba más de medio kilo. En su espalda, estaban grabadas las iniciales "K&E", la firma que siempre usaban sus padres en sus creaciones.
—Esta IA se activará solo si tú se lo ordenas —dijo Elizabeth—. Así la programamos tu padre y yo. Solo tienes que aplastar este botón y hablarle...
Sam pronunció el comando, y la muñeca cobró vida. Sus ojos se encendieron, comenzó a escanear la habitación y saludó a ambas con una voz suave y clara. Ya las tenía registradas. Poseía una base de datos con cientos de rostros, conocimientos y protocolos de comunicación. Era una biblioteca andante.
—Samantha Rivers, como mi propietaria, ¿cómo deseas que me dirija a ti?
—Informal. No me importa mucho eso… ¿Cómo te llamaron mis padres?
—Dara. Pero puedes cambiarme el nombre si lo deseas.
—No, Dara me gusta. ¿Cuáles son tus funciones?
Dara le explicó que podía cambiar de forma, adoptar diferentes apariencias para camuflarse y protegerse. También tenía fuerza aumentada: podía levantar hasta 150 kilogramos.
—¿Puedes convertirte en cualquier cosa?
—No en todo. Mis transformaciones están limitadas a accesorios y objetos pequeños para camuflaje.
Para demostrarlo, Dara se desarmó y transformó en tres accesorios: un broche negro que se perdía en el cabello de Sam, un collar blanco y un anillo. Sam los tomó con cuidado. Parecían adornos comunes. Ella, que nunca fue amante de los accesorios ni los juguetes, se sintió intrigada. Jamás habría imaginado que esos objetos simples ocultaran tanto poder.
—Es interesante. Pero yo decidiré en qué formas puedes convertirte —dijo Sam, tomando el control.
***
Dara logró emocionar a Samantha. También a Elizabeth, quien se sentía orgullosa de su creación. La vida lejos de los lujos no se les hacía difícil. Elizabeth, a diferencia de Karl, no había nacido en una cuna de oro. Su vida antes de él era simple. Se preocupaba solo por ella misma. Pero todo cambió al conocer a Karl, quien vio en ella lo que otros no: inteligencia, fuerza, potencial. Cuando se casaron, tuvo que adaptarse a un nuevo mundo, pero fue él quien se enamoró primero. Elizabeth, huérfana, nunca pensó que alguien como Karl se fijaría en ella. Había llegado al CIFQT gracias a una beca y su trabajo duro. Él cambió su vida.
El tiempo no se detiene, y así ya había pasado más de un año encerrados, las noticias sobre Arcadia en los noticieros eran menos, todo estaba cada vez más extraño. Elizabeth se preparaba para encontrarse con un informante en las afueras, dentro de dos semanas. Se sentía mejor. Aunque seguía sin noticias de Karl, se había resignado. Aún intentaba contactarlo, usando su red de confianza, pero hasta ahora le había resultado inútil.
Por otro lado, la pequeña Samantha también luchaba por mantenerse optimista. Dara se convirtió en su aliada. A sus ocho años, la ausencia de su padre le dolía. Siempre fue su consentida. Cuando rompía algo por construir otra cosa, su madre se enojaba, pero Karl siempre se reía y prometía reemplazarlo. Eso causaba constantes discusiones entre sus padres: Elizabeth sabía lo que cuesta conseguir algo; Karl no.