El Océano En Tus Ojos.

XVII

—¿Qué?, ¿de qué estás hablando? —cuestionó Asher, intrigada ante las palabras de Zeus. Ícaro se acercó a la mesa para escuchar con atención lo que sea que dijera el dios.

 

—Tu padre no te ha dicho toda la historia entonces. Y hay más cosas que seguro se negará a a decirte. 

—¿Qué me estás ocultando? —Asher miró a Poseidón, estaba sereno y no parecía tener intenciones de hablar del tema— ¡Respondeme!
 


 

—Yo puedo recordarlo... —su mirada de Ícaro estaba perdida en algún punto del suelo, tenía el ceño fruncido y había lágrimas amenazantes en sus ojos que podrían salir en cualquier momento— Puedo hacerlo, Asher... 
 


 

—Adelante, Poseidón, demuestra que no sólo yo soy el culpable —exclamó Zeus, irritado, pero nadie prestaba la suficiente atención al Dios, pues toda su atención de los olímpicos estaba en la extraña postura que había tomado Poseidón desde aquel comentario de su hermano mayor.
 


 

—¿Qué fue lo que hiciste? —preguntó Asher dolida, con cada intento de recuperar ese recuerdo fracasaba, estaba bloqueado de su mente, no podía y eso la hacía sentir impotente.
 


 

—No podías simplemente aceptar mi amabilidad y ser una buena niña, ¿verdad? —Poseidón negó con un movimiento suave de cabeza, su tridente comenzó a brillar con intensidad y un portal se abrió a un costado de Ícaro— Nuestro trato ha concluido, ya no te necesito. Bienvenido devuelta a tu época, Ícaro —Asher vio la escena pasar en cámara lenta; Poseidón había empujado con su mismo tridente a Ícaro por el portal, se notaba que el otro lado no estaba situado en tierra firme, el muchacho había caído en medio del océano una vez más, y cuando Asher trató de acercarse, Poseidón la había detenido en su lugar.
 


 

—¡No! —gritó con desesperación— ¡Por favor, por favor, hazlo regresar!
 


 

—Verás, querida, las cosas están por cambiar por aquí —a su lado, Hades apareció como una estela de humo espeso y oscuro, en sus manos se encontraba el rayo de Zeus—. Mi hermano, Zeus, ha quebrantado el tratado de Creta, quedando destituido al instante de sus cargos; debido a que su falta no fue trascendental en el futuro olímpico de Adara, se le condenará a vivir en el Tártaro con nuestro padre por toda la eternidad y no a una muerte en manos de sus propios hermanos.
 


 

—¿Quién tomará su lugar entonces? —preguntó Hera, Poseidón tomó el rayo en sus manos y, de alguna manera inexplicable para Asher, lo unió a su tridente.
 


 

—¿Qué no es obvio? —en sus labios se formó una sonrisa siniestra, el resto de dioses se encogieron en su lugar, temiendo por el futuro del Olimpo— Hades y yo compartiremos el mandato del cargo que ha dejado Zeus, podrá venir a disfrutar del Olimpo las veces que guste y desee, sin importar lo que todos ustedes piensen o deseen. Al igual que los habitantes del inframundo.
 


 

—¡Esto es una locura! —gritó Zeus aún sin poder mover un músculo— ¡Ni siquiera sabes las consecuencias que esto traerá al orden que hemos llevado en el mundo desde hace años!
 


 

—Lo descubriremos juntos, hermano mío, pero primero deberíamos presentarte a tu nuevo hogar —Asher trató de aprovechar la oportunidad de una distracción para huir del lugar, pero antes de siquiera llegar a la puerta, un nuevo portal se abrió. Entró por él y terminó dentro de su habitación en el templo—. Sé buena, quedate ahí —el portal se cerró tras las palabras de Poseidón y cuando trató de salir por las puertas, descubrió que estaban estancadas. Buscó su tridente por todos lados, se había quedado en el salón. 
 


 

No pudo hacer nada más que echarse a llorar, de impotencia, la rabia crecía en su ser a medida que pasaban los minutos. Puso de cabeza la habitación, había deshecho desde el más fino adorno de corales hasta la suave cama. Era inútil, ésta vez no podía hacer realmente nada, ni siquiera para traer a Ícaro de regreso y eso era lo que más le molestaba.
 


 


 


 

Los dioses comenzaron a marcharse una vez que Poseidón desapareció por uno de sus portales rumbo al Tártaro. Todos, excepto Hermes y Ares.
 


 

Eros había huido con su madre por orden de ella, Afrodita había notado las intenciones de su hija cuando Hermes le dio una mirada desesperada.
 


 

El dios no dejó escapar la oportunidad y cuando Poseidón se descuido lo suficiente, redujo el tamaño del tridente de Asher al tamaño de un tenedor y lo tomó con cuidado, escondiendolo de ojos ajenos. 
 


 

Una vez que estuvieron, completamente solos, Hermes comenzó a cuestionar al dios de la guerra mientras trataban de adentrarse en el templo de Poseidón para encontrar a Asher en alguna de las múltiples habitaciones y pasillos.
 


 

—¿Y bien?
 


 

—Ahora que recuerdo todo, sé qué pasó realmente, y ella debería saberlo.
 


 

—¿Cómo es que estás enterado? Ni siquiera yo lo sé.
 


 

—Quizás nunca me amó pero Apolo y yo éramos sus amigos, lo que graba limar asperezas entre nosotros con solo su presencia y... —Ares trató duro y rodó los ojos con molestia— Me enamoré de ella. Lo mínimo que pudiera hacer por Adara es devolverle su historia. 
 


 

—No entiendo, pero te apoyo —esperó detrás de un pilar enorme y mantuvo a Ares detrás de él todo el tiempo. A lo lejos, distinguieron a Anfitrite, tranquila, ambos dioses dieron por hecho que no tenía idea de lo que estaba pasando con su esposo y en su templo— ¿Crees que deberíamos decirle?, ¿Ares? —miró tras de él sin encontrar al dios en ninguna parte, su atención regresó a la ninfa, que ya no se encontraba sola, Ares estaba con ella y su sorpresa no se podía ocultar. 
 


—Qué grata sorpresa —saludó con fingida felicidad en su voz y esperó a que Ares respondiera pero al ver a Hermes detrás de él, no ocultó más su extrañeza ante la situación— ¿Qué está pasando?




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