El Océano En Tus Ojos.

XI

Asher corrió a su encuentro, interponiendo su cuerpo con la infalible puntería de Eros y Caleb; lo ayudó a ponerse de pie, tenía el cuerpo lastimado y el rostro lleno de heridas recientes, la sangre aún brotaba en un delgado hilo de una de ellas.

 

—¡Caleb! —lo tomó por los hombros y trató de buscar su mirada— ¿Qué ha ocurrido?, ¿quién te hizo esto?, ¿Caleb? —no respondió, en cambio, alejó sus manos de la chica de su persona y retrocedió dos pasos, alejándose— ¿Caleb, qué ocurre?

 

—¿Quién eres tú? —la pregunta había llegado como un balde de agua helada sobre su cabeza; sus ojos de Caleb viajaban por Asher y los demás con plena confusión.

 

—Caleb, cariño, soy yo. Asher, tu amiga... —trató de acercarse y el chico retrocedió de nuevo, pudo sentir su corazón subir a su garganta y correr fuera de su boca, el mundo parecía haberse detenido por completo, sentía que había perdido a su mejor amigo y todo era su culpa, ¿de quién sino? Pues no había otra manera por la que estaría en el Olimpo.

 

—No, no sé quién eres. Yo... —la miró a los ojos y ella pudo apreciar el pánico en ellos— No sé quién soy.

 

—¿Dónde está mi madre?

 

—¿Qué? —la diosa lo seguía apuntando con flecha y arco en manos; podían apreciar furia en sus ojos y que no tardaría en disparar si no recibía una certera.

 

—No pienso repetirlo, dime o te juro que tu cabeza formará parte de la decoración —Asher se colocó frente a Caleb, protegiendolo con su propio cuerpo, Ícaro imitó sus acciones y la cubrió a ella—. Saben que la flecha los atravesará a los 3, ¿verdad?

 

—Inténtalo —ordenó Asher, sacó el tridente de una de sus mangas e hizo que este volviera a su forma normal. Eros no retrocedió ni mucho menos temió por los movimientos de la chica pero había algo en sus ojos azules que la obligó a bajar el arco; cuándo el tridente fue tomado por sus manos, sus ojos cambiaron su color natural, eran como un par de galaxias, y el tridente brillaba como una constelación de estrellas plateadas.


 


—El chico no tiene memorias, ni recuerdos —se acercó y lo miró acongojado bajo la protección de Asher—. Y no fue por mero accidente, alguien las borró.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Eros, colgando el arco en su cadera.

—Mira las marcas en su cuello —la diosa prestó atención y pudo verlas, eran más bien sellos, alguien no permitía que el chico recordara algo y ellos averiguarian quién y el porqué.


 


Un par de horas antes, templo de Afrodita.

—Quiero que cambien toda esta parte, más lila y menos rosa —las chicas asintieron en silencio y tras la orden de la diosa se retiraron a acatar sus deseos.

Tras de ella, Hades avanzaba por el jardín, tranquilo, apreciando la ostentosa decoración que la diosa se había esmerado en adquirir.

—Afrodita, querida —tomó una de las tantas flores del jardín, esta se secó al instante. La diosa reconoció la voz de Hades al instante y se giró sobre sus talones a mirarle, sonrió y una mueca coqueta se plantó en su rostro.


 


—Hades, es una grata y bastante extraña sorpresa verte en mi templo —dejó sus labores y ordenó a su servidumbre abandonar por completo el lugar con un movimiento.

—Es realmente bello, estar aquí arriba, disfrutar del hermoso día que nos ofrece Zeus hoy, ¿no? —se acercó a ella y dejó la flor descansar detrás de su oreja. Afrodita trató de alejarse de su tacto, puesto que no era normal tratar con Hades en tal humor, pero el dios parecía rodearla con sus pasos— No es bueno que estés sin tu esposo aquí, ¿no crees?

—¿Hefesto?, por favor, ¿desde cuándo procuras tanto a tu sobrino?

—Desde que mi propia sangre comienza a serme un problema —esta vez, la diosa frunció el ceño y guardo su distancia.

—¿Cómo está Persefone? Debe ser difícil estar tanto tiempo separada de su madre —se acercó a él árbol más cercano y trató de tomar una rama recién cortada.

—Bien, después de todo, adora estar en el inframundo —Hades pudo ver las intenciones de Afrodita, chasqueo su lengua en repetidas ocasiones y la miró con decepción—. No he venido a pelear, querida, sólo quiero hacer un trato contigo.

—Lo que sea que necesites, Hades, no veo la necesidad de la amenaza psicológica.

—Por supuesto que no, pero, ¿qué es de la vida sin un poco de diversión? —Afrodita casi logró atragantarse. Aquella era una frase constante de su hija, y no quería imaginar cómo es que Hades ahora la conocía, tanto Afrodita como Eros evitaban relacionarse en lo absoluto con Zeus, Hades y Poseidón.

—No sé qué estés planeando ahora, Hades, pero no planeo unirme a ustedes. No en un plan de muerte segura.

—Entonces, supongo que tu hija  extrañará tu presencia —una fina corona, en detalles antiguos, descansaba en sus dedos; la alzó a la altura suficiente y la colocó sobre su cabeza, desapareciendo al instante.

Afrodita corrió al interior de su templo, tropezando con su servidumbre y decoraciones en su paso; una vez en su habitación, cerró con astucia sus puertas y busco en el enorme armario un pequeño recipiente. Cuando lo encontró, miró el contenido con asco, era de un color verde desagradable pero no tenía tiempo de pensar en sus refinados gustos. La puerta fue abruptamente abierta, pero no se encontró con Hades, era un muchacho mortal; lastimado a propósito, se dejó caer sobre el suelo y ropas regadas, inconsciente.

A pesar de su invisibilidad, podía escuchar el suave movimiento en sus pasos. La diosa se apresuró a destapar el contenido del frasco, y mirar una última vez a la nada, tratando de encontrar a Hades.

—No vas a ganar, Hades, ni tú, ni con quien sea que estés trabajando —sonrió triunfante y el rostro de su hija vino a su mente, cambiando el triunfo por pura tristeza—. Ellos me van a encontrar, y habremos ganado ésta batalla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.