El Ocaso de Arcadia

3. CAPITULO 3: Polígono

3. CAPITULO 3: Polígono

POV Julieta

Mes 4 del reclutamiento.

El reloj marcaba exactamente las siete de la noche cuando el escuadrón diez fue conducido hacia el área de Polígonos de Tiro. El edificio, adyacente al módulo de simulaciones, se erguía como un bloque de concreto reforzado, sobrio y funcional, ajeno al caos del exterior. Una iluminación blanca, estable y fría, bañaba los pasillos: lo suficiente para mantener la orientación sin caer en la cegadora intensidad que acostumbraban en otros módulos..

Para Julieta, aquel lugar tenía algo especial. La mayoría lo consideraba un sitio opresivo, cargado de tensión y olor a pólvora. Para ella, en cambio, el polígono era un refugio. A diferencia del calor sofocante del exterior o del barro traicionero del campo de entrenamiento, dentro del polígono la temperatura se mantenía estable, artificialmente controlada. Era un espacio donde la fuerza bruta no significaba nada. Allí reinaban la precisión, el cálculo y el lenguaje inequívoco del acero.

Las paredes gruesas, recubiertas con paneles absorbentes, amortiguaban los estruendos. Aun así, ecos apagados —golpes metálicos, zumbidos de maquinaria, el silbido de balas atrapadas en trampas de impacto— se filtraban desde zonas contiguas como un murmullo constante.

El ambiente olía a pólvora y metal caliente, una fragancia penetrante que flotaba en el aire denso, reciclado por un sistema de ventilación que nunca dejaba de zumbar. Cada cierto tiempo, el silbido agudo de una bala rozando una trampa metálica rompía el silencio momentáneo, seguido por el clic seco de un cargador vacío cayendo al suelo. Era un lugar donde la tensión podía cortarse con un cuchillo, pero para Julieta era sorprendentemente relajante. Allí no había gritos ni castigos, solo precisión, cálculo, y el lenguaje claro del plomo y el acero.

La rutina era siempre la misma: cinco escuadrones rotaban en distintos cuartos de tiro. Julieta esperaba su turno con impaciencia: el polígono era su zona de confort, y la puntería su fortaleza. Destacaba en ese entorno, y no era ningún secreto entre sus compañeros. Sin embargo, aquella noche todo cambió… Las paredes comenzaron a moverse. Literalmente.

Desde los límites del cuarto contiguo, surgieron paneles móviles que se elevaron lentamente, juntando y separando al escuadrón nueve del escuadrón diez. Simultáneamente, los obstáculos dentro del polígono se reacomodaron con un zumbido mecánico: bloques de concreto rodaban sobre rieles, torres metálicas se alzaban como centinelas, y neumáticos apilados creaban nuevas trincheras y escondites improvisados. El Teniente apareció calmado como siempre. Tenía las manos detrás de la espalda y el rostro neutral.

—La práctica de hoy será una competencia —anunció con voz clara, proyectándose por los altavoces—. El escuadrón diez se colocará a la derecha. El escuadrón nueve, a la izquierda. En el centro del polígono estará su objetivo: su merienda. Yo los esperaré allí.

Un murmullo recorrió las filas como una onda silenciosa. Julieta sintió cómo el estómago se le encogía, no por miedo sino por la palabra clave: comida.

Eran las siete y media de la noche. Habían entrenado desde las cuatro y media de la mañana. El almuerzo fue prácticamente inexistente: un puñado de frutas hacía cinco horas. El desayuno, el último alimento digno, había sido a las seis y media de la mañana. Estaban agotados.

—Como ya imaginarán —continuó el Teniente—, el equipo que pierda no comerá. Y si ninguno de los dos llega al objetivo en un máximo de dos horas… ambos equipos se quedarán sin cenar. ¿Dudas?... No. Comiencen.

Nadie protestó. No podían. Las reglas eran claras, y la motivación era poderosa: hambre o victoria.

Dylan, el líder natural del escuadrón diez, no tardó en organizar la formación. Con gesto decidido, dividió al equipo. Julieta, como siempre, fue asignada como francotiradora. Su puesto estaría en la torre metálica del extremo derecho, una estructura alta cubierta por neumáticos que le proporcionaban protección parcial, aunque también dificultaban la visibilidad y limitaban sus ángulos de tiro.

—Katy, contigo arriba —ordenó Dylan—. Connor, Lucas, conmigo. Los demás, retaguardia.

Julieta ascendió rápidamente la torre metálica junto a Katty. Desde allí, la vista era parcial: paneles móviles bloqueaban algunos ángulos, pero podían cubrir los flancos y el paso de los equipos. El fusil descansaba entre sus manos, pesado pero familiar. Lo sostuvo con suavidad, como si formara parte de ella. . Cerró un momento los ojos. Luego apuntó.

Los primeros cuarenta minutos pasaron entre respiraciones contenidas y disparos silenciosos. Julieta abatió a tres reclutas del escuadrón contrario. Katy logró eliminar a dos más. Hubo más cuidado por parte del equipo contrario, después de esta perdida. Abajo, el fuego cruzado se intensificaba, pero no había bajas.

Julieta observó el movimiento enemigo. Cinco compañeros se sacrificaron protegiendo a Dylan, Connor y Lucas. Pero, gracias a los disparos enemigos hacia sus compañeros, pudieron identificar sus posiciones y devolver el fuego con precisión. El sacrifico de la retaguardia permitió que Dylan y su grupo avanzaran mientras sus posiciones quedaban expuestas.

En conjunto, habían eliminado a siete enemigos. La ventaja parecía estar de su lado. Pero pronto todo cambió. Un disparo silbó cerca de la cabeza de Julieta, haciendo vibrar los neumáticos a su alrededor. Otro impacto estalló a centímetros de Katy.




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