3. CAPITULO 5.1: LO SIENTO (Parte 1)
Habían pasado unos doce días desde aquel episodio que aún le oprimía el pecho como una marca indeleble. El tiempo avanzaba con una lentitud casi enfermiza en la base, como si cada reloj hubiera entrado en un estado de pausa agónica justo en el momento en que todo empezó a sentirse más pesado. Faltaba apenas un mes para completar el entrenamiento básico, pero aquella meta ya no parecía una promesa de alivio, sino un horizonte borroso que retrocedía cada vez que ella intentaba avanzar hacia él.
Cada jornada parecía calcada de la anterior: los mismos horarios estrictos, las mismas órdenes, los mismos rostros cansados. La monotonía reinaba con autoridad absoluta en los corredores de la base, envolviendo a todos en una bruma de agotamiento físico y emocional. Aun así, Julieta lo notaba con claridad: algo había cambiado. Su compañía ya no era la misma.
El número de reclutas había disminuido abruptamente. Antes eran casi cincuenta; ahora apenas veinticuatro. Día tras día, compañeros eran retirados del programa, reasignados a otras secciones o expulsados con el pretexto de “No cumplir con los estándares”. Nadie preguntaba por lo que nadie contestaba. El silencio era parte del reglamento.
Lo peor era la sensación —cada vez más difícil de ignorar— de que dicho entrenamiento había dejado de serlo. Ya no se trataba de moldear soldados: era un filtro, un descarte sistemático. Un método para quebrarlos y ver quién podía seguir funcionando después.
Julieta caminaba entre aquellos pasillos como si una corriente eléctrica constante le recorriera el cuerpo. La resistencia la mantenía de pie. El miedo le sostenía la espalda. Miedo de no dar la talla… de ser la siguiente… de ser considerada “insuficiente”. A pesar del empeño con el que cumplía cada instrucción, no podía evitar imaginar el momento en que su nombre aparecería en la lista de exclusión.
En los últimos días, algo había cambiado en su dinámica con Hunter. Julieta no podía precisar exactamente cuándo comenzó, pero ahora, cada vez que se escapaban al bosque —dos o tres veces por semana—, la historia parecía repetirse: conversaciones suaves bajo los árboles, risas compartidas, el alivio fugaz de sentirse lejos del entrenamiento… y besos.
Besos inesperados, espontáneos, pero carentes de sentimientos. No eran románticos ni nada parecido. Ambos lo tenían claro: eran amigos. Solo eso. Y, sin embargo, algo en la intimidad de ese espacio, en la libertad del bosque, los empujaba el uno hacia el otro. Era extraño. Confuso. A veces, al regresar a la base, Julieta se preguntaba cómo habían terminado allí, en esa situación. No sentía amor por Hunter, al menos no como el que una vez creyó posible… pero tampoco lo detenía. Nunca podría amarlo como a él.
Mientras tanto, con Dylan, todo era distinto. La distancia entre ellos se había vuelto un abismo que ninguno parecía dispuesto a cruzar. Aquel vínculo que antes parecía inquebrantable ahora era apenas un recuerdo doloroso, les tomo un año formar su vínculo y apenas días romperlo.
Sus amigos se encontraban separados por horarios distintos. Después de lo ocurrido aquella noche —lo que fuera que significara esa noche para cada uno—, él había elegido alejarse. Había elegido a Melany. No, perdón Melody… Mal. Julieta se corrigió mentalmente con un dejo de amargura.
—Descansa, Julieta —le dijo Hunter con suavidad al llegar frente a su puerta. Se inclinó hacia ella y le besó la frente con ternura. Un gesto que, lejos de reconfortarla, la dejó confusa.
—Nos vemos… —respondió ella en voz baja, intentando sonreír.
Giró la perilla y abrió su puerta, pero al hacerlo, alcanzó a ver reflejado a Dylan a lo lejos, caminando por el pasillo con la mirada baja. El corazón se le encogió al instante. Sin pensarlo, cerró rápidamente la puerta antes de que él la notara. Apoyó la espalda contra la puerta metálica, respirando hondo, como si ese simple cruce visual hubiese removido todo lo que intentaba enterrar.
Estaba agotada. Tanto física como emocionalmente. Se dejó caer sobre el colchón sin siquiera cambiarse, y antes de que su mente pudiera seguir divagando en todo lo que dolía, se hundió en un sueño profundo, arrastrada por el cansancio y los pensamientos inconclusos que no la dejarían en paz.
Julieta despertó de golpe, jadeando. Su pecho subía y bajaba con rapidez, como si hubiese corrido por horas. El sudor frío le empapaba la frente y la camiseta, pegándosele a la piel. Tardó unos segundos en ubicarse: ya no estaba en aquel lugar oscuro, donde las sombras la rodeaban y las agujas se clavaban una y otra vez en su piel. Donde las voces frías e inhumanas decían, sin ningún rastro de compasión: “No lo va a soportar.”
Su habitación era la misma. Todo estaba en su sitio. Pero el miedo no se iba. Se le había pegado a los huesos.
Se sentó en la cama abrazándose las piernas, temblando. Tenía el corazón encogido por algo más que una pesadilla: era la certeza de que aquello, de algún modo, podía volverse real. Sabía lo que significaba estar a merced de otros, sin escapatoria. Lo había vivido antes. Sus decisiones la habían llevado ahí, si pudiera cambiar algo no lo haría.
Necesito a Dylan, pensó con un nudo en la garganta. Solo él puede calmar esto. Pero la idea era absurda. Dylan ya no estaba para ella. No realmente. Y aunque lo deseara, correr a sus brazos no era opción.