El Océano En Tus Ojos.

I.

[ § § § ]
 


 

El Océano es vigoroso, incluso más que el destino.
Es rebelde, implacable e indomable.
 


 

Es vida y muerte.
Fuerza y debilidad.
Entrega y arrebato.
 


 

Una corriente, un guía que te lleva a donde perteneces.

 


Incluso si no lo deseas.
Él hará lo posible por conducirte a lo que sea que él mismo decida.

[§ § § ]
 

Nada podía compensar el sentimiento de pérdida, pues ¿cuántos años podría vivir en una mentira?
 


Se casaría, tendría hijos y viviría con una persona que había dejado de significar algo en su vida ya hace mucho tiempo.

Se sentía atrapada en seda y encaje; entre lienzos bordados y flores extravagantes; el maquillaje comenzaba a asfixiarla y las pestañas postizas le picaban las cejas. El peinado alto y hermoso le parecía tan ridículo e innecesario, tan lejano a uno de sus más grandes sueños; porque Asher realmente soñaba con casarse.

Quería una boda de ensueño, con cientos de invitados y una cantidad exagerada de rosas níveas; una gran mesa de golosinas y una mucho más grande llena de regalos que serían indispensables para su nueva vida de casada. Quería besar a su pareja, sellando una promesa de amor eterna, justo al momento del atardecer, cuando el último rayo de sol acariciara sus rizos y la luna también fuera testigo de su lazo.

Y ahora tenía tantas ganas de vomitar, quitarse aquel enorme y pomposo vestido y huir de Sicilia tan pronto como fuera posible. No quería ver a su padre esperando para llevarle al altar, ni mucho menos a su madre derramando lágrimas, falsas por cierto, de al fin ver a su pequeña desposarse; sus hermanas estaban ahí, Imrie tenía a su recién nacido en brazos y su buen marido la tomaba de la mano cuando le veía cansada, ofreciendo su ayuda para que ella pudiera descansar por unos minutos; mientras que Míriam, sonriente y deslumbrante como siempre, se excusaba de que su marido no le había acompañado, pero que lo haría pronto. Un gran empresario en una empresa automotriz, más de dos docenas de años mayor que ella, había hecho realidad los sueños de su hermana con la felicidad que su gran cantidad de millones podía comprar.

Esta es tu oportunidad —había dicho su madre—. Caleb es un buen chico, de una buena familia y quien mejor que él para hacerse cargo de tí. No tendrás que volver a trabajar, y es mejor que vayas olvidándo esa carrera tuya que de nada te ha servido ni te servirá teniendo un marido como él.

Y ahora, a menos de un metro de la puerta que le dirigía hacia su destino, sentía todo su ser llenarse de temor.

¿En ésto se convertiría su vida?

¿En ser una buena esposa, una excelente madre y una perfecta mujer sumisa y callada?

¿Realmente entregaría su vida?

Su padre tomó su mano y dio un suave apretón en ella. Ni siquiera él, su propio progenitor, podría darle el sosiego que le urgía. Sus manos estaban húmedas en sudor, resbalosas y torpes.

Un paso tras otro y la puerta se abrió. Era lo que siempre había imaginado, flores blancas e invitados vestidos del mismo matiz; una decoración romántica y afable, su futuro esposo sonriendo al pie del altar. Orgulloso y perfecto, con la sonrisa llena de perlas y marfil.

Su padre tiró ligeramente de su cuerpo hacia adelante, animandola a avanzar de una buena vez, y entrelazó sus brazos, los invitados estaban atentos a sus pasos. Su hermana mayor hacía caras y gestos, que en algún otro momento le hubieran matado de risa; indicaba que sonriera, que mirará a su padre, o que quitara esa mala cara de su rostro. Miró al frente y comenzó a sudar frío.

Visualizó su vida, sus sueños e ilusiones. Miró lo que perdería y lo mucho que lo sentía, porque Caleb era tan bueno, tan lejano a lo que muchas personas esperarían. Pero no podía seguir.

Esta era su caída. Había anhelado tanto el deseo de casarse, casi como Ícaro la libertad, voló demasiado alto con ilusiones fuera de su realidad y cayó, pero no al océano; había caído en un bucle de desgracias, una tras otra, sin parar. Ésto no era lo que quería.

—No puedo hacerlo... —su brazo se safó del agarre de su padre, casi con violencia, se lamento de haber tirado tan fuerte de su brazo cuando una mueca de dolor invadió el rostro del mayor. Se intimidó ante la mirada de tantas personas, las mismas que habían celebrado su compromiso y aclamado su decisión ante la propuesta, y retrocedió unos cuantos pasos, tomó con sus puños la falda del vestido y se tragó el poco valor que aún le quedaba; la mirada de Caleb parecía perforarle el alma, sus oscuros luceros eran un par de reflejos tristes de la horrible escena que presenciaba y cuando dio dos pasos al frente, se decidió— Lo siento mucho, no... ¡No puedo hacerlo!—echó a correr lejos de ahí, sintiendose peor que hace algunos minutos. La culpa le invadía, de manera descomunal, era horrible; le ardía la garganta y el pecho, y no podía respirar correctamente. Necesitaba salir de ahí, tomar el primer vuelo al punto más recóndito de la tierra y esconderse ahí hasta que la culpa pasara, o bien la acabará con ella.

—¡Asher, ven aquí! —su madre seguía sus pasos con premura, apenas pisándole los talones, mientras su padre trataba de aplacar su mal humor a tientas desde una distancia prudente— ¡Asher Vandel!

—Lydia, por favor —suplicó el mayor de la familia Vandel, su respiración era cansada y arritmica, una mano descansaba cerca de su corazón. Unos metros adelante estaba la habitación donde le habían preparado para la ceremonia, perfumada y bochornosa. Se encerró ahí hasta que su madre paro de golpear en la puerta, o realmente se cansó, se había marchado excusarse con los padres de Caleb, quien no había aparecido en un buen rato según lo que había escuchado.

Queria regresar y tener un momento privado con él. Quería pedirle perdón  cara a cara y jurarle que ésto no era su culpa, besarle los ojos y prometerle que todo estaría bien. No era su intención romperle el corazón.




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