El Océano En Tus Ojos.

VI

La noche había caído y los luceros ahora brillaban más que nunca; la falta de luces artificiales en el Olimpo les permitía apreciar un cielo estrellado en toda su plenitud pero no tenían tiempo que perder. Gracias a su magia, Hermes había logrado atar a Ares con fuerza a una columna. Según él, 10 cuerdas serían suficientes, y, sino, no dudaría en dejarle a Eros hacer lo que quisiera con el dios de la guerra.

 

—No podemos hacer absolutamente nada hasta que despierte —admitió la diosa del amor, dejándose caer sobre un abultado sofá—. Tenemos al menos un par de horas hasta entonces.

 

—Deberíamos planear algo —habló Ícaro, había permanecido callado durante todo el trayecto y su silencio había sido difícil de ignorar—. Si Ares despierta y sigue con el mismo humor de hace un rato...

 

—Pero no lo hará —Hermes se mostraba serio y pensante ante la situación, su actitud era extraña y su postura amenzante—. Alguien uso una hipnosis, algún hechizo o magia sobre él —se acercó al grupo manteniendo su atención fija en sus palabras—, Ares podrá ser el dios de la guerra pero jamás se atrevería a atacarnos porque, le guste o no, somos sus hermanos.

 

—Entonces hay alguien operando una misión suicida —pensó Ícaro en voz alta—. Si Zeus se entera de que alguien está atentando contra sus hijos, se quebraría la paz entre los dioses y el tratado de Creta se anularía.

 

—¿Qué es el tratado de Creta? —se animó a preguntar Asher, no había pronunciado palabra alguna pues no entendía mucho de lo que estaba pasando, y tampoco podía aportar algo aunque quisiera.

 

—Cuando encerraron a Cronos en el Tártaro —comenzó Hermes—, los dioses hicieron un juramento, firmado por su propia sangre: jamás harían algo parecido a sus hijos como lo que su padre les hizo a ellos, y eso aplicaba también para sus sobrinos, hermanos, familia de los dioses de la primera y segunda generación.

 

—Eso significa que ninguno de los dioses puede tocar al hijo del otro, pero alguien está atentando contra los hijos de Zeus y cuando Padre lo descubra habrá una masacre en el Olimpo —Eros hablaba relajada desde su lugar, jugando con un hilo entre sus dedos—. Y nadie podrá detenerlo.

 

—Aún no estamos seguros de si eso es lo que está pasando.

 

—Pero debemos darnos prisa, no sabemos quién pueda ser el próximo.

 

—Pensemos en objetivos fijos, entonces —habló firme Hermes—. Ares vino directo a nosotros.

 

—No, vino directo a ella —afirmó Ícaro, señalando a Asher—. Cuando comenzó a atacarnos, ella era el objetivo.

 

—No tiene sentido.

 

—Sí lo tiene, es una chica propiedad de Poseidón —habló Eros hacia los dos chicos, recibiendo una mirada ofendida de la ojiazul—. Si alguien la asesina antes de siquiera llegar a su templo, te aseguró que querrá un reembolso, Poseidón no es de la clase de la que le gusta perder sus pertenencias.

 

—¿Dices que debemos dejar que Poseidón luché una guerra vanal y sin motivos razonables por su juguete nuevo? —Asher tenía las palabras atoradas en la garganta, clavandose con rudeza en su piel, pero cuando abría la boca ni una sola de estas salía buscando una defensa.

 

—Digo que debemos dejar que las cosas transcurran a su tiempo y forma, si alguien se mete con su chica, te aseguro que se pondrá de nuestro lado.

 

—¿Podrian dejar de hablar de mi persona como si fuera un objeto? —soltó aún con la furia subiendo por su garganta, no debía explotar, no ahora. Así que Asher salió del templo buscando un poco de calma para su atormentada mente.

 

El viento le acarició las mejillas apenas estuvo a unos pasos afuera de la enorme estructura. Tenía el pecho lleno de amargura, con gritos encolerizados a nada de salir de sus labios.

 

Inhaló hondo, hasta sentir sus pulmones llenos, y dejó salir el aire contenido por sus labios. Una y otra vez hasta que sintió aquella presión en el pecho deshacerse y siendo sustituida por mera tranquilidad. Tomó asiento a las orillas de la cornisa y admiro la majestuosidad del lugar, prestó atención pura a cada pequeño detalle que pudiera conservar en su cabeza y dejó que su mente divagara por cada absurdo pensamiento que llegará con la preciosa vista que tenía.

 

¿Cómo era posible que todo eso fuera real? Templos en las nubes, edificaciones hermosas y gigantes en un sendero flotante; dioses, héroes, personajes de leyenda, todos reales y no sólo pertenecientes a un museo.

 

Debía admitir que era bellísimo, y se lamentaba de no tener su cámara cerca en aquellos momentos. Sus amigas amarían unas fotos de tal lugar pero pensarían que se trata de un video juego con gráficas de en sueño o una imagen llena de ediciones a computadora.

 

Sus ojos viajaron al cielo, las estrellas brillaban con gran intensidad, sin poder comparar una con otra porque era imposible. En su mente trataba de salir a flote pequeños recuerdos, memorias hermosas, de su familia, sus amigos, Caleb...

 

Cerró los ojos y dejó a su mente viajar a un lugar lejano, uno donde no había nada que le impidiera soñar e imaginó a su prometido a su lado, mirando las estrellas junto a ella, con los ojos, oscuros como la misma noche, brillando con los luceros en su misma intensidad mientras sólo se dedicaba a mirarla por debajo de aquel manto estelar.

 

—Todo saldrá bien, mia bella stella —imaginó al chico juntar sus frentes ya cariciar con más puntas de los dedos su nuca, sentir su cálido tacto bajo el suyo, su respiración chocar contra su barbilla—. Volverás a mí, y todo será como antes. Seremos felices, mi amor —pero tras esas palabras el momento se quebró, pues no quería volver a su vida, a lo monótono.

 

Y es que, se había esforzado tanto por querer a Caleb que se había olvidado de lo que realmente quería en su vida, de qué quería ser y hacer con ella; estaba dispuesta a intentarlo de nuevo cuando todo terminara pero bajo sus propias condiciones y sin terceras personas de por medio.




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