El Océano En Tus Ojos.

III.

—No, no, yo...

—¡Oh, claro que sí! —interrumpió Asher al dios antes de que siquiera pudiera defenderse. Y cuando estuvo a punto de seguir hablando, Hermes chaqueo los dedos y, gracias a su magia, cayó inconsciente sobre la blanda arena.

—¡Hermes! —tomó el cuerpo en sus brazos y miró mal al dios— La necesito viva, ¿sabes?

—Entré en pánico, lo siento —Ícaro negó en un movimiento y se ajustó a la chica entre los brazos.

—¿Qué te sucede? ¿y qué se supone que hacías ahí?

—Yo, eh, digamos que te di una mano.

—¿Perdón?

—La chica comenzó a sentirse insegura, lo sentí, y quería darte una mano ¡deberías agradecerme!

—No entiendo de qué me hablas, Hermes.

—¡Metí dudas en su corazón! —titubeó unos segundos y luego prosiguió— Aún más. Ella dudó de lo que realmente sentía por aquel sujeto y abandonó el lugar.

—¿Hiciste que cancelara su boda? —negó sin saber mucho que hacer— Eres increíble, Hermes, Eros debe estar echando chispas por tu culpa, ¿siquiera pensaste en más consecuencias?, ¿sabes lo que hará Afrodita si se entera de lo que haz hecho con el trabajo de su retoño?

—Un gracias no afectaría nada, Ícaro. Lo hice para ayudarte.

—Llevanos a Hiberia ahora, por favor —Hermes decidió ignorar el hecho de que le huía la mirada y con movimientos extraños en sus manos abrió una especie de portal destellante en colores azules, del otro lado se veían algunas calles solitarias en un barrio de estructura antigua.

Cruzaron dentro de este sin flaquear, al instante sus finas togas cambiaron una ropa más adecuada a la época y las miradas curiosas de un par de niños no faltaron, sin embargo, no prestaron mucha atención y siguieron jugando a la pelota en las calles.

Hermes se coloco un par de lentes oscuros y peinó su cabello, avanzó un par de pasos e Ícaro lo detuvo. Raspó su garganta y con un movimiento de barbilla señaló a la chica en sus brazos; Hermes lo miró con fastidio pero chasqueó de nuevo sus dedos y Asher despertó.

—¡Bajame! —la castaña se removió en los brazos de Ícaro y terminó cayendo en el duro pavimento de la calle, miró mal a su captor y se propuso levantarse sola pero, para su sorpresa, Hermes tomó su mano y le ayudó.

—Lo lamento, no tenía que haber actuado de tal manera y obligarte a dormir. Mil disculpas —Ícaro rodó los ojos ante el intento de coqueteo de Hermes, estaba claro que había algún truco en sus palabras—. Soy Hermes, por cierto.

—No te preocupes, soy Asher —ella sonrió amablemente y aceptó su ayuda, le miró a los ojos, Hermes trago ruidosamente y sus mejillas se tiñeron de rojo; el hijo de Dédalo quiso golpearlos a ambos ante su conducta pero mejor avanzó por la calle, ignorando tal escena.

—Anthea no estará todo el día —gritó Ícaro, Hermes ya había soltado su mano de Asher y cuando giró el rostro para ver a Ícaro marcharse, la chica se había aprovechado de la situación y había corrido al callejón más cercano. Debía encontrar un teléfono público y rápido, o perdería una gran oportunidad.

Caminó aproximadamente 5 minutos hasta que una pequeña cabina se encontraba frente a ella. Se acercó y buscó por todos lados un par de euros para pagar la llamada. Encontró una moneda que apenas le daría un minuto para hablar con alguien. Marcó los números con avidez y esperó a que respondieran, esperaba que lo hicieran.

—¿Hola?

—¡Imrie! —habló casi con desesperación, pues los más seguro era que los otros dos ya la estuvieran buscando.

—¿Ash? ¿¡dónde demonios estás!?, ¿sabes todo lo que han hecho nuestros padres por tu desaparición? ¿siquiera pensaste en las consecuencias?

—Estoy bien, Imrie, pero necesito de tu ayuda.

—¿Cómo que ayudarte? Mis padres no quieren saber nada de tí.

—¿Qué? Pero...

—No, Asher, ésto fue una gran estupidez, ¿cómo pudiste hacerle esto a Caleb? Él es el único que te está buscando, es el más preocupado de todos.

—Imrie, lo siento, es que... —no pudo terminar la frase, su atención se vio distraída a sus pies cuando una especie de círculo se comenzó a abrir alrededor de ellos; de un momento a otro entró por el círculo y cayó a un lado de Ícaro y Hermes.

—Te dije que no intentarás nada, Asher.

—No escape —se levantó y limpió un poco de polvo se sus ropas—. Sólo llamé a mi familia para que me buscará.

—Tú ni siquiera sabes donde estás —iba a responder pero él tenía razón. No reconocía las calles, ni siquiera los lugares y edificios altos de alrededor. Era un lugar que no conocía en lo absoluto.

—Sabrán buscar el número telefónico —se levantó y miró mal a ambos, no podía hacer otra cosa. Ícaro era mucho más alto que ella, y ni decir de Hermes, era gigantesco.

—Bien, se hace tarde y Anthea ya debe estar trabajando. Andando —Hermes avanzó sin esperar a que los otros lo hicieran, Asher se quedó estática en su lugar pero Ícaro pronto la empujó por los hombros, haciendo que imitara a Hermes.

Caminaron por 30 minutos por la ciudad, las personas hablaban un idioma conocido pero no podía basarse en el idioma, siendo que otros países podrían hablar el mismo. Hasta que llegaron a su destino, “Olympus”, el nombre de la tal Anthea relucia en todas las marquesinas y su rostro en los aparadores del lugar.

—¿Qué es esto?

—Ya lo verás —respondió Hermes, y le extendió un billete, 10 euros—. Tu entrada.

Era un club, uno bastante bonito a decir verdad. Chicas bailaban, vestidas con bonitos atuendos, algunas cantaban y daban un increíble espectáculo. Ícaro y Hermes se sentaron y platicaron como si fuera un día cualquiera, Asher estaba incómoda. Después de todo, no paraba de buscar la oportunidad de escapar.

—Ahí está, vamos —Ícaro tiró del brazo de Asher y los tres avanzaron por el lugar; había una cantidad exagerada de personas, pasaban la capacidad del espacio pero seguían entrando.

En el escenario se admiraba una cortina de diamantes artificiales, la música comenzó a sonar y una pelirroja despampanante comenzó a deslizarse por la cortina.




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