El Ocaso de Arcadia

1. CAPITULO 5: EL MENSAJE

CAPÍTULO 5

CAPITULO 5: EL MENSAJE

Había estado deambulando por aquella zona del bosque durante días. El pueblo donde vivía desde hacía un tiempo había sido destruido, y ahora solo quedaban ruinas y ecos de lo que fue. El niño —de apenas once años— estaba asustado. Sabía que por allí merodeaban Krobis. Los había visto por primera vez hacía dos días, y desde entonces se mantenía escondido. El terror que sintió al ver a uno tan cerca aún lo perseguía, estaba asustado con la sensación de que su vida estaba por terminar constantemente cada segundo, quería huir, pero no podía cada vez que lo intentaba aparecían. Solo los conocía por libros, nunca pensó encontrarse con uno cara a cara

Intentó huir en varias ocasiones, pero cada vez que lo hacía terminaba en un sobresalto: siempre aparecían de nuevo. Aquella mañana, sin embargo, notó algo extraño en su comportamiento, parecían desesperados, como si buscaran algo —¿o a alguien? Quizás a la mujer de los anuncios esparcidos por todas partes… o, tal vez, a él. Ya no sabía qué pensar.

La mayoría se había retirado, pero uno permanecía en la zona. Fue entonces cuando la vio: una mujer acorralada por ese monstruo. No lo pensó. Salió de su escondite empuñando un arma que había encontrado días atrás. No sabía usarla bien, pero algo en su interior le gritaba que debía ayudarla. No era un niño especialmente valiente, ni heroico, pero en ese instante sintió que no podía quedarse quieto.

Quiso salvarla, pero al final fue ella quien lo salvó a él.

Se sintió inútil, como siempre que estaba frente a aquella mujer que detestaba tanto. Vio cómo la mujer presionaba un dispositivo que provocó una explosión tan potente que lo lanzó por los aires. Por suerte, solo tuvo rasguños, nada grave —al menos físicamente.

Aún sostenía en sus manos el celular que ella le había arrojado justo antes del estallido, y en su mente persistía la expresión en su rostro: una mezcla inexplicable de tristeza y alivio. No podía comprender. ¿Cómo alguien podía verse así antes de morir? Porque eso fue lo que hizo. Se suicidó… para salvarlo.

La zona quedó en silencio. Ni los Krobis ni los humanos acudieron al lugar. Quizás por la magnitud de la explosión, o quizás porque él era el único testigo. Sin embargo, debía marcharse pronto. Si los demás notaban la ausencia de su compañero, volverían.

Pero aquel niño de enormes ojos verdes no podía dejar de llorar. Se sentía débil, inútil, frustrado por no haber podido hacer más. Una voz en su interior repetía: ¿Por qué soy tan débil? Siempre lo pensaba cuando se sentía derrotado. Tal vez por ser tan pequeño… Pero si es así, creceré rápido. Protegeré a quienes quiero, se prometió.

Ya no quería seguir luchando se encontraba cansado… Fue entonces cuando recordó el celular. Con un solo toque se desbloqueó, y apareció un mensaje:

“Pequeño, si estás leyendo esto, seguramente ya no estoy. No te asustes por lo que viste. La vida nunca es fácil, siempre hay que tomar decisiones difíciles, y a veces nos equivocamos... Ve a esta dirección [X]. Ahí encontrarás a mi hija Sam. Ella te ayudará, y tú podrás ayudarla. Mi Hover está cerca: prográmalo para que te lleve.
Adiós, pequeño.
—Elizabeth A.”

Por suerte, sabía leer. Entendió perfectamente el mensaje. Esa mujer —la que se había sacrificado por él— le pedía que cuidara a su hija. Aun así, se sintió abrumado. ¿Ella quería que él cuidara a su hija?

—¿Yo...? Si apenas puedo cuidarme… Soy solo un niño luchando por sobrevivir…

Pero algo dentro de él se encendió. Decidió intentarlo. Después de todo, esa mujer le había dado una nueva oportunidad y ahora la aprovecharía. Y pensó que, al menos por ella, por su hija, podía hacer algo, ya que por Elizabeth no pudo.

Buscó el Hover. Estaba camuflado entre arbustos. Con esfuerzo, logró programarlo y escapar sin ser visto, el celular la activo. El vehículo lo condujo hasta una cabaña situada en un acantilado. Era sencilla, pequeña, casi imperceptible entre la vegetación. Si no te fijabas, podía confundirse con un árbol más.

Al llegar, forzó la puerta y logró entrar, aunque en realidad fue el celular lo que le permitió desbloquear la cerradura. Recorrió la casa con cuidado, habitación por habitación. No había nadie. Bajó entonces al sótano, tal como indicaba el mensaje.

Todo estaba oscuro. Buscó a tientas un interruptor. Al encenderlo, la luz lo cegó por un segundo. Al recuperar la visión, se encontró con la silueta de una niña que le apuntaba con un arma. Lo miraba con el ceño fruncido, confundida. Debería haber sido su madre… pero era él y no su madre.

Sus ojos, grandes y azules, lo miraban con firmeza. No parecía asustada. Sabía disparar. Él no era un Krobi; su piel trigueña lo delataba. Quizá pensaba que era un ladrón. Si lo consideraba una amenaza, dispararía. Era cruel, sí, pero también necesario.

—¿Quién eres? —preguntó ella con frialdad.

Daniel —respondió, tembloroso el pequeño.

Y así fue como Daniel conoció a la niña a quien algún día querría proteger con toda su alma. Desde ese momento, sintió un impulso irracional de protegerla.

Estaba nervioso, tanto como ella. Pero fingió seguridad. Al llegar, pensó que era una broma. Pero ahora, al verla, sintió un vuelco en el pecho. Sus ojos le recordaron a alguien: Niall, su media hermana.




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