CAPITULO 4: DESCANSO PARTE 1
Samantha
Sam dudó. Un instante apenas. Luego asintió. Abrió la puerta, lo dejó entrar, y se acomodaron en el sofá, uno frente al otro, con una distancia prudente entre ambos.
—Ian —dijo de pronto, mirándolo a los ojos, temerosa de lo que pudiese venir—. Sobre tus sentimientos… necesito que hablemos de eso.
Ian la miró, serio.
—Sabes, no voy a olvidarlo —dijo él al romper el silencio, con una determinación serena en la voz—. No pienso rendirme tan fácilmente. —su voz mostro una sinceridad que le encogió el pecho.
Sam retrocedió mentalmente. La duda le atravesó los pensamientos como una corriente eléctrica. “¿Y si solo juega conmigo?”, pensó. Los rumores flotaban en el ambiente como humo: Ian, el que robaba corazones sin importarle el después.
—No te creo. Deja de jugar —dijo con frialdad. No era crueldad, era autoprotección. Las cicatrices de su pasado aún dolían. No quería perder más.
—Sé que has oído los rumores. Y no voy a mentirte. La mayoría son ciertos —confesó Ian, sin apartar la mirada. Esa honestidad brutal fue un golpe seco al pecho de Sam. Lo esperaba todo, menos eso.
—¿Y por qué me dices la verdad?
—Porque te quiero. Tus sentimientos no tienen que ser recíprocos. Y no podría mentirte. No a ti.
Sam no sabía que pensar. Ian se acercó y la abrazó. Fue un gesto cálido, sin pretensiones. Levantó su rostro con cuidado y besó su frente con una ternura que contrastaba con su fama.
—Déjame quererte. Por favor.
Ella lo miró fijamente. Parte de ella quería detenerlo. Otra parte, más silenciosa, no podía evitar sonreír.
—Lo intentaré. —susurro finalmente
Él sonrió, la abrazó con fuerza, y antes de irse le dijo:
—Adiós, nena. Nos vemos mañana.
Sam bajó la mirada, sintiéndose abrumada. Había demasiadas cosas que aún no entendía sobre sí misma. Sobre lo que sentía. Pero había una certeza: Ian no era como los demás.
♣………….♣
Habían pasado varias semanas desde aquella conversación que aún latía en la memoria de Sam como un eco persistente. Recordaba perfectamente las palabras de Ian: “Sabes, no voy a olvidarlo.” Aquella frase, tan directa y cargada de intención, había desarmado sus defensas en un instante. Esperaba una disculpa, una excusa, algo que le devolviera el control. Pero no. Él había sido claro.
Desde entonces, la dinámica entre ellos se transformó. Las miradas eran más largas, los silencios más cómodos. Había una complicidad que no existía antes. Una mañana, mientras trabajaban, Ian la observó con atención.
—Hola, Sam —dijo con una seriedad poco habitual. Luego se acercó y la tomó de la mano—. Ven.
—¿Qué pasa? ¿A dónde vamos? —preguntó, desconcertada.
—Hoy vamos a descansar.
—¿Qué? ¿Cómo te atreves a tomar decisiones por mí? —exclamó, molesta. Esa actitud tan suya la sacaba de quicio.
—No te enojes —respondió con calma—. Es solo que nunca te detienes. Siempre estás trabajando. Pedí permiso para ambos. Hoy y mañana. ¿Aceptas?
Sam frunció el ceño y guardó silencio. En el fondo, sabía que tenía razón. Además, esos malditos ojos de cachorro la derritieron... solo un poco.
—Está bien, acepto —dijo al fin, suspirando—. Pero ahórrate esa mirada de cachorro. Y no lo vuelvas a hacer sin consultarme.
Aun así, su ceño seguía fruncido cuando llegaron a su apartamento. Ian entró como si fuera su casa.
—¿No vas a alistar tu ropa? —preguntó ella al verlo tan cómodo, sentado en el sofá.
—Ya lo hice —respondió él, cruzando una pierna sobre la otra—. ¿Pasa algo, Sam?
—Solo que cada vez que vienes actúas como si este fuera tu hogar.
Ian sonrió de lado y dijo:
—Es que donde tú estás, está mi hogar, nena.
Sam giró el rostro, ocultando su sonrojo. Él soltó una carcajada y ella lo fulminó con la mirada.
—¿A dónde vamos? No me lo has dicho.
—A la playa. ¿Has ido alguna vez?
—No.
El entusiasmo se apoderó de Sam. Recordó las historias que su madre solía contarle sobre sus visitas al mar con su padre. Aquellos relatos eran todo lo que tenía: retazos de un pasado que no pudo vivir. La idea de ir a la playa no era solo un viaje, era una forma de tocar algo que la guerra le había arrebatado. Porque la guerra acabó con su vida y la de todos.
—¿Te vas? —preguntó Dara, su voz artificial pero emocionalmente cargada.
Sam se detuvo. La había olvidado por completo. Y eso no era habitual en ella. Sam nunca olvidaba a Dara. Dara, siempre procuraba estar pendiente de su bienestar, incluso cuando no estaban juntas. Incluso se conectaba al celular de Sam para acompañarla, en silencio. Había límites, claro. Nunca se arriesgaba a acceder al sistema de la CIFQT —no por falta de capacidad, sino por precaución. Pero las cámaras de la vía pública... esas eran otro asunto. Para Dara, mantenerse cerca de Sam era casi una necesidad. Para Sam, sentirla cerca era un ancla. Sam la consideraba su única amiga.