El Ocaso de Arcadia

2. CAPITULO 8: CEDER

CAPITULO 8: CEDER

Ian

Ian no podía estar más feliz. Desde que Sam había entrado en su vida, cada día se sentía distinto, lleno, pleno. La amaba. Lo sabía con la certeza con la que se conoce el propio nombre. Y en esos días, esa certeza era su único refugio.

Carlson, su mejor amigo de la infancia, había llegado hace un par de semanas a trabajar a la empresa. Volver a compartir tiempo con él había sido una alegría inesperada. Ahora si estaba completo su grupo de tres: Carl, Karen e Ian. Karen como siempre mantenía sus riñas con Carlson. Entre ellos tres —Carl, Karen y Sam—, Ian sentía que todo tenía sentido, había recuperado algo de él.

—Amor, otra vez me dejaste para ir a comer solo con Carlson —protestó Sam con un leve puchero. Sam se había vuelto una consentida de Ian, algo con lo que se sentía cómoda e incómoda al mismo tiempo.

—Tú dijiste que tenías mucho trabajo —respondió Ian con una sonrisa traviesa. Ella se rio, admitiendo su derrota. Últimamente, Sam estaba un poco más celosa de lo habitual, sobre todo desde que Ian le contó lo importante que Carl era para él.

—Ya vuelvo, tengo que ir al piso veinte a entregar estos documentos —le avisó, caminando hacia el ascensor. Ian la siguió con la mirada hasta que la vio desaparecer tras las puertas metálicas. Era hermosa. No podía evitar admirarla cada vez que la veía. La culpa que llevaba en su interior también era grande

—No creí que una chica pudiera volverte loco —comentó Carlson a su lado, con una mezcla de sorpresa y aprobación—. Pensé que nunca te enamorarías así. En fin, tengo que volver al trabajo —dijo, despidiéndose rumbo al piso veintiséis.

Justo entonces, Karen apareció.

—Hola, Ian. Carl tiene razón —dijo con tono despreocupado, riéndose de Ian, y cruzándose de brazos—. Por cierto, tu padre quiere verte. Urgente. —Arqueo la cejas acentuando la última palabra

Ian suspiró. ¿Qué quería su padre ahora?

♣♣♣

Ian caminaba de un lado a otro por la oficina, con los hombros tensos y el ceño permanentemente fruncido. Aún no lograba calmar el fuego que ardía dentro de él. Hacía una semana había tenido una conversación —que había querido evitar— con su padre que lo dejó hirviendo de rabia. Aquel hombre, con su eterna frialdad y su voz imperturbable, le había exigido que terminara su relación con Sam. Como si fuera tan fácil. Como si sus sentimientos no importaran.

Por supuesto, Ian lo había ignorado. Se levantó sin decir una palabra y se marchó, cerrando la puerta con la fuerza suficiente para que temblara el marco. Desde entonces, no había vuelto a hablarle. Dos semanas de silencio absoluto, y para Ian, era lo mejor. Aunque el silencio de aquel hombre lo inquietaba.

Con Sam todo iba bien. Ella se había acercado mucho más a Karen últimamente, y él no podía estar más feliz por eso. Karen siempre había sido su mejor amiga y aunque sabía que ella estaba enamorada de él, siempre lo tuvo claro no se fijaría en ella. Karen era una amiga muy querida para él, y ver cómo ambas se llevaban tan bien le generaba una especie de alivio cálido. Sentía que podía respirar tranquilo al menos en ese aspecto.

Pero la calma nunca duraba demasiado.

—Ian —dijo Karen, entrando sin llamar y con una expresión seria—. Tu padre está llamando. Dice que es urgente.

Una sensación de déjà vu, idéntica a la de la semana anterior, volvió a envolverlo.

El rostro de Ian se endureció. Karen sabía que él no hablaba con su padre desde hacía semanas, y su tono indicaba que entendía lo delicado del asunto. Si tan solo supiera todo…

—Dile que estoy ocupado —murmuró Ian, sin apartar la vista de los documentos que firmaba con rapidez fingida.

—Por favor, Ian… ve —intervino Sam con voz suave, pero cargada de inquietud, al ver que el rostro de su amiga también estaba inquieto—. Se escucha serio.

Ian levantó la vista. Al ver el rostro de Sam, esa mezcla de preocupación genuina y dulzura, suspiró.

—Está bien, pero solo porque tú me lo pides —respondió con una sonrisa forzada ante esta situación. Sabía, de todos modos, que lo mejor era no prolongar la situación con su padre; él era un hombre con un temperamento irascible.

Se dirigió a la zona administrativa. Karen se quedó en la recepción mientras Ian entró a la oficina privada donde ya lo esperaba su padre. La atmósfera se volvió densa al instante. Su padre estaba de pie, de brazos cruzados, con el rostro pétreo como siempre. No hizo falta más para que Ian supiera que venía otro intento de control.

—Termínala, o te vas a arrepentir —fue lo primero que dijo su padre, sin preámbulos, con esa brutalidad emocional que siempre lo caracterizaba. Directo al grano.

Ian apenas tuvo tiempo de abrir la boca cuando su padre lo interrumpió con otro disparo verbal:

—Escúchame bien. Necesito que dejes a esa chica. Tú asunto con ella ya no es necesario más. Ahora vas a casarte con Anna Yellow.

Por un momento, Ian pensó que había escuchado mal.

—¿Qué? —exclamó con incredulidad.

Su padre lo observaba con la misma indiferencia de siempre, como si estuviera hablando de una simple transacción comercial.




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