El Océano En Tus Ojos.

XVI

El destino suele ser cruel, ambicioso y testarudo. Nos lleva a lugares, personas, situaciones inesperadas; te arrastra a sus decisiones, te obliga a actuar y aceptar lo que él quiere.

 

Las olas se movían con gracia, la brisa le tocaba las mejillas y el sol le acariciaba la piel; el templo de Poseidón estaba hundido en el agua pero a sus orillas había una playa, era como si estuviesen expuestos a la vista de cualquiera.

 

Tras las revelaciones de su pasado, Asher había pedido un poco de privacidad a su padre y al muchacho que la acompañaba; las memorias habían llegado a ella con plena lentitud, pero recordaba lo suficiente, sin embargo, el día de su caída estaba borroso. No había un culpable claro, habían pasado tantos años que aceptaba que sería difícil recuperar aquellos momentos.

 

—¿Puedo sentarme? —El sol le acariciaba sólo un lado de la cara, la luz pasaba por ambos ojos, dándoles un brillo dorado.

 

—Claro —Ícaro no demoró mucho para estar a su lado, acercó sus rodillas a su pecho, imitando la acciones de Asher.

 

Ahora no sabía si debía referirse a ella por eso nombre todavía, ¿o debía llamarla Adara? El nombre parecía no pertenecerle a pesar de hacerlo.

 

—Di algo, Ícaro —había evitado mirarla pero no sé contuvo de hacerlo esta vez, en sus ojos había lágrimas, por sus mejillas ya resbalaban algunas, pero su rostro estaba sin emoción alguna.

 

—¿Qué quieres que te diga, Ash...? Ni siquiera sé si aún puedo llamarte así. Pero escucha —se giró sobre la arena y la miró de frente—, no importa si eres una diosa, una humana mortal, un delfín, si tu nombre es Asher, Adara o Petunia, siempre serás la misma mocosa testaruda y rebelde que secuestre en la playa.

 

—Eso sonó muy mal... y Petunia es un nombre horrible —rió sin gracia.

 

—No me importa, Asher. Incluso si el mismo Poseidón, tu padre, se interpone y me envía de regreso con mi padre, yo estoy y seguiré enamorado de tí —la miró enternecido, estiró una de sus manos y limpió un par de lágrimas—. Pero también, quiero que seas feliz, y castigar a quién sea que te envío lejos de aquí, sé que te dará cierta paz, a tí y a tu padre —se estiró hacia enfrente y tomó entre sus brazos a la chica—. Todo estará bien, te lo prometo.

 

—Gracias, Ícaro —respiró hondo y cerró sus ojos, con los rizos de Asher picandole el rostro.

 

La temida conversación con Poseidón había llegado algunas horas atrás. No podía decirle a Asher que regresaría con su padre al anochecer, no ahora que tenía tantas cosas encima y realmente lo necesitaba con ella. Pero hallaría el modo de decírselo.

 

Después del banquete que ofrecería Poseidón, para entonces, esperaba que ella hubiera recuperado todas sus memorias para entonces... O no tenía idea de qué haría entonces.


 


 

Poseidón alzó su tridente y golpeó el suelo dos veces. Los dioses comenzaron a aparecer en cada asiento de la enorme mesa, confundidos y asustados de haber aparecido así en el templo de Poseidón, sin embargo, cuando intentaron ponerse de pie, algo los mantuvo fijos al asiento.
 


Hermes, Eros y Ares faltaban en la mesa, también Deméter, pero el señor se los mares sabía que aparecerían tarde o temprano.

—Hermanos, dioses olímpicos, mi familia —en su voz había un tono venenoso, que ni el propio Zeus podía ignorar.

—Será mejor que expliques qué está pasando.

—Tranquilo, Zeus, que esto apenas comienza —se acercó al asiento de Atenea, la diosa tragó duro y Poseidón no pudo ignorar la manera en que sus hombros temblaban. Las puertas del gran salón se abrieron para recibir a los dioses faltantes; estaban exhaustos, respiraban con dificultad y buscaban con la mirada a Asher e Ícaro.

—¿Dónde están? —preguntó Hermes, se encontraba furioso, pero la presencia de todos los dioses le hizo sentir un escalofrío recorrer su espina dorsal con temor. Poseidón movió con suavidad el tridente y los cuatro dioses fueron puestos en una silla para cada uno, se quedaron inmóviles y sin posibilidad de hacer algo más.

—Hace muchos años —comenzó con una gran sonrisa Poseidón—, cuando desposé a Anfitrite, ella resultó embarazada al poco tiempo. De éste embarazo, resultó en un par de mellizas, sus nombres eran Rodos y Adara —la confusión en el rostro de los dioses era notorio, menos en uno—. Todos conocen a mi hija Rodos, pero ¿qué pasó con Adara entonces?, se preguntaran todos ustedes.

—¿A qué planeas llegar con esto? —cuestionó Afrodita.

—Poseidón, si esto es sólo una trampa... —amenazó Hefesto.

—No, nada de eso. Esto se trata de una revelación —movió sus manos con exageración—. Adara, diosa de la marea y la fuerza del océano, mi hija; prometida en mano a Ares, dios de la guerra, cometió un pequeño error.

—¡Cierra la maldita boca, Poseidón!

—¿¡Es que acaso temes a algo!? —El nivel de voz había logrado asustar a los dioses, sin importar que no estuvieran haciendo ningún movimiento violento— ¡Mi hija, mi heredera, fue arrojada del Olimpo por rechazar a un dios, el padre de todo, el señor de los cielos! ¡Zeus condenó a mi hija a vivir entre mortales por haberlo rechazado y haberse resistido en alguno de sus atroces actos!

—No puede ser... —susurraron los dioses, sin poder creer lo que escuchaban.

—¡Eso es una falacia, una vil mentira!

—No podemos tener una opinión, tú hija ni siquiera está presente, y creo que sí esto fuera cierto nosotros tendríamos memoria de ello —Hera trató de defender a su marido, pero Poseidón tenía todo planeado y listo por si algo así pasaba.

—Bien, porque tengo una pequeña sorpresa para mi querido hermano —detrás de él, señaló la puerta que daba al interior del templo, por esta salió Asher, usaba un vestido color azul marino y halajas color oro. Sus ojos brillaban más que nunca y en su mano derecha sostenía el tridente con fuerza, del lado contrario, Ícaro la seguía a un paso de distancia, detrás de ella.




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