El Océano En Tus Ojos.

IV.

Si bien no era como lo imaginaba, no  podía negar que era hermoso. El templo de Hestia tenía jardineras llenas de flores de todo tipo, una fuente con querubines del más fino material.

—Es por aquí —Hermes los guió por el camino de piedra pulida, tenían un característico color rosado y brillaban como cualquier otra piedra preciosa, había una delgada línea de agua a cada lado del camino.

—Esto es hermoso —confesó.

—Espera a que lleguemos con Afrodita.

—¿A cuántos templos iremos? —preguntó Ícaro, en el camino de divisaban más de 10 y no creía tener la paciencia para atravesarlos todos.

—Sólo visitaremos a los dioses principales, los hijos de Cronos y Rea. Tendremos que atravesar por algunos más pero esos no serán de vital importancia; veremos a los dioses más unidos a los humanos.

—¿Qué hay de Nix?, ¿de Gaia, de Thesis? Son dioses supremos.

—Sabes que ellos no son muy amables con los humanos después de ver todo lo que han hecho.

—¿Qué se supone que hemos hecho? —Hermes rió sin ganas y llegó al final del camino.

—Contaminación, odio mutuo, están acabando con todo lo que ellos crearon, ¿quieres mas motivos? —Asher negó en un movimiento de cabeza, admitía que había hecho una pregunta estúpida— Henos aquí —había una gran argolla unida a la puerta, Hermes la tomó y llamó tres veces.

La puerta se abrió ligeramente, apenas dejando el espacio para que uno pasara. Y así lo hicieron, avanzaron detrás de Hermes, pero primero pasó Ícaro, después Asher. El lugar se veía demasiado oscuro, no alcanzaba a distinguir lo que había frente a ella; parpadeo varias veces, tratando de adaptarse al cambio tan drástico de luz pero tras el último parpadeo, se sintió desorientada.

Estaba en su casa. En su pequeño apartamento en Bérgamo. Tras la ventana se veían las praderas verdes, el olor a menta y olivo seguía intacto. Sus múltiples retratos reflejaban una verdadera sonrisa de su parte; sus padres en la fiesta de compromiso, sus hermanas, sus amigos... Caleb y Asher, él sonriendo complacido, mostrando el anillo ante la cámara y ella con lágrimas en los ojos, el cabello despeinado y las mejillas sonrojadas. Ocultaba su sonrisa bajo una de sus manos, en la que no estaba el anillo.

El pequeño castillo de su gato, su caja de arena y sus juguetes esparcidos en el suelo. Sus muebles de color blanco, con diminutas marcas de las garras del minino; las paredes de color cálido, toda la decoración que había escogido junto con Caleb cuando decidieron vivir juntos.

—Que linda casa —una mujer, pelirroja y de ojos intensos, la miraba desde uno de los sofás con atención; sus ropas eran de un color azul eléctrico, y múltiples halajas y accesorios completaban su atuendo. Se notaba cansada, parecía de edad un tanto avanzada, rondando los cuarenta pero su belleza seguía intacta. Hestia era la definición de una diosa griega—. Tienes una definición de hogar muy limpia.

—Gracias... —no sabía si hablarle de manera muy propia o incluso arrodillarse, hacerle un reverencia mostrarle respeto.

—Tú debes ser Asher. Te he visto en un oráculo.

—¿Cómo es ésto posible? —señaló la habitación, se acercó a la puerta contigua y la abrió, su dormitorio estaba idéntico.

—Mi templo refleja el significado que cada uno tenemos del hogar —se levantó y comenzó a deambular en el lugar—. Muchas otras visitas que he tenido han visto todo lo contrario a esto. Se llenan de lujos, dinero, cosas ostentosas... Y luego estás tú, Asher. Esto es un hogar para tí pero hay algo particular en todo esto, no sólo el lugar como tal.

—¿Dónde están Ícaro y Hermes?

—En su propia fantasía. Sígueme —avanzó hacia otra de las puertas del apartamento y entró por ella, Asher la siguió y miró del otro lado; Hestia movía su cabeza en negación, sin poder creer lo que veía. Hermes acariciaba su rostro, podía escuchar claramente como su ilusión eran miles de joyas preciosas, oro y muchas cosas de valor a su alrededor.

—Me comprare un auto... —acarició un par de hojas de alguna planta contra su rostro, el idiota pensaba que era dinero— Y lo traeré al olimpo. Morfeo se morirá de la envidia.

—Hermes, suficiente —abrió los ojos y vio como todo a su alrededor había cambiado a su normalidad, tiró las hojas en el suelo y tomó asiento en un sofá, estaba avergonzado— ¿Dónde está Ícaro? —señaló detrás de ella, el hilo de Dédalo estaba concentrado en la vista fuera del templo.

—¿Qué sucede?

—Tiene miles de años buscándote... El no recuerda su hogar desde hace mucho —Asher lo miró con algo de pena. Poseidón realmente era un maldito, porque había jugado con él y con sus intensos deseos de volver a ver a su padre—. Puedo sentir su necesidad de volver.

—Me siento culpable.

—No lo hagas. Él aceptó —se acercó Hermes y tomó asiento junto a él. Miraron por algunos segundos a Ícaro, al menos hasta que se dio cuenta y ambos tuvieron que mirar a otra parte—. Ustedes necesitan algo de mí.

—Como bien sabes, necesitamos tu aprobación o la barrera del siguiente templo no se abrirá.

—¿Cuál será su paga?

—Dinos y veremos qué hacer —Ícaro al fin se unió a la conversación y esperaron pacientes a la respuesta de la diosa. Hestia se enfocó en Asher y buscó algo en ella, en su vestimenta, en su rostro. La inspeccionó de pies a cabeza.

—Quiero un recuerdo, el recuerdo más cálido que tienes en tu hogar —los tres se miraron, uno al otro, pero no entendieron a qué se refería la diosa—. Me refiero a tí, Asher. Quiero ese recuerdo.

—¿Y eso de qué te serviría?

—Gracias a la falta de atención por parte de Zeus, la mayoría de los dioses debemos sobrevivir a base de algo. Hemos sido descuidados, ignorados por los mismos dioses, y también por los humanos.

—¿Y porqué el mío?

—Porque ninguno de ellos sabe siquiera lo es un hogar —habló con franqueza, pudo ver un cierto toque de tristeza en sus ojos de Ícaro, y uno muy grande de vergüenza en los de Hermes—, ¿y bien?




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