2. CAPITULO 6: De acuerdo a los rumores, esto no debía suceder.
Samantha
El apartamento aún olía a desinfectante —Dara había exagerado con el uso del detergente— y a café fresco. Era domingo, y como cada semana, Sam y Dara se encargaban de poner orden en el pequeño departamento que compartían. Sin embargo, esa mañana no transcurría con la rutina habitual.
Sam apenas había podido dormir el día anterior, abrumada por un cúmulo de datos que exigían su análisis urgente: el proyecto G1 presentaba inconsistencias que no podían ignorar sus superiores. Algo no cuadraba. Las variables se comportaban como si alguien —o algo— las hubiera manipulado, pero funcionaba.
Para cuando los primeros rayos de sol del lunes se filtraron por la ventana, ella seguía inmersa en informes y simulaciones de posibles explicaciones que podría enviar a sus superiores.
Se alistó con premura. Se vistió con la camiseta blanca que llevaba bordado el logo azul y plateado de la CIFQT —Centro de Investigación Físico Químico Tecnológico—, un coloso tecnológico que dominaba las afueras de Arcadia, cuyas torres —cada torre representa una Zona, Sam estaba en la tecnológica— de cristal inteligentes inmensos. Para Sam, trabajar allí era tanto un honor. Sus padres lo habían hecho.
Apenas tuvo tiempo para peinar su cabello azabache en una trenza apurada. Iba a llegar tarde. Ya era tarde para salir a su hora habitual.
—Hola, Sam. Te llevo —la voz de Ian sonó detrás de ella, firme pero suave.
Sam apenas lo miró, exhausta y rendida por la falta de sueño.
—Si insistes… Vamos
El viaje fue breve, silencioso. Afuera, los transportes circulaban como un enjambre disciplinado. Ian evadió la mayoría al usar la vía aérea —la cual por tramos estaba habilitadas, recién está semana, y no todos podían usarla—. En el silencio, Sam sentía que el cansancio le colgaba hasta por los huesos, pero una sola mirada de Ian antes de descender la hizo erguirse. Tenía ese don para hacerla sentir vista incluso en sus momentos más invisibles.
Al entrar a su puesto de trabajo, la recibió el frío familiar de su laboratorio—Laboratorio de Prototipado y Simulación de Sistemas Autónomos y Multimodales—. Su estación de trabajo era algo más que un simple escritorio: una consola de alta tecnología —diseñada para responder a cada uno de sus movimientos con una precisión casi mágica—. Frente a ella, al encenderla, sobre la superficie de cristal líquido se desplegó un holograma tridimensional que parecía flotar en el aire, donde con solo deslizar sus dedos podía manipular modelos moleculares y simulaciones complejas. Era como jugar con piezas invisibles que tomaban forma y movimiento bajo sus manos.
La consola parecía entenderla; ajustaba la luz, la temperatura y hasta la sensación en sus guantes inteligentes, adaptándose a su ritmo y a su cuerpo, gracias a sensores que monitoreaban cada latido. Mientras exploraba las imágenes flotantes, podía girarlas, acercarlas o desarmarlas, como si estuviera dentro de una realidad aumentada donde cada detalle tenía vida propia.
En el laboratorio, todo transcurría con aparente normalidad… hasta que apareció la dulce Karen.
—¡Buenos días, Dra. Andrews! Y muy buenos días, Ian —dijo la secretaria, alargando su voz y guiñando un ojo de forma descarada al último mencionado.
Sam apretó los labios. Karen era hermosa, segura, y cada vez que visitaba el laboratorio actuaba como si Ian fuera suyo por derecho. Aunque Sam intentaba convencerse de que no debía importarle, ese día le ardieron las entrañas de celos.
—Discúlpenme, pero necesito entregar estos informes y las nuevas asignaciones para mañana —dijo Karen, dejando una carpeta sobre la consola. Sin percatarse que destruyó el holograma que se estaba esperando que se complete. Molestando a Sam así.
Sam esperó que se marchara, pero no lo hizo. En cambio, se inclinó hacia Ian con coquetería apenas disimulada.
—¿Quieres salir esta noche? Podríamos divertirnos un poco… —susurró con una sonrisa coqueta.
Fue demasiado. Sam sintió cómo se le encendía el rostro, cómo el orgullo y la rabia se acumulaban en su garganta como lava a punto de estallar.
—Lo siento, Karen, pero tengo entendido, que esta noche él ya tiene planes —dijo con voz firme, casi gélida. Mientras reconfiguraba su trabajo.
Karen se volvió hacia Ian, sorprendida.
—¿Es cierto, Ian? —Karen se sonrojó completamente, gracias a las mechas rojas de su cabello, terminó luciendo como un tomate andante.
El silencio fue denso por un segundo. Sam temió que él la desmintiera. Pero no lo hizo.
—Es cierto —respondió él, con una sonrisa ladeada—. Este chico ya está apartado.
Karen no mostró sorpresa alguna. Sonrió con una mezcla de resignación y ligereza, como si aceptara la derrota sin perder la compostura.
—Entonces será para otra ocasión. —dijo, dándole una última mirada llena de curiosidad y tristeza. Karen gustaba de Ian desde hace tiempo.
Pero antes de irse, lanzó una última mirada inquisitiva.
—¿Quién es la afortunada? —preguntó curiosa.