El Océano En Tus Ojos.

IX

Asher solía pensar que tener malas actitudes traía malas consecuencias. Si alguien era negativo, le iría mal; si alguien obra mal, le ira mal; si aceptas irte con Ícaro, te irá mal.

 

Pero estar en el Olimpo había cambiado drásticamente sus perspectivas; podías atraer malas consecuencias incluso sin tener ninguna acción incorrecta, con moverte, respirar, estar ahí ya era suficiente. Ella, realmente, no había hecho algo para perjudicar a nadie, estaba segura de ello, pero quien fuera que se cruzará con Asher aseguraba que ella solamente era un peligro enorme y potencial para los dioses. Y seguía sin entender el porqué.

 

Era confuso. Poseidón la quería ahí, Hermes e Ícaro estaban aferrados al llevarla junto al dios y terminar con su eterna búsqueda, para jamás volver a ver al dios ni a la chica; pero el resto de los dioses la querían fuera. Y ahora, incluso sus acompañantes, dudaban de su estancia ahí.

 

Antes pudo haber tenido en cuenta que era una mortal, que no podía amenazar ni a uno igual a ella, pero ahora el tridente descansaba sobre sus dedos en espera de un nuevo movimiento. No comprendía mucho acerca de él ni su uso o función pero no podía arriesgarse a usarlo una vez más. No lo haría, no hasta saber el porqué ahora estaba con ella.

 

—Eso fue lo que pasó —Hermes terminó de conversar con Eros y ambos miraron a Asher, estaba fuera del templo desde hacía un par de horas atrás y se había negado a hablar con alguien.

 

—Ella nos está ocultando algo y voy a averiguarlo —la diosa caminó decidida pero Hermes la tomó de un brazo, negó suavemente con su cabeza y con un movimiento señaló a Ícaro, estaba a unos metros de distancia, en silencio y con más seriedad de la usual.

—Se siente atacada y está confundida, al igual que nosotros. Debemos darle su espacio —Eros volvió a tomar asiento y se tomó el tiempo de pensar en las palabras de Hermes. Tenía razón.


 


—¿¡Qué demonios me están ocultando!? —Atenea entró sin avisar al templo, Hades la miró sin mucho interés y continuó leyendo un, bastante grueso, libro— ¡Hey, te estoy hablando!

—¿Podrías guardar silencio? Trató de concentrarme.

—Hades, no estoy para juegos.

—No me interesa. No soy a quien deberías molestar con preguntas idiotas.

—¡Tú eres parte de esto!

—No —cerró el libro de golpe y ahora dirigió toda su atención a Atenea—. Yo sólo doy los medios, ustedes hacen estupideces y sacrifican a mi servidumbre en el proceso, yo no participó en sus planes.

—¡Pues entonces adivina qué! ¡Por tu inútil servidumbre, la chica activó uno de los regalos!

—No sé de qué te sorprendes. Era obvio que lo lograría, el océano y los mares corren ella como una corriente acuífera.

—Pero no tan pronto. Necesitamos hacer algo, idear un nuevo plan, ¡algo antes de que todo se venga abajo!

—No entiendo tu desesperación, Atenea —abandonó su trono y se acercó a ella, la tomó por los hombros y empezó a masajear la zona con dureza—. La desesperación no se ve bien en tí.

—Dejame —quitó sus manos con brusquedad y se decidió a dejar el templo. Pero antes miró a su tío, con furia en los ojos, pero el rostro sereno—. Suelta al muchacho, es momento de que nos sea útil.


 


—¿Sabes que primero debo consultarlo, verdad? No soy de los que actúan tras la espalda de los demás.

—Estará de acuerdo conmigo, te lo puedo asegurar —sonrió triunfante y salió del templo. Hades aguantó las intensas ganas de acabar con ella, y enseñarle que en su reino, él era el único que mandaba, pero mejor a eso, respiro hondo y dejó que se marchará sin hacer nada más.

Alzó la mirada cuando sintió que alguien lo observaba. Sonrió en dirección a la puerta y estiró su mano para invitarle a acercarse y así lo hizo; Persefone salió de entre las sombras y tomó la mano de su esposo cuando estuvo cerca.


 


Hades acarició la piel de su muñeca con delicadeza y dejó que ella recargara su cabeza contra su pecho, aprovecho el momento para olfatear su cabello, olía a gardenias y flores de naranjo.

—¿Qué estaba haciendo Atenea aquí?

—Lo de siempre; se queja de Zeus, del Olimpo, de nosotros y luego se larga —acarició su cabello con lentitud y ella se abrazó a su cintura.

—No quiero que ella venga aquí. Suficiente tengo con verla cuando voy con mi madre.

—¿Eso es lo que quieres? —Persefone asintió, restregando su rostro contra la fina tela de la toga de Hades— Entonces ella no volverá jamás a éste templo.

—¿Me lo prometes? —alzó su mirada y se encontró con la de Hades, intensa y violacea.

—Te lo juro —Hades se inclinó un poco y junto sus labios con los de la pelirroja.


 


 


 


—¿Puedo? —señaló el lugar vacío junto a la chica, ella asintió y tomó asiento— ¿quieres hablar de lo ocurrido? —Asher negó raspando su garganta, Ícaro suspiró, dejando que se le refrescara la garganta— Lo siento.

—Cierra la boca.

—No, en serio lo siento —miró a la chica, atento a su reacción, sin embargo, Asher optó por no prestarle demasiada atención—. Tú confiaste en mí, abriste tus sentimientos, tus problemas, todo conmigo y yo simplemente lo usé para atacarte.

—¿Realmente crees que con una disculpa dejaré pasar lo que ocurrió?

—No, pero espero que no afecte lo que habíamos avanzado.

—¿Avanzado? —ella lo miró, con el alma en la garganta, sus ojos tenían lágrimas a punto de derramarse y un escozor en el pecho que la invadía— ¿Tú crees que eso es avanzar?

—Asher...

—¡No! —soltó con furia— Me tomaste por la fuerza en un camino que no quería seguir, me obligaste a estar aquí con la falsa promesa de que volvería a mi hogar, ¡me lastimas y haces que me arrepienta cada vez más de confiar en tu palabra y, mucho peor aún, en tí! —limpió las lágrimas que, ahora sí, recorrían sus mejillas; las limpió con dureza y siguió hablando, con la mirada atenta de Ícaro sobre ella— ¡Eres una triste, triste persona que no puede afrontar que la vida sigue incluso después de una caída, de dos y tres!, ¡enfrenta el destino que te tocó y aprende a vivir en el presente, porque todo está aquí! —se levantó de su asiento, siendo seguida por el muchacho, dio un paso hacia el frente y comenzó a señalarlo con el dedo índice, picando su pecho con dureza— ¡afrontalo, y sé un hombre, el pasado ya está por detrás de tí y no puedes cambiarlo ni con la ayuda de un maldi... —Ícaro la tomó por las mejillas, sin mucha fuerza, se inclinó hacia ella y la beso con suavidad.




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