El Ocaso de Arcadia

1. CAPITULO 6: SOLA

CAPÍTULO 6

CAPITULO 6: SOLA

Cuando Elizabeth se despidió de Sam, algo en su voz y en su mirada hizo que la niña sintiera que no volverían a verse. Intentó no prestarle demasiada atención. Se aferró a la esperanza: su madre no haría nada que pudiera ponerlas en peligro… ¿verdad?

***

Samantha

Sam jugaba con Dara, su inseparable compañera, mientras esperaba a su mamá. El reloj avanzaba con lentitud, y ya había pasado más tiempo del habitual. Empezaba a inquietarse cuando escuchó un golpe en la puerta. De inmediato corrió al monitor de seguridad. Lo que vio no la tranquilizó: no era su madre quien esperaba afuera.

Con un gesto rápido, le ordenó a Dara camuflarse. La IA se transformó en un brazalete alrededor de su muñeca. Sam tomó un arma y, tragando saliva, se acercó a la puerta. Abrió solo un poco, apuntando al intruso con pulso firme. Estaba asustada, pero no era ingenua. Ese niño, aunque extraño, no era un Krobi.

Era solo un niño. Tenía los ojos verdes, la piel clara pero no fantasmagórica, y el cabello casi rubio —pero no blanco— largo y revuelto con facciones aniñadas. Su expresión era confundida, pero no delataba agresividad ni malicia.

—Hola, pequeña. No te asustes —dijo el niño con una voz suave, tratando de no asustar a la pequeña que tiene en frente suyo—. Soy Daniel, pero puedes llamarme Dan… Tu mamá me envió.

Sam lo observó sin bajar el arma.

—¿Cómo te llamas? —preguntó él, tratando de rellenar el incómodo silencio.

Ella dudó un momento. Había algo en él que no le parecía una amenaza.

—Me llamo Samantha… pero dime Sam.

No pudo evitar la curiosidad. Su madre solía decirle: “Si no preguntas, no aprendes. Peor es quedarse en la ignorancia”.

—Solo para confirmar… ¿Eres humano?

La pregunta era lógica. Casi no había visto a otros humanos en el último año, solo a su madre. Necesitaba una confirmación, por absurda que pareciera.

—Claro que sí. No soy un Krobi. Soy un niño. Tengo nueve años. Tú debes tener unos ocho, ¿verdad? Por eso soy más alto.

—Acertaste —respondió Sam con una sonrisa tímida. Por un instante pensó: “¿será brujo?”, pero descartó la idea enseguida. Solo lo había adivinado… o quizás tuvo suerte.

***

Daniel

“Sam”, pensó Dan, encantado con el nombre. Le gustaba cómo sonaba. La niña parecía feliz de no estar sola por fin, aunque él sabía que esa alegría no duraría mucho.

Se quedó observándola. Tenía un rostro angelical, unos ojos azules intensos que le recordaban a su hermana, Niall, pero esos azules eran más intensos. Su cabello ondulado y corto —incluso él tenía más largo su cabello, el cabello de ella apenas sobrepasaba sus pequeñas orejas— le enmarcaba el rostro, y el flequillo le daba un aire aún más inocente. Sam le ofreció cortarle el cabello a él, pero se negó; su melena era un recuerdo de su madre, algo que aún no estaba dispuesto a dejar ir.

—Oye, quiero presentarte a alguien —dijo Sam animada.

Dan se tensó. ¿Vivía con alguien más? Durante el tiempo que había jugado con ella, no había notado nada raro. Pero pronto entendió.

El brazalete que llevaba la pequeña Sam en la muñeca emitió una luz tenue y comenzó a transformarse hasta tomar forma de… ¿un hada?

—Se llama Dara. Es mi amiga, una IA. ¿Quieres jugar con nosotras?

Dan asintió, maravillado. Nunca había visto una IA así. Dara no solo hablaba y flotaba, sino que parecía tener personalidad. Había visto muchas IAs antes, pero ninguna tan avanzada, ni tan… viva. Sam se burló de su expresión de asombro, según ella había sido muy graciosa.

Jugaron un rato, riendo y explorando el lugar. Sam parecía feliz, sería su segundo amigo, pero Dan notó algo en su mirada: un cansancio profundo, una tristeza contenida. Dan se sintió triste por ella.

—Dan… ¿sabes dónde está mamá? La extraño. Quiero que vuelva ya —preguntó ella, en voz baja.

Él sintió un nudo en la garganta. En tan poco tiempo—apenas tres días—, se había encariñado con esa niña. No quería romperle el corazón… pero tampoco podía mentirle.

—No llores, Dan. Mamá no quiere que lloremos. Ella dice que solo le gusta vernos sonreír. Por eso yo nunca lloro —susurró Sam, tratando de convencerse a sí misma más que a él.

Pero ya era tarde. Sus lágrimas corrían sin que ella pudiera detenerlas. Dan tragó saliva.

—Sam, sabes que tu mamá te ama mucho, ¿verdad?

Ella asintió, con los ojos grandes y brillosos. —“Que pequeña es… pero tengo que decírselo”

—Tu mamá daría todo por ti… —hizo una pausa, le temblaban los labios, “sé que sufrirá, pero tengo que decirle”—. Sami… tu mami no va a volver.

Silencio.

Los ojos de la niña se llenaron de lágrimas. Su rostro cambió. Primero incredulidad, luego tristeza, luego vacío. Aunque sea duro tenía que decírselo, es la verdad, no puede vivir engañada y él no puede construirle un mundo de fantasía, para ella, cuando él es solo un niño a igual que ella




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