El Ocaso de Arcadia

3. CAPITULO 1.2: Infierno no infernal (Parte 2)

3. CAPITULO 1.2: Infierno no infernal (Parte 2)

Dylan

Allí, en ese galpón abarrotado de desconocidos y llanto contenido, supo con claridad que todos los presentes habían sido llevados a la fuerza. Reclutados sin elección. Había unos pocos que parecían voluntarios. Había visto con sus propios ojos cómo ejecutaban a quienes intentaban huir. Al principio, todo había sido brutalidad. Solo brutalidad. Como el caso de Julieta.

Pero entonces llegó alguien distinto. Un hombre cuya sola presencia parecía infundir más miedo que la muerte misma.

Lo llamaban el Coronel.

Su llegada marcó un cambio inmediato. Fue él quien puso fin a los castigos. Con voz firme y autoridad indiscutible, declaró que aquella violencia absurda debía cesar de inmediato. Que, si seguían así, terminarían matando a sus propios soldados antes siquiera de entrenarlos.

—Basta de tortura —recordó Dylan cómo había comenzado el discurso del coronel aquella vez, cuando irrumpió en el galpón con su presencia imponente—. A este paso no quedará nadie. Los necesitamos vivos, que ayuden a su patria. La obediencia es importante que estén vivos es primordial. La violencia no nos ayudará.

Aquella vez sus palabras resonaron en todo el galpón como una sentencia que traía tanto alivio como temor. Habló de reorganización, de un sistema más eficiente. Dijo que pronto serían clasificados, que habría camas, alimento, ropa limpia. Que les permitirían recuperarse.

Dos días después, volvió a aparecer. El Coronel.

El ambiente del galpón cambió apenas se escucharon los pasos firmes de las botas resonando contra el suelo. La tensión creció como una marea invisible. Un grupo de guardias armados lo precedía, vestidos todos de negro, impecables, con los rostros cubiertos por visores polarizados. A su lado, avanzaban varias figuras con la cabeza también cubierta y las manos atadas. Su sola presencia imponía orden. O miedo. O ambas cosas.

Un hombre alzó la voz, con tono seco, autoritario:

—¡Por favor, sepárense! Hombres a la derecha. Mujeres a la izquierda. ¡Ahora!

El silencio se rompió con murmullos nerviosos. Dylan sintió cómo Julieta se tensaba a su lado. La miró de reojo. Ella también lo miraba, con el mismo miedo que él intentaba ocultar. No quería moverse. No quería alejarse.

—Ve —le dijo Dylan en voz baja, intentando sonar más firme de lo que se sentía por dentro.

Julieta asintió sin responder y caminó hacia el grupo de mujeres, aunque sus pasos eran lentos, casi a regañadientes. Dylan la observó hasta que la perdió de vista entre las demás.

Entonces, el hombre del uniforme militar avanzó al centro de la sala, dónde se subió a una tarima que armaron rápidamente. Era alto, de complexión fuerte, con rasgos marcadamente asiáticos. Su porte era impecable, con el uniforme perfectamente planchado, botas relucientes y una mirada afilada como una hoja recién forjada.

Se detuvo en el centro del galpón. El silencio era total. Todos esperaban. Y entonces habló.

—Me presento oficialmente —dijo con voz profunda, proyectada como si no necesitara micrófono—. Mi nombre es Lorenzo Xiang Long, Coronel del Batallón de Entrenamiento Especial del S.A.A.: el Servicio Armado de Autodefensa. A partir de hoy, ustedes, ciudadanos seleccionados, formarán parte del cuerpo de élite de la F.A.E.U., las Fuerzas Armadas Especiales de la Unión Internacional de Arcadia.

Hizo una pausa. Una muy medida. Como si quisiera observar los rostros de los presentes, leer la disconformidad escrita en sus cejas fruncidas, en las miradas llenas de rabia, en los puños cerrados con desesperación.

—Sé que lo que han vivido aquí ha sido duro. Pero también sabrán que nuestro país está en ruinas. La UIA, Arcadia ya no es lo que fue. Está rota. Corrompida. Sumida en el caos. Por eso, necesitamos empezar desde cero. Ustedes serán esa base. El nuevo comienzo.

Sus palabras eran frías, precisas, pero dicha con una cadencia calculada, como si cada sílaba hubiera sido ensayada frente a un espejo.

—Desde hoy serán organizados en cinco compañías. A, B, C, D y E. Cada una liderada por su respectivo Capitán. Las asignaciones se realizarán en las próximas horas.

El Coronel Lorenzo Xiang Long hizo una última pausa antes de retirarse. Su mirada recorrió el galpón, como si estuviera evaluando la calidad de la carne que acababa de reclamar. Y entonces, con un tono menos marcial pero igual de contundente, añadió:

—Como mencioné anteriormente —dijo con la misma seguridad aplastante que lo caracterizaba—, la intensidad de los entrenamientos será reducida. Ya hemos tenido suficientes bajas. No tiene sentido desperdiciar soldados antes de que aprendan a levantar un arma. Así que tranquilos… la tasa de sobrevivientes aumentará. Deberían alegrarse. Vamos a empezar suave.

Algunos lo miraban sin comprender. Otros apenas podían contener el odio.

—De hecho —prosiguió con una sonrisa torcida, como si estuviera haciendo un favor generoso—, ustedes son el primer y último grupo en beneficiarse de esta decisión. Felicidades… son afortunados. Espero que puedan comprender el honor y el valor de contribuir con nuestra amada Arcadia —concluyó, orgulloso, con una seguridad tan ciega que podría haber vendido una piedra como pan




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