El Ocaso de Arcadia

2. CAPITULO 1: INICIO

2. CAPÍTULO 1

CAPITULO 1: INICIO

Samantha

La tristeza se ha vuelto un huésped habitual en el corazón de Sam. No necesitaba invitarla; ella llegaba sola, silenciosa, cómoda, y le recordaba una y otra vez las ausencias que habían marcado su vida: primero su padre, luego su madre, y finalmente… Dan. La pérdida era un manto pesado que le cubría el alma con un frío que parecía imposible de disipar

A su lado, flotaba Dara, la pequeña IA que había sido su guardiana desde niña. La luz tenue, que emanaba de sus balerinas, apenas era perceptible a simple vista, pero su presencia era constante y firme. Sam nunca quiso admitir del todo que Dara era mucho más que un simple robot, su madre se lo dijo, que cuando llegará el momento se lo explicaría, que era mejor no saber. Pero ella nunca regreso de su pequeña excursión. Temía preguntar, temía saber demasiado.

Sam —llama con voz suave y firme, despertándola del trance en que se encontraba—. Escúchame. Sé que estás triste, pero Dan te pidió que te cuidaras. Tú le prometiste que lo harías. Cumple tu promesa, nena.

Aquellas palabras la hicieron entrar en lucidez en medio de la oscuridad en la que se encontraba inmersa.

Recordó la risa de Dan, el ceño fruncido cuando ella se distraía, el abrazo cálido de aquella última noche antes de separarse.

Tienes razón, Dara —murmura, como si la voz se la hubiese llevado el viento—. Estoy aquí… sigo aquí… estoy viva aún.

Llevaban días, horas caminando, o semanas para Sam; el tiempo se había convertido en un borrón desde aquel ataque que les arrebató a Dan. Sam rememoró el sonido de los pasos huyendo de Dan, las voces crueles de los enemigos, la oscuridad que la envolvió tras el caos. Después, solo había quedado ella y Dara, quietas, esperando que pasé aquel caos, luego, solo fue guiada por Dara y el instinto. Cruzaron fácilmente la montaña.

Finalmente, se detuvieron a descansar bajo un viejo nogal —el cual se veía destruido, consumido por el fuego, pero a pesar de todo sobrevivió— que se alzaba solitario en medio del paisaje gris. Su tronco retorcido le recordó los dibujos de árboles que Dan hacía cuando era niño, con ramas extendidas como brazos que trataban de abrazar el cielo. El árbol había perdió una parte él, al igual que ella lo había hecho.

—Dara —susurro, sin mirarla—. ¿Recuerdas cuando Elizabeth te desactivaba frente a mí? Cuando me decía que habías ido a “dormir” porque necesitabas recargar.

—Sí, Sam —responde, después de un segundo de silencio—. Pero eso no era del todo cierto, como lo sabrás. Elizabeth me hacía “invisible”. Era parte del protocolo. Me pedía que no me manifestara si había otras personas cerca o para salir a investigar. Mi protocolo de funcionamiento no me permitía enseñarte esa función “Mimetización absoluta”, pero ya que Elizabeth ya no esta hace tiempo eres mi propietaria completa, mis funciones se presentarán poco a poco.

—¿Por qué? —preguntó algo tonto, intuyendo la respuesta.

—Esa función consume mucha energía por lo que necesita mucho tiempo para recargarme, Elizabeth me prohibió activarla, solo si el propietario se la solicita se activa. Al estar hibernando para recargarme, no podría cuidar de ti, mi objetivo principal.

—¿Siempre he sido tu objetivo principal?

—Si, desde mi última actualización. Ella temía por tí. Lo sabía desde el principio, por eso me entrego tu cuidado desde el principio.

—¿Y yo? —pregunto con un nudo en la garganta—. ¿Qué soy yo, Dara?

—Eres tú, Sam. Eso es suficiente por ahora.

No insistió más. No tenía fuerzas. Había una urgencia que no podía ignorar: el mundo había cambiado y sobrevivir era la única prioridad, lo peor ya había pasado, el mundo había sobrevivido tres guerras, ya con los Krobis, tres contra su misma especie.

—Entonces deberás mantenerte oculta, no con mimetización absoluta, sino con adaptabilidad/camuflaje, como siempre. ¿Puedes aparecer solo cuando estemos solas?

—Sí, pero no de forma indefinida. Solo puedo mantener la adaptabilidad ocho horas continuas. Luego necesito al menos una hora de recarga, no necesito hibernar. Además, no tengo problemas con comunicarme telepáticamente contigo, eso no consume mucha energía

—Perfecto. Hagámoslo así. Nadie debe verte y tampoco escucharte.

Seguimos avanzando por distrito externo. La A.S.U. no era lo que imaginaba. La ASU se encontraba en una parte del sector de logística que había sido adaptada —uno de las torres de almacenamiento—, para lo sobrevivientes. El cartel oxidado en la entrada apenas se sostiene. Más allá, la zona de cultivo destruida, un extenso terreno cercado por muros altos, torres, y sensores que parpadean sin ritmo. En el aire flota un olor agrio, mezcla de sudor, metal y desinfectante.

Llegaron a la zona de reclutamiento —Dara camuflada en Sam, como accesorios: un cinturón, una pulsera y unos zarcillos—. Una fila interminable de personas aguardaba la entrada. Cuerpos famélicos, ropas harapientas, miradas vacías. Al fondo, una mujer corpulenta con cabello gris recogido en una trenza y boina blanca daba órdenes con voz grave.

—¡Vamos, vamos! ¡Fórmense por columnas de a tres! ¡Nada de charlas innecesarias!




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