El Océano En Tus Ojos.

VIII

Hermes caminó de regreso al interior de su templo, encontrándose con Ares en el trayecto, tenía un par de flores en las manos y una sonrisa extraña en los labios. No pudo evitar sentir un poco de pena por su hermano, pues tanto esfuerzo no serviría de mucho, gracias a la acciones de Eros y sus drásticas decisiones, su amor sería pasajero.

 

—¿Crees que le gusten? —las olfateó por encima de los pétalos— Quise encontrar algunas que fueran igual de hermosas que ella pero —suspiró, profundo y enamorado, como un niño que se ha sentido amor por primera vez, y miró a su hermano— nada se compara con su belleza.

 

—Sí, claro —tomó a Ares por los hombros y lo hizo girar sobre sus talones, en camino hacia el sendero—, ¿qué te parece si vas a prepararte para la fiesta de ésta noche? —Ares lo miró con pena, pasando su mirada del templo a Hermes, a lo que su hermano rodó los ojos— Yo cuidaré de Asher por tí, ve.

 

—Bien, pero...

 

—Sin peros —empujó a Ares por la espalda y lo hizo avanzar hasta el camino en dirección a su templo—. No querrás que Asher te vea vestido como un simple mortal en disfraz, ¿verdad?

 

—Tienes razón —comenzó a caminar decidido y dejó a Hermes detrás de él. Prometió volver a la hora indicada y sin más desapareció por el sendero, aún con las flores en mano.

 

Hermes ya no se contuvo de rodar los ojos y corrió devuelta a su templo. El lugar ahora estaba tranquilo, Asher estaba dormida en un sofá, con la cabeza recargada en los muslos de Ícaro. El chico miró sin mucho interés a Hermes, se notaba molesto y Hermes no necesitaba que dijera el porqué pues ya lo sabía.

 

—¿Ella está bien? —preguntó preocupado, pero Ícaro se limitó a asentir con un movimiento de cabeza; su mano izquierda le estaba acariciando los rizos con suavidad, y aunque Hermes no dejaba de quitarle la mirada de encima, no se detuvo— Ícaro, no es mi culpa lo que pasó con Ares, y si Eros lo hizo, ¡deberías de estar agradecido!

 

—¿Cómo esperas que esté agradecido con semejante acto de estupidez? —susurró con dureza, pues no quería despertar a la chica— ¿Siquiera pensaron en que Ares puede evitar que la llevemos con Poseidón? ¿Y si nos bloquea el paso antes de llegar con Afrodita?

 

—Pero no pasará, ésta noche veremos a Eros y a su madre y todo el asunto de Ares enamorado habrá acabado.

 

—Quisiera creerte, pero me cuesta.

 

—No te he dado motivos para que no lo hagas, Ícaro, me ofende tu desconfianza.

 

—No es de tí de quién desconfío —desvío su mirada, y trató de buscar las palabras correctas para no meterse en líos—. Eros, no es la diosa más amable ni mucho menos la más humilde.

 

—Pero ella no haría nada para perjudicarnos, sólo quiere ayudar.

 

—Hermes...

 

—Sí, quizás se equivocó pero es algo que se puede arreglar.

 

—¿Y sí no lo hace? —Ícaro trataba de hacerlo entrar en razón, pues, en ocasiones pasadas, Eros había hecho algo similar en contra de las ordenes Poseidón y había sacado a las chicas del Olimpo, pero Hermes parecía negarse a ver la realidad— Hermes, no dejes que tus sentimientos te ceguen ante sus acciones.

 

—¿Sentimientos? —empezó a andar en toda la habitación, nervioso y lleno de pánico— ¿Quién dijo algo se sentimientos? Yo no siento nada por Eros; es egoísta, egocéntrica, presumida, se siente por encima de todos, es antipática y...

 

—Y estás enamorado de ella desde hace dos milenios, conmigo ni siquiera lo intentes —Ícaro conocía demasiado bien a Hermes como para saber sus sentimientos por la diosa del amor desde hace mucho. No se necesitaba un cerebro super desarrollado para notarlo—. No te voy a juzgar, tampoco a reprender, pero si te pido que seas cauteloso. Ni tú, ni yo, ni siquiera Zeus puede saber lo que ella hará, es impredecible y no deberíamos esperar mucho de ella.

 

—No lo sé, no puedo evitarlo —tomó asiento en uno de los sofás y escondió su rostro entre sus dos manos.

 

—Tendrás qué.


[ × × × ] 


El resto del día se basó en preparativos y estrategias que no delataran a ambos mortales ni al trío de dioses; Hermes había diseñado un par de máscaras que, gracias a su magia, no delatarían la verdadera identidad de Asher e Ícaro. Parecían antifaces de algún disfraz medieval.

 

—Mientras nadie se acerque demasiado a ustedes, no tienen nada de qué temer —le entregó el suyo a cada uno, ambos de color marfil; el de Asher tenía finos detalles en color oro, mientras el de Ícaro tenía los mismos detalles pero en color azul eléctrico—, en especial Asher —la chica lo miró curiosa, el dios tenía una mueca cargada de sorna en el rostro—. Ares no dejara ni que el mismo Zeus se acerque a tí.

 

—Muy gracioso —lo miró mal, y esta vez Hermes no pudo contenerse más, soltó una estruendosa risa que inundó el templo y procedió a ayudarles con su atuendo.

 

—Bien, Ícaro, contigo no tengo problema. Pudo prestarte una toga pero tú —la miró de lejos y enfocó con sus manos bien abiertas su rostro, como un fotógrafo buscando un buen ángulo y la luz indicada—, estoy realmente confundido con lo que puedas usar. Si te hago usar algo extravagante, llamaras demasiado la atención, pero si usas algo simple, Apolo te sacara a patadas de su templo —camino al rededor de Asher, prestando atención en cualquier detalle que le diera una idea—. Algo rojo, podría ser, pero un color plata te haría lucir preciosa.

 

—Tranquilo, Giorgio Armani. Ya pensaré en algo —se miró en el espejo, Hermes la miraba desconcertado, pues no sabía si le había dicho algún tipo de insulto o algo halagador—. Por favor, haces bromas sobre sacrificios humanos y sangre, ¿pero no entiendes esa pequeña referencia?

 

—Perdón, pero soy el dios de la astucia, no el dios de las referencias —la tomó de los hombros y la hizo girar—. Tendremos que esconder esos ojos. Escoge un color.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.