El Ocaso de Arcadia

2. CAPITULO 11: KAREN

2. CAPÍTULO 11

Karen Garcés, era una joven muy alegre y leal. Su historia, como la de muchos nacidos en tiempos de guerra, comenzó marcada por el miedo, la pérdida y la esperanza. Durante el conflicto, guerra, sus padres hicieron lo imposible por protegerla, y cuando la situación empeoró, tomaron la difícil decisión de enviarla a una isla remota llamada Greakland o simplemente Greak, un lugar aislado del caos, donde aún quedaban resquicios de paz.

Fue allí, entre colinas verdes, refugios subterráneos y tardes de viento salado, donde conoció a Ian y Carlson, los dos niños que cambiarían su vida para siempre. Se volvieron inseparables. Reían, corrían, compartían secretos y sueños. Para Karen, Ian era el centro de su pequeño universo.

Desde muy temprano se sintió atraída por él, aunque también aprendió a convivir con un sentimiento amargo: los celos. Ian siempre fue encantador, impulsivo, las niñas siempre querían jugar con él, y su cercanía con otras chicas con el paso del tiempo la descomponía por dentro.

Con Carlson, la relación era diferente. Aunque peleaban constantemente, siempre estaban el uno para el otro. Las discusiones eran parte del juego, una especie de ritual tácito que ocultaba un profundo cariño. Ambos se aferraban a Ian como a un punto de equilibrio. Él era su puente, su unión, su guía.

Con el fin de la guerra, los caminos comenzaron a separarse. Carl fue asignado a una empresa asociada a la CIFQT, fuera de Arcadia, mientras Karen e Ian partieron juntos hacia el CIFQT principal. Ella sintió una punzada de tristeza al despedirse de Carl, pero estar con Ian lo compensaba todo. Al menos por un tiempo.

Todo cambió el día que conoció a Samantha.

Desde el primer momento, Karen sintió rechazo. No por algo que Sam hiciera directamente, sino por lo que representaba: el afecto real “Romántico” de Ian por alguien más que no fuera ella. A diferencia de sus relaciones pasadas, esta vez él no estaba jugando. Karen lo supo con solo ver cómo la miraba. Y eso... dolía. A pesar de que siempre supó que él la veía como una “amiga”, ella no podía evitar sentirse así, siempre coqueteándole, pero ya no tenía oportunidad.

Movida por la frustración, se le declaró a Ian —el día anterior que supiera que lo de él con Samantha era real—, con la esperanza de que aún existiera espacio para ella en su corazón. Pero él la rechazó con gentileza, pidiéndole que conservaran la amistad. Aceptó, porque sabía que tenerlo cerca, aunque solo como amigo, era mejor que no tenerlo en absoluto.

Pero entonces la conoció.

Con el tiempo, Karen conoció realmente a Sam, y el desagrado inicial comenzó a desmoronarse. Sam era diferente. No era como las otras chicas con las que Ian había salido antes: arrogantes, altaneras, superficiales. Sam era amable, atenta, dulce… y sobre todo, genuina. Karen no pudo evitarlo. Poco a poco, el resentimiento se transformó en simpatía, y después en una amistad honesta, de esas que nacen sin querer.

Y por primera vez en años, Karen dejó de desear a Ian. Lo quería, sí, pero desde un lugar distinto. Ya no con la desesperación del amor no correspondido, sino con la gratitud de haber compartido una historia que, aunque no terminó como ella quería, había sido real.

Así que cuando Ian y Sam decidieron tomarse unos días lejos, Karen se sintió feliz por ellos. Por ambos. Pensó que todo estaba bien. Que finalmente había paz en su interior.

Pero estaba equivocada.

Porque al día siguiente de su partida, algo sucedió. Algo que alteraría todo ese equilibrio que tanto había costado construir…

Flashback

Como secretaria personal del director del CIFQT, Blandón Batang, el imponente padre de Ian, Karen conocía bien sus arranques de mal genio. Ese día, como tantos otros, su tono autoritario retumbó en su comunicador interno:

—Karen, a mi oficina. Ahora. —dijo sin más, y colgó.

Karen se apresuró. Sabía que si tardaba más de treinta segundos, la recibiría con una mirada que podía derretir acero. Cuando llegó, él ni siquiera la miró.

—Quiero una junta con todos en el parque de la zona Verde, después del almuerzo. Hay algo muy importante que debo anunciar —dijo, caminando de un lado a otro como un general antes de la batalla—. Rápido. Lo quiero para ayer —añadió con ese tono que tanto detestaba.

Karen obedeció sin rechistar, aunque por dentro soltó un suspiro cargado de fastidio. Ese hombre por ratos le resultaba encantador, pero imposible. Había notado que era una persona manipuladora, y con una paciencia más corta que una chispa en medio del viento. No comprendía como Ian era tan distinto. Gracias a Ian tenía ese trabajo y l valoraba. La paga era buena.

Más tarde, ya con todos reunidos en la gran área verde, las preguntas comenzaron a lloverle.

—¿Sabes de qué va esto, Karen?

—¿Es una fusión? ¿Un despido masivo? ¿Un nuevo proyecto?

Ella se limitó a encogerse de hombros, cansada de que todos asumieran que debía tener las respuestas a todo lo que hacía o decía su jefe. Pero esta vez, ni siquiera ella tenía una pista. Y eso la inquietaba.

Entonces él apareció. Blandón entró como siempre: con la frente en alto, el porte rígido y una sonrisa cínica en los labios. Caminó hacia el micrófono con aire teatral, hizo una pausa larga —como si disfrutara del suspenso— y comenzó a hablar con esa voz autoritaria —pero con un ligero tono cargado de alegría esta vez— que Karen conocía de memoria.




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