El ocaso de la Luz que guarece

Quinta historia (LA VIDA DE WALTER)

 

LA VIDA DE WALTER

 

 

Escribe FRANK BOZ

 

 

Cuando el extraño entró a la cabaña estaba algo agitado. Dio un vistazo al cuarto, casi ausente. Tenía un bigote de nieve y sus botas embarradas.

—Parece un buen lugar. Adelante —dijo.

Esperó a que su acompañante entrara y cerró la puerta.

—Hace un frío de cagarse —soltó. Caminó hasta la chimenea, extendió sus brazos para calentarse.

—Bienvenido —dijo el anciano con la pipa en la boca. Tenía esa habilidad de mantenerla presionada aun cuando hablaba—. Él es lector, ha venido aquí en busca de una historia, una historia que lo ayude a pasar Halloween como se debe pasar.

—No sé si lo nuestro es una historia. Siéntate. —le dijo a su acompañante.

—¿No? —preguntó el anciano, esta vez quitándose la pipa de la boca, dejándola abierta. Parecía una caverna.

—Más bien diría una experiencia —expuso mirando la botella sobre el pequeño anaquel en la cocina.

—Creo que eso servirá.

—Antes que nada, dame algo para beber viejo. Lo necesitamos.

El anciano puso la botella, de esas baratas con etiqueta de AGUA ARDIENTE, sobre la mesa y un pequeño vaso de aluminio. Lo llenó hasta casi rebalsarlo. Había marcas extrañas en la mesa. Como si hubiera sido martillada, cortada, punzada y la madera ondulada hacia arriba y hacia abajo, como pequeñas olas. Se tambaleaba cada vez que la cabaña vibraba con las potentes ráfagas de viento.

El extraño se apoyó con sus codos sobre la mesa. Por su mirada parecía intentar encontrar las palabras, no, la forma adecuada de contar su anécdota. Dio un sorbo, la mitad del vaso. Hizo un gesto agrio, carraspeó y eructó. Pasó el vaso a su acompañante.

—Soy Walter, ella es Diana. Hay mucha gente interesada en conocer esta historia ¿sabes lector? Serás el primero en oírla —prosiguió—. Imagínate que sales de la escuela y al llegar a casa, tu mamá está llorando de nuevo. Sabes qué ha pasado, pero pasas de largo la cocina comedor y ni siquiera la miras. Tiras la mochila al pie de la escalera y antes que tu papá levante su culo del sillón frente al televisor, te encierras en tu habitación. Los llantos de mamá, son ahora sollozos. Y papá insulta a mamá porque la cerveza se acabó. Escuchas el sonido de una madera romperse. Sabes qué significa, sin embargo sabes cuáles son tus limitaciones físicas. Entrometerte solo alterará más a papá, y la golpeará de nuevo delante tuyo. Estás más preocupado por tu integridad que la de ella, te avergüenzas, pero decides ignorarlo, otra vez ¿cuántas van? ¿cuánto hace que papá le pega a mamá como si fuese un perro? Te sientes culpable por ser pequeño, débil y “tonto” tal cual te lo recuerda Guido todos los días en clases mientras te abofetea la nuca delante de toda el aula.

–Aquí está el tonto. Aquí está mi perra —dice y se le mueven esos cachetes obesos y grasientos. Todos lo festejan.

Por momentos quieres gritar, pero nadie te hará caso. Quieres avisarle a un vecino, pero nadie te creerá porque papá es el puto mejor vecino de todo el barrio, además nadie escucha a los niños ¿no? Mamá, una bailarina exótica venida a menos con problemas de adicción que inútilmente intenta esconder. No sabe cómo criarte y te pega porque no se atreve a pegarle a papá. Tu mamá no es la mejor y lo sabes, pero aun así la amas y deseas ayudarla. Es una buena mujer. Pero nadie del barrio piensa lo mismo que tú, y dicen que tiene suerte de estar con un hombre cómo él. Has pensado en contarle a tu maestra, la señorita Betty, pero tiene un aliento a alcohol que podría voltear a un caballo y te recuerda al de papá, y sabes que nadie la tomará en serio.

Pero papá te ha enseñado algo. Al parecer no fue del todo un inútil como pensabas. A los seis años te ha enseñado a disparar, a los ocho ya has matado a tu primer venado en tu primera excursión de cacería que te haría “hombre”, sin embargo, fue a los catorce que tu vida cambió porque conociste el verdadero valor que tiene una vida.

El invitado tomó aíre. Se reventó los huesos de su espalda y miró a Diana, invitándola a continuar la historia. El anciano cambiaba el tabaco de su pipa sin dejar de mirar a Walter, parecía estudiarlo.

—No todo en su vida fue tan malo ¿sabes lector? —decía ella—, es decir, obviando los orfanatos y las correccionales donde estuvo.




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