El Ocaso de Arcadia

3. CAPITULO 5.2: LO SIENTO (Parte 2)

3. CAPITULO 5.2: LO SIENTO (Parte 2)

El bosque parecía distinto aquella noche. O quizá era Julieta quien había cambiado.

Un viento helado se colaba entre los pliegues de su ropa, haciéndole estremecer mientras avanzaba entre las sombras húmedas. Las ramas, agitadas como si susurraran advertencias, acompañaban cada paso suyo. El punto de encuentro se asomaba más adelante, envuelto en un silencio inquietante.

Hunter ya estaba ahí. Erguido, quieto, como si llevara demasiado tiempo esperando.

—Hola, Julieta —saludó con una voz contenida.

—Hola, Hunter —respondió ella, abrazándose a sí misma para protegerse del frío… y de la tensión que no sabía cómo enfrentar

El aire espeso, cargado de palabras no dichas. Julieta lo sentía clavarse en la piel. Sabía que era su culpa. Sabía que no podía seguir evitándolo

El ambiente entre ambos era, cargado de un silencio que grita lo que ninguno se atreve a decir. Julieta lo sentía clavarse en la piel. Sabía que era su culpa. Sabía que no podía seguir evitándolo

Respiró hondo y se animó a hablar.

—Vine porque… tengo que decirte algo. Algo que debí decir hace tiempo. —Hunter no se movió. Ni un parpadeo. —Lo siento —continuó ella, con la voz temblorosa pero firme—. Me equivoqué al confundirte… al permitir que pensaras que podría pasar algo entre nosotros. No fue mi intención lastimarte, ni buscar en ti alguien que no eras. Fui injusta contigo. Lo siento de verdad. Fui una idiota al pretender que eras... él

Su voz se quiebra ligeramente en esa última palabra. No hace falta que diga el nombre. Ambos saben a quién se refiere. Por un instante, todo se detiene. El aire parece congelarse.

El cambio en su rostro fue mínimo, pero suficiente para que Julieta lo percibiera. No era tristeza. Era algo más tenso, más oscuro. Como una tormenta contenida. Da un paso atrás instintivamente. Siente el impulso de huir, pero no logra moverse a tiempo. Hunter lo nota. Su mano atrapó la muñeca de ella antes de que pudiera girarse. No con brusquedad, pero sí con una fuerza decidida que la inmovilizó.

—No tan rápido —murmuró, y su tono tenía un filo que a ella la heló más que el viento.

Julieta intenta zafarse, pero su agarre es firme. No le hace daño, pero le impide avanzar. Su corazón late con fuerza.

—Hunter… por favor, no lo hagas más difícil —susurró.

Él aprieta la mandíbula, luchando contra algo que no dice. Finalmente, suspira con amargura y suelta su muñeca.

—Siempre fue Dylan, ¿verdad? —preguntó con un tono áspero, desconocido en él—. Incluso cuando fingías que no.

Julieta bajó la mirada. No respondió. No necesitaba hacerlo. Hunter da un paso atrás, llevándose consigo la última esperanza que le quedaba. Ella lo observa unos segundos más, con una mezcla de culpa y alivio, y luego se aleja, llevándose el peso de sus errores a cuestas.

Hunter la vuelve a agarrar de la muñeca, pero aumenta la fuerza en su agarre de la muñeca.

—¿De verdad pensaste que un simple “lo siento” arreglaba todo? —susurró, y su voz tenía una mezcla de herida y rabia que no le había escuchado jamás.

Julieta sintió un nudo en el estómago. Ese no era su amigo.

—Hunter, por favor… suéltame. No estás bien.

Él soltó una risa amarga, breve.

—No estoy bien desde que empezaste a venir aquí buscándome… mientras pensabas en él.

—Eso no es justo, yo no quise… —El golpe la tomó por sorpresa. Una bofetada. No fue brutal, pero sí lo suficiente para lanzarla al suelo húmedo y desorientarla. Las hojas crujieron bajo su cuerpo. El frío le atravesó la espalda. Su respiración se cortó.

Lo miró desde abajo, con un miedo que nunca antes había sentido con él. Hunter se acercó con pasos lentos, controlados. Sus ojos… ya no eran los mismos que ella conocía. Había en ellos un reflejo opaco, alterado. Como si algo en su interior se hubiera quebrado sin posibilidad de reparación.

—¿Quién eres? —susurró Julieta, sin darse cuenta de que lo decía en voz alta.

—El chico dulce nunca existió —respondió él con una frialdad que la atravesó como una descarga—. Te creíste lo que querías creer. Siempre tan ilusa, Julieta. Siempre supe que era Dylan el que te gustaba. Pero aun así… quise demostrarte que podía ser mejor que él.

Julieta retrocedió sobre la tierra húmeda, intentando ponerse de pie, pero él fue más rápido. La sujetó de los brazos y la acercó hacia sí con una insistencia que hacía imposible respirar. Ella forcejeó. Intentó apartarse. No podía.

No había dulzura, ni contención, ni rastro del muchacho con el que solía compartir charlas bajo los árboles.

—Hunter… basta —dijo ella, la voz quebrándose—. Por favor, basta.

Pero sus palabras parecían no atravesar el muro que él se había construido. O no quería escucharlas. La cercanía de Hunter no era afecto, era invasión; un intento desesperado de aferrarse a algo que estaba perdiendo.

Y sin darle espacio a reaccionar, se abalanzó sobre ella y la besó. Julieta sintió náuseas. Su cuerpo entero se rebelaba. Era como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. Intentó zafarse, empujarlo, morder, gritar. Pero él era más fuerte. Sus manos buscaron con desesperación liberarse, pero el miedo la había paralizado. Luchaba, pero sus fuerzas eran pocas frente a su agresor.




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