El Océano En Tus Ojos.

X

—La chica —comenzó Hades, evitando la mirada de su acompañante— está siendo un problema para nosotros.

 

—La necesitamos —respondió, una sonrisa ladina se colgaba de sus labios—. No me interesa que serie de eventos desafortunados se desencadenen a partir de que activó uno de los regalos, ella no podrá hacer nada una vez que sepa el porqué de su estadía en el Olimpo. El plan debe continuar.

 

—Si ella representa un problema para mí, te aseguro que no sólo me cobraré con su alma —amenazó, la mirada de su contrario apenas y causaba algo en él.

 

—No provoques que mi ira también caiga sobre tí, Hades —lo señaló y en sus manos, sus dedos brillaban, apuntó de liberar un poco de su poder en contra del dios.

 

—¡Entonces controla a la chica o haré que Zeus mismo se encargué de tus sucios planes!

 

—Si yo caigo, tu caerás conmigo —ahora fue Hades quien rió, casi complacido por sus palabras.

 

—¿Caer más bajo?, ¿en el inframundo?, oh, querido amigo, amenazas a la persona incorrecta en el lugar menos adecuado —el dios miró a su alrededor, como almas en pena se arrastraban para llegar hasta él, por una pizca de vida.

 

—¡Basta!

 

—Entonces, deja que me encargué de la chica.

 

—Bien —las almas se despejaron con las palabras correctas de parte del Dios y Hades lo dejó en paz.

 

—¿Qué hago con ella? —en su voz había un tono de complacencia, disfrutaba al manipular a las personas pero esto era placentero.

 

—Asesinala, conservala, haz lo que quieras —molesto, avanzó hacia la salida del templo, pero no sin antes recordarle algo a Hades—. Sólo te advierto, que no será fácil, y dudo que puedas hacerlo tú solo. A menos que quieras pedir ayuda a Atenea.

 

—No, no, usaré algo mejor que una patética niñata —sonrió burlón y miró de vuelta a su hermano a los ojos—. Gracias, Poseidón.

 

—Sí, sí, tendré que esperar otros mil años a que éste momento vuelva pero si así lo deseas.

 

—Aún tienes a Ícaro, quizás con esto puedas hacerlo quedarse para siempre.

 

—No necesito un mensajero eterno. Quiero a la chica, pero en vista de que Atenea y tú son una patada en el trasero, no tengo de otra.

 

—Como gustes —Poseidón salió del templo, aún con la furia atorada en su garganta—. Bien, hora del plan B —avanzó hasta su trono y tomó asiento, con un movimiento de manos, hizo a Caleb salir de entre las sombras—. Hora del show, muchacho. Tendrás que ser el protagonista, la estrella, quiero el alma de Asher Vandel y tú tendrás que traermela.

 

—Como usted desee.


[ × × × ] 

 

Eros partió con la oscuridad de la noche, había dicho que necesitaba hablar un poco con su madre y que pronto regresaría al templo de Hermes para dar nuevas noticias o información que pudiera conseguir sobre Atenea, Hestia y lo que sea que estuviesen planeando.
 


Mientras tanto, Hermes ideaba una pequeña coartada que hiciera que la chica de ojos oceánicos revelará lo que sea que estuviese ocultando tras aquella facha de inocencia; pensó y recapituló todo lo ocurrido, esperando encontrar una pista. No era nada común encontrar a alguien que pudiese dominar un tridente o alguna de las armas de los dioses, menos en el caso de una mortal. Ella era un caso particular que debía indagar hasta el fondo.

Tras lo ocurrido, oculto ante el dios, Asher había, prácticamente, huído de Ícaro por el resto de la noche. Si bien era cierto que no se arrepentía, sí estaba avergonzada de comportarse como una adolescente encaprichada y jugar con su secuestrador a la pareja primeriza. Pidió a Hermes una habitación y se encerró ahí hasta tener las cosas claras y precisas, sin rodeos ni dudas, pero el cansancio había logrado derrotarla apenas pasadas unas horas.
 


 

Y cuando los primeros rayos de sol se asomaron, Eros regresó y el grupo de mortales y dioses se encaminó al próximo templo sin esperar la aprobación de Apolo, pues Eros los acompañaría está vez y no esperarían ni un momento más; puesto que Atenea ahora estaba en su contra, y no dudaría en atacarlos en cualquier momento, decidieron evitar su templo a toda costa. El de Afrodita no sería clave en su búsqueda y Eros podía abrir el paso sin necesitar la aprobación de su madre, pero no podían ignorar el templo o pasarlo por alto. Sería una falta de respeto que les podría costar caro. 
 


 

—Faltan solamente un par de templos y llegaremos con Hades —señaló una desviación del sendero, descendía a una distancia considerable, se notaba un cambio de luces y parecía un lugar terrorífico y prohibido—. Pero primero debemos visitar a mi madre, y después a Hefesto. 
 


 

—¿Te ha dicho algo más, aparte de lo que sabemos?
 


 

—No. Está igual de confundida que nosotros, pero si de algo podemos estar seguros es que ni Hera ni sus hijos participan ésta vez —Asher la miró confundida.
 


 

—¿Ésta vez? —Eros le regresó la mirada y se pensó un par de segundos lo que iba a decir, pues seguía teniendo esa pequeña y punzante sensación de desconfianza en la joven.
 


 

—Hace mucho tiempo —comenzó, despacio—, liderados por era Hera, Poseidón, y todo el resto de dioses, incluyéndome, nos unimos para derrocar a Zeus, exceptuando a Hestia y Hades —se encogió de hombros y prosiguió—. Estábamos cansados, tenía un temperamento horrible y se estaba haciendo insoportable su nivel de orgullo. Lo atamos por la noche, mientras dormía; nos amenazó con asesinarnos a todos, que podía ser verdad, pero estando atado no pudimos hacer otra cosa mas que mofarnos, habíamos puesto el rayo lejos de su alcance y planeamos mil y un cosas que hacer con él.
 




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