El Océano En Tus Ojos.

XX (Maratón 3/3)

El trío de dioses había puesto a salvo a Anfitrite de las garras de Poseidón, lejos, en un lugar donde nunca la encontraría. Emprendieron su viaje, de regreso al inicio del sendero, donde todo había comenzado. El Olimpo parecía sumido en tristeza, las tenues y cálidas luces que iluminaban el sendero ahora estaban extintas, la hermosa vegetación estaba seca y la estructura de los templos parecía deteriorarse con cada paso que daban.

 

—Qué lúgubre.

 

—Deja de aludir a lo obvio, por favor.

 

—A diferencia tuya, Ares, yo conservo mi sentido del humor a pesar de la tragedia.

 

—Ésta vez lo apoyo, Hermes, cierra la boca —abrió la boca indignado, pero la cerró tan pronto como hizo lo anterior, una niebla espesa ahora cubría su visión—¿Qué está pasando? —se acercaron el uno al otro, cubriendo sus espaldas. Asher tomó su tridente en mano y éste volvió a su forma, avanzaron cautelosos en dirección al templo de Hestia y trataron de cruzar el jardín principal tan rápido como sus piernas se lo permitían.

 

—Está abierto, ¡andando! —Ares corrió en dirección a la entrada y Asher lo siguió con Hermes tras sus pasos.

 

—¡Ares! —lo llamó, sin embargo, no se detuvo hasta estar dentro del templo. Cruzó, tratando de adaptarse al cambio de luz; estaba oscuro, el resplandor de afuera era lo único que iluminaba el interior— Esto parece la mansión de Luigi.

 

—Deja de decir cosas extrañas, Adara, esto es serio —al fondo del templo, ruidos anormales hacían eco en las paredes. Voces femeninas, intrigantes y seductoras, atraían a los visitantes a buscar su presencia. Sin embargo, había algo extraño en el ambiente, y no era la neblina colandose por debajo de la puerta; Ares y Hermes dieron un paso firme al frente, ella los detuvo antes de que siguieran andando.

 

—No podemos ir como si nada, ni siquiera sabemos quién o qué está ahí.

 

—Debe ser Hestia.

 

—No puedes estar hablando en serio, ¿Hestia pondría de cabeza su propio templo? —señaló con un movimiento de cabeza el desastre que había en medio del salón.

 

—Quizás entró en crisis, no lo sé, pero si ella conspira aún con Poseidón, debemos detenerla, o podría ocurrir algo peor.

 

—Ésto no tiene sentido, ¿es que acaso no lo ves? —ignoró sus palabras y se adentró al lugar de donde provenían las voces, Hermes y Asher lo siguieron con lentitud, esperando a que pronto descubriera lo que era y se largaran de ahí.

 

El silencio, el eco en sus pisadas, el taladrar de su corazón, ahora le causaban una sincera ansiedad; alzó el tridente, buscando protección, Ares paró en seco y decidió enfrentarse de frente a lo que fuera.

 

Eran chicas, pálidas, de labios color carmín y el cabello en colores exóticos, algunas tan negro como la misma noche. Reían, bebían, conversaban entre ellas en los aposentos de Hestia como si fueran invitadas de honor.

 

—Señoritas —Ares se quitó su casco y las reverenció con respeto. Posaron sus ojos en él y de inmediato se acercó a donde estaba el grupo de mujeres, siendo bien recibido entre caricias y dulces palabras.

 

—¿Ares, qué estás... —Hermes imitó sus actos y se dejó caer en los brazos de las mujeres, que pronto lo llenaron de mimos. Sonreían, como un par de idiotas, ante las caricias que les ofrecían— Hermes, debemos encontrar a Hestia.

 

—No, no, Adara, ella está aquí. Nada más importa —vio como Hermes tomaba en sus brazos a una de las mujeres, acariciaba su cabello y la miraba con amor. Retrocedió un paso, comprendió todo, no eran mujeres, tampoco ninfas, la idea le aterró y pensó en huir de inmediato pero chocó contra algo que la hizo caer de rodillas sobre la fina alfombra color escarlata. Detrás de ella, una mujer, con los mismos rasgos que las que tenían atrapados a sus acompañantes, con el cabello color rojo, la miraba con odio.

 

—Hola, Adara —sonrió, mostrando sus aperlados dientes—. Los años te han sentado bien, querida.

 

—¿Quién eres? —trató de tomar su tridente, pero otra mujer lo pateó lejos.

 

—No queremos lastimarte, pero tu padre ha ordenado que nos ocupemos de tí antes de que Selene haga llegar la luna a su punto máximo —retrocedió como pudo, pues ellas avanzaban conforme Asher lo hacía.


 


—¿Oh, querida, acaso realmente necesitas de tus caballeros que te salven? —se agachó a su altura y tomó su cabello entre sus dedos— ¿Dónde quedó la hija que Poseidón tanto presumía? —aún tomándola del cabello, la hizo ponerse de pie.

—Quiero ser la primera que la pruebe —sus preciosos rostros se transformaron en el de un horrible monstruo, sus dientes se afilaron a un tamaño gigantesco y se aproximaron a su garganta.

—¿A qué sabrá la sangre de un dios?


 


Asher trató de zafarse, pateó a la pelirroja y ésta ni siquiera tambaleó. Pensó, y pensó, en los segundos que tenía para hacerlo, pues podía sentir la respiración de la mujer chocarle en la piel. Busco algo en sus memorias, algo que le diera incidió de que su padre no sólo había dicho palabrerías.

Su mirada viajo a la ventana que daba hacia el jardín trasero, y ahí vio a Hestia, congelada; señalaba hacia el frente de ella, pero su dedo no parecía estar apuntado sólo a eso. Miró con claridad y vio la fuente, corría agua por ella, pero estaba algo lejano, así que amplio sus posibilidades y encontró un jarrón, bastante grande, de flores. Estiró su mano en dirección al contenedor y una tira de agua comenzó a salir de él.

—Tranquila, esto no dolerá mucho —el agua alcanzó a la azabache y se enredó en su cuello, Asher movió sus dedos para apartarla de ella y aprovechar la distancia para tomar su tridente.

—Sólo una cosa, yo no necesitó un hombre que me salve —apuntó en dirección a la pelirroja y una esfera de luz se cargó en la punta—. Puedo hacerlo yo misma —un rayo de luz atravesó su cuerpo, cenizas cayeron al suelo, sustituyendo la figura de la hermosa mujer. El agua que ahorcaba a la azabache se tenso y cortó su cabeza de inmediato.




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