El Ocaso de Arcadia

2. CAPITULO 5 DESCANSO PARTE 2

Samantha

Después de aproximadamente cuatro horas de viaje en carretera, el silencio del automóvil era apacible. Sam, exhausta por la emoción y el trayecto, se había quedado dormida con la cabeza recostada contra la ventana. Ian, al volante, giró ligeramente la cabeza para mirarla y, con una sonrisa traviesa, se inclinó hacia ella.

—… Sam, despierta... te beso si no despiertas —dijo con un tono juguetón.

Los ojos de Sam se abrieron de inmediato, lanzándole una mirada fulminante.

—Ni te atrevas —advirtió, con una firmeza que contrastaba con la leve curva en sus labios.

Ian soltó una carcajada ligera.

—Solo bromeaba.

—Yo no. Y tampoco le veo lo gracioso —respondió ella, aún medio adormilada.

—Tranquila —susurró Ian cerca de su oído, aún riendo —. Si vieras tu cara lo entenderías —añadió él, repitiendo la frase que siempre usaba cuando ella se molestaba. Luego, estacionó el auto frente a una casa moderna y luminosa.

Sam bajó del coche y contempló el lugar. No era solo una casa, era una mansión, con un diseño pretencioso y elegante. Era un manifiesto de lujo silencioso, un poco excéntrico para el gusto de Sam. Blanca, amplia, con líneas modernas. Estaba justo frente al mar, tan cerca que —imaginó Sam— por las noches debía sentirse como dormir dentro de una caracola.

—Esta casa era de mis padres —dijo Ian, cruzando hasta su lado—. La reconstruyeron hace poco. ¿Qué opinas?

Sam echó un vistazo alrededor, dejando que la brisa marina le revolviera un poco el cabello.

Los ventanales de vidrio templado dejaban ver cortinas doradas, semirecogidas, moviéndose apenas con la brisa

Afuera, la terraza tenía una piscina infinita que se fundía con el mar. Había tumbonas de diseño, una hamaca colgando entre dos columnas de cemento pulido, y una cocina exterior.

Pero lo que más le llamó la atención no fue el tamaño ni los detalles. Fue el silencio. Ese tipo de silencio que no se compra, que te envuelve y te hace sentir que afuera ya no existe el mundo. Una calma que casi daba miedo.

— Es hermosa—respondió sonriendo

—Más que yo, lo dudo —comentó él con una sonrisa arrogante.

—Como digas, presumido —replicó ella, rodando los ojos. Ian volvió a reír a carcajadas, lo que solo aumentó la molestia de Sam.

—¿De qué te ríes ahora? —preguntó con el ceño fruncido.

—Nunca negaste que fuera guapo.... —dijo, alzando una ceja con picardía.

Sam desvió la mirada, fingiendo observar la arquitectura de la casa, mientras sentía el rubor subirle por el cuello.

—¿Quieres que lo diga? Porque tengo un par de adjetivos guardados, por si acaso. —replicó, cruzándose de brazos.

—No hace falta. Mejor entremos. —dijo Ian, todavía sonriendo.

Dentro, la casa era tan impresionante como por fuera. Amplia, luminosa, con ventanales enormes que dejaban entrar la brisa del mar sin pedir permiso. El piso de porcelanato estaba fresco bajo los pies, y todo olía a desinfectante. Sofás blancos, esculturas que parecían más caras que útiles, lámparas colgantes que flotaban como si fueran parte de una nave espacial.

Había una escalera rara, de esas flotantes que parecían desafiar la gravedad, pegada a una pared blanca inmaculada. Encima, un tragaluz que dejaba entrar el sol como si el techo no existiera.

Y sí, era evidente que había dinero. Sin embargo, Sam pensó, qué a pesar de lo bonita, elegante y sofisticada no parecía parte del hogar, no veía ningún retrato familiar a simple vista ni siquiera un adorno cursi. Si fuera su casa, ya habría llenado las paredes con recuerdos.

—¿Cuántos cuartos tiene esta casa? —preguntó Sam, admirando el espacio.

—Más de los que necesitamos —respondió Ian con un encogimiento de hombros—. A decir verdad, no me gusta que sea tan grande.

—¿Por qué?

—Porque si tuviera menos cuartos, podría dormir contigo. Ahora estamos obligados a separarnos.

Sam lo miró de reojo, sin saber si debía tomarlo como una broma o una insinuación seria.

—Tranquilo —dijo finalmente, intentando sonar casual—. Estamos juntos, eso es lo importante.

Ian sonrió, satisfecho con la respuesta.

—Tu habitación es la primera a la izquierda, en el segundo piso —informó.

Sam subió las escaleras, que comenzaron a moverse solas. Tecnología. Claro. Mientras ascendía, la brisa marina seguía colándose por todos lados. Al llegar, lo primero que vio fue una pequeña estancia iluminada por un ventanal alto. Frente a ella, un mueble bajo de madera clara con una mesita decorativa encima y algunos libros descansando ordenadamente.

A ambos lados de la estancia, dos pasillos idénticos se extendían, uno hacia la derecha y otro hacia la izquierda, como brazos que se abrían a lo largo del piso. Cada pasillo conducía a varias puertas —cinco habitaciones en total repartidas entre ambos lados—. Sam entro a la primera habitación de la izquierda.

Al entrar, lo primero que llamaba la atención fue la vista: el mar, enorme, entrando por una ventana, que llenaba el espacio con luz natural y un aire salado que invitaba a respirar profundo.




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