3. CAPITULO 2.2: Lo que toca aceptar. (Parte 2)
Dylan
Desde aquella primera noche, Julieta había empezado a aparecerse en la habitación de Dylan con la naturalidad de quien regresa a un refugio que no admite preguntas. Al principio fue una curiosidad; luego, una costumbre silenciosa que ninguno de los dos se atrevió a romper. A Dylan no le molestaba. De hecho, se había vuelto uno de los pocos consuelos dentro del Bloque Betha.
Esa noche, como si se tratara de una rutina tácita, Julieta volvió a entrar con pasos livianos, deslizándose por la ventana con una sonrisa apenas dibujada.
—Parece que se está volviendo costumbre, señorita —murmuró Dylan con falsa seriedad. En sus ojos, sin embargo, brillaba un destello de alivio—. Si nos encuentran, podríamos meternos en problemas.
Julieta se encogió de hombros y se dejó caer a su lado con ese descaro suave que había ido desarrollando con el tiempo.
—Agradece que tienes compañía, Dylan. Si fuera tú, estaría feliz de tenerme —respondió con tono juguetón, y luego añadió con fingida inocencia—. Además, tú y yo no hacemos nada malo. No como otros… ¿o sí?
Él soltó una risa contenida. Había que mantener el sigilo. Julieta se había vuelto más desenvuelta con el paso de las semanas, más segura, incluso un poco ruda a ratos. Pero esa rudeza, en su cuerpo pequeño y de apenas un metro cincuenta y cinco, le resultaba enternecedora.
—Está bien, como diga, princesa —dijo Dylan con una sonrisa pícara, sabiendo perfectamente que esa palabra le molestaba.
Tal como esperaba, ella frunció el ceño de inmediato, pero no se apartó. Dylan se acercó un poco más, lo suficiente para sentir su respiración suave, no pudo notar cómo sus mejillas se teñían apenas de color, debido a la escasez de luz.
—Sabes… no creo que las princesas tengan que vivir así. No me gusta que me digan princesa —añadió, clavando la mirada en el techo de la cama litera.
—Pero podrías ser mi princesa, no la del mundo —respondió Dylan con voz baja.
Ella giró lentamente la cabeza hacia él.
—Si fuera una princesa… te sacaría de aquí —dijo con un tono tan serio y sincero que por un segundo el aire pareció quedarse suspendido.
Dylan rio, no por burla, sino porque imaginársela con corona y capa, liderando un escape imposible, le pareció un contraste enternecedor con la muchacha que se acomodaba en su cama como si fuera suya.
—¿Ahora vas a venir siempre? —preguntó, cambiando de tema, queriendo alivianar el ambiente.
—Tal vez… no lo sé. Duerme —murmuró ella, cerrando los ojos con lentitud.
Él la observó en silencio. Dormida, Julieta parecía un ángel caído de otro mundo. Su respiración era pausada, su rostro sereno. Estaba agotada, lo sabía. El entrenamiento no era fácil para nadie, y menos para ella. Aun así, seguía viniendo. Seguía confiando en él.
—Me alegra poder ayudarte — murmuró, más para sí mismo que para ella.
Se quedó despierto un rato más, simplemente contemplándola. Finalmente, el sueño lo venció.
El silbato los arrancó del sueño como un latigazo. Amanecía, aunque dentro del Bloque Betha nadie lo notaba realmente. Las luces se encendieron tenuemente con brusquedad..
Julieta abrió los ojos primero. Por un segundo lo observó como si hubiera olvidado dónde estaba.
—Tengo que irme —dijo apenas, tratando de desenredarse de sus brazos—. No queremos problemas.
—Claro, usurpadora de camas —refunfuñó él, aún medio dormido.
—¡No digas eso tan feo de mí! —protestó ella, intentando sonar ofendida, pero terminó riéndose.
Se peinó como pudo con los dedos y salió sigilosa por la puerta. Dylan alcanzó a ver cómo suspiraba justo antes de perderse en el pasillo, como si al marcharse dejara atrás parte de sí misma.
Cinco minutos después, él ya estaba de pie, vistiéndose con el uniforme de siempre. La espalda le ardía como siempre, las piernas dolían; el cuerpo entero era una colección de punzadas crónicas, pero eso no importaba.
♣♣♣
Hasta ese momento —pensaba Dylan— podían considerarse “afortunados”, al menos dentro de los estándares retorcidos de aquel programa. Sí, los habían reclutado a la fuerza, esposados y amenazados, como ganado destinado a un propósito desconocido, pero una vez dentro, la vida no era tan distinta a una prisión con comida caliente, techos helados y madrugadas implacables.
Eran las 5:15 de la mañana. El entrenamiento había comenzado a las 4:30, como cada día desde que llegaron, hacía ya dos meses. Se encontraban en medio de la explanada central, una zona despejada rodeada por el denso bosque, con el terreno hundido como si lo hubieran excavado a propósito para contener a los jóvenes dentro.
La brisa de aquella madrugada de invierno arrastraba un frío húmedo y punzante, y el barro, espeso por las lluvias recientes, se había vuelto una trampa resbaladiza bajo sus botas.
Dylan inhaló. A tierra mojada, sudor y metal. El barro no dejaba de adherirse a todo, recordándole involuntariamente a Julieta. Podía verla, en la memoria, fruncir la nariz cada vez que debía arrastrarse por él. Sin embargo, lo soportaba bastante bien.