Un campamento provisional se había establecido dentro del pantano y los guardias disfrutaban su cena al lado de la fogata, esperando a que su comida se cocinara, mientras que otros estaban siendo atendidos en la carpa de la enfermería por el intenso dolor que les provocaban los cortes y moretones que habían obtenido hace unas horas. La mayoría estaban repletos de enredaderas que no habían visto cuando perseguían a los fugitivos.
Mientras tanto, el capitán de la guardia real estaba dentro de su carpa observando con una mirada fría el mapa del reino, tratando de averiguar la ruta que tomaron los fugitivos. Su asistente entró en la carpa con su casco bajo su brazo y antes de hablar dio un saludo firme.
—¿Cuántas bajas...?
—diecinueve heridos —repuso apenado—... un muerto.
—El informe de los rastreadores...
—No escaparon bajo el suelo señor. No encontraron ninguna señal de excavación o minería. Tal parece que sí construyeron los botes en la mesa de trabajo que encontramos en la playa.
—Bien Antony. Prepara a los guardias para una expedición marítima y solicita a la base dos barcos pequeños y rápidos, hay que zarpar de inmediato.
El guardia vaciló al escuchar la orden y quedó inmóvil por un momento.
El Sargento primero se veía algo irritado al principio, pero en seguida se rio un poco antes de levantarse y recargarse en la mesa.
—Había olvidado que acabas de ascender a sargento. Entiendo que no comprendas por qué te pido esto Antony, no te preocupes... Acércate.
Titubeando un poco, el sargento raso se acercó a la mesa junto con su superior y este le indicó el punto en donde había sido encontrada la mesa de trabajo.
—¿Cómo encuentras una aguja en un pajar? —. El sargento raso permaneció incómodamente en silencio—. Tal vez solo sepamos que los fugitivos escaparon por aquí —continuó—, recorriendo la costa, pero piense en esto: La costa es un lugar muy transitado; muchos guardias pasan por aquí a menudo, y aunque lograran escabullirse, si siguen viajando tierra adentro, solo se toparan con la capital, la cual está rodeada de guardias reales.
»Aquí está el desierto. Una persona tan inteligente como Charlie Hawk debería saber perfectamente que moriría de deshidratación antes de llegar al primer pueblo si va allí. También no hay por qué mencionar las islas que todavía no han sido limpiadas de monstruos. Así que su mejor opción sería esta —dijo al mismo tiempo que tocaba un pequeño pueblo en el mapa con la punta de su daga.
—¿Tarem?
—Es un poco frío... pero creo que es lo de menos para nuestro él en este momento. Con suerte encontrará un buena posada para pasar la noche. En conclusión: Este es el pajar.
—No sé como no lo pensé antes...
—No te preocupes hijo, solo es experiencia —dijo con una amigable sonrisa antes de levantarse y dirigirse a la salida-. No lo olvides, el mundo no es lo mismo que la academia.
—Sí señor —le agradeció con un saludo firme, pero luego se percató de que había quedado una duda en su mente—. Discúlpeme sargento primero, ¿Podría hacerle una pregunta? —dijo solemne.
—Adelante.
—¿Cómo se encuentra una aguja en un pajar?
—Con un imán —repuso antes de salir.
Los efectos de la visión nocturna habían acabado hace un par de horas, pero Charlie todavía podía guiarse por las estrellas y el mapa que siempre traía con él. Checó su reloj y vio que marcaba un poco más de la media noche. Y luego de remar por 3 horas, los botes finalmente tocaron la arena de una pequeña isla solitaria que tenía únicamente tres palmeras. El resto de la isla no era nada más que arena y unas cuantas tortugas cuidando sus huevos.
Charlie bajó del bote y lo ató a una estaca profundamente enterrada en la arena, y cuando el bote de Aurora finalmente se atascó en la orilla de la isla, apeó dejándose caer en la arena húmeda, para luego arrastrarse con las pocas fuerzas que le quedaban hacia el centro de la isla, donde la arena estaba más seca, y finalmente, se puso de espaldas al suelo y exhaló un agonizante gemido.
—Jamás... Charlie... Jamás me vuelvas a pedir hacer esto.
—Tendré que hacerlo cuando nos vayamos de esta isla —le respondió mientras terminaba de asegurar su bote.
—Tú no tienes compasión —replicó poniéndose su sombrero puntiagudo en el rostro—. No tienes idea de cuantas arcadas he tenido.
Clara bajó del bote con cuidado y se acercó rápidamente a Aurora.
—¿Estás bien?
—Estoy bien. Déjame en paz.
Un poco triste, Clara se sentó cerca de Charlie para ver lo que hacía. Él la veía de reojo una que otra vez. Todavía recordaba como ella había dejado al guardia en el suelo con una flecha entre los ojos. Comenzó a dudar si esa aparente inocencia era genuina. Se veía tan indefensa a primera vista.