El Océano En Tus Ojos.

Prólogo.

Sicilia, Italia, 2019

—La ambición es parte de la naturaleza humana —el guía miró con intromisión hacia el fondo de la sala, prestando atención con cautela los pasos de la incauta fotógrafa que prestaba interés a todo menos a la extensa exégesis acerca del relato e historia detrás de cada cuadro, pintura, fotografía y escultura exhibida en la galería, estaba ocupada en admirar la mera estética del arte—. El apólogo de Ícaro representa ésta peculiaridad humana de ambicionar lo inalcanzable y perecer en el intento. La caída de Ícaro refleja un intento de libertad que supera la condición humana. El joven neófito, se deja llevar por su ambición, ignorando la erudición de su padre, y no puede distinguir el peligro que le depara, feneciendo en el camino —señaló el cuadro tras de él.

Los ojos verdes cual hierba cubierta de rocío matinal miraban con tristeza su trágico destino, aquel destellar de vida que apenas comenzaba se iba apagando con la caída de sus sueños y la segura pérdida de su vida.

—Ícaro era hijo de Dédalo, el hacedor del laberinto de Creta que albergaba al Minotauro. Luego de la construcción, fue encarcelado junto a su hijo en una torre por el rey Minos —la atención de los oyentes viajaba de los cuadros a un sin fin de escenas imaginarias sobre el desfavorable destino al que estuvo a merced el joven desde un comienzo, sin ni siquiera haberlo ocasionado él mismo—. Dédalo logró fugarse pero no podía abandonar la isla por mar, ya que el rey controlaba todo lo que salía y entraba. Entonces comenzó a fabricar alas para él y su hijo Ícaro, ya que el aire era lo único que no vigilaba el rey —una escultura en plumaje blanco como la nieve se admiraba justo a un lado de la pintura de Ícaro, una representación exacta y a la medida de las famosas alas de Dédalo.

 
 


Las acuarelas parecían danzar por encima del lienzo antiguo a medida que la historia avanzaba, sentías la pena de una vida perdida a flor de piel, los sentimientos del artista plasmados en mil colores perfectamente representados.

—Enlazó plumas entre sí, asegurando las más grandes con hilo y las más pequeñas con cera, y le dio al conjunto la suave curvatura de las alas de un pájaro. Ícaro quería ayudarlo, recogiendo plumas del suelo y tomando cera para trabajarlas con sus dedos, entorpeciendo sin querer la labor de su padre —señaló una pintura más ahora con Dédalo incluido, se le veía trabajando en su "obra maestra" con empeño—. Cuando todo estaba listo, Dédalo probó sus alas y saboreó la libertad junto al éxito de su trabajo. Entonces, equipó a su hijo de la misma manera y le enseñó a volar, advirtiéndole que no volase ni muy bajo, ni muy alto.

 
 


—"Si vuelas muy bajo, la humedad y el vapor del agua empaparán las plumas, éstas serán muy pesadas y caerás al mar. Y si vuelas muy alto, el calor del sol derretirá la cera, se desprenderán las plumas y también caerás al mar", le dijo, y así, padre e hijo echaron a volar. Pero Ícaro pronto se entregó al placer del vuelo con entusiasmo y comenzó a ascender como si quisiese llegar al paraíso. El ardiente sol ablandó la cera que mantenía unidas las plumas y éstas se despegaron. Ícaro agitó sus brazos, pero no quedaban suficientes plumas para sostenerlo en el aire y cayó al mar. Cuando Dédalo miró atrás, no encontró a su hijo, pero vio dos alas que flotaban en el mar y sobrevoló el lugar infinitas veces tratando de encontrar el cuerpo de su hijo —una vez más señaló una pintura de la galería que ayudaba a la imaginación de los espectadores.

El pintor había hecho una brillante y preciosa tarea plasmando los sentimientos de Dédalo en la pintura, se podía sentir su pena y el dolor de perder a su hijo en la inmensidad del mar.

 
 


—Dédalo se lamentó amargamente en sus artes y en memoria de su hijo, llamó "Icaria" a la tierra cercana al lugar del mar en el que Ícaro había caído. Dédalo llegó sano y salvo a Sicilia bajo el cuidado del rey Cócalo, donde construyó un templo a Apolo en el que colgó sus alas como ofrenda al dios —pasó al punto medio exacto de la sala y miró a los presentes, estaban expectantes a cualquier movimiento o a algún nuevo dato acerca de la increíble historia—. Ícaro nos deja claro algo: No debemos ambicionar más de lo que nos permiten nuestras capacidades. Cada uno de nosotros tiene aptitudes para algo en especial; para las matemáticas; para las ciencias; las artes; para hablar en público historias magníficas que han logrado trascender en la historia —algunos rieron ante el comentario, muchos seguían analizando la historia y una maraña de pelo recogido en un peinado extraño pero efectivo se apreciaba al frente de la multitud, tenía su mano derecha bien alzada y aún después de haber captado la atención de todos, continuó insistiendo en obtener la atención necesaria para responder sus dudas— ¿Sí, Asher?

—¿Cómo están seguros de que Ícaro no apareció, bueno, al menos no su cuerpo?

—La misma historia relata qué...

—Conozco la historia, tú mismo la has contado, pero no puede ser éste el final de Ícaro.

—Bien, si alguno tiene cualquier duda respecto a la mitología, en el área de venta de recuerdos del museo están disponibles muchos libros y folletos con información extra. Gracias a todos por su atención, espero que el recorrido haya sido de su agrado, a su izquierda se encuentra la salida —el guía detuvo a la castaña de melena alborotada antes de salir por la puerta, ahora el lugar se encontraba en completa soledad y podrían hablar con tranquilidad— ¿Planeas acaso que pierda mi trabajo, Asher?

—No creo que la curiosidad sea motivo para que te despidan. Solo quiero saber...

—Cariño, te traje aquí por un motivo, y estoy seguro que no es nada relacionado con mitología —acarició sus hombros y sonrió hacia ella con dulzura—. Amor, la boda está próxima, lo sé, pero necesitas relajarte. Incluso si solo somos tú y yo, no importaría, pero quieres la boda de tus sueños y tus deseos son ordenes —los ojos azules de la chica se cruzaron con los miel de su prometido, aceptaba que él tenía razón, pero había algo detrás de la historia que no le daba paz.




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