El Olor de la Muerte (libro I. Saga Cazadores)

CAPÍTULO 1. COMIENZA LA AVENTURA (PARTE VI)

Había tenido todo el trayecto hasta aquel pueblecito para memorizar toda una serie de prácticas y maestros del ilusionismo, para que, realmente, pareciese que controlaba del tema. Que era un auténtico y legítimo discípulo de los grandes ilusionistas humanos, de personajes como Beni Hassan, o Harry Houdini.  

No era difícil para mi memoria recordarlo todo. Al fin y al cabo, una vez uno ha logrado memorizar el Sagrado libro de la Magia Blanca de Abramelim el Mago, el resto parece una broma de mal gusto para su capacidad de retención.

Me despedí de Nahk y, en cosa de una hora de cagarme en el transporte público local, me encontré frente a aquella pequeña casa. En lo alto de una de las 4 colinas sobre las que se extendía el pueblo. Era una de las casas más apartadas de la urbanización, en las últimas manzanas construidas, y desde ella, seguro, que se divisaría el perímetro cercano de la costa.

Hasta aquella mañana nunca había visto el mar.

Reíd lo que queráis, pero el Océano de los Monstruos queda demasiado lejos, detrás del desierto de las Arenas que limita con el Salvaje Norte, y nadie salvo las tribus de nómadas que viven en el desierto ha llegado hasta allí.

Nunca me he molestado en salir de Áyax, salvo para acudir al mundo humano a las luchas a las que se me llamaba con asiduidad, casi todas las noches. También era la primera vez que veía el mundo humano a la luz del sol. Hasta ese instante, todos los recuerdos que yo tuviera de la humanidad eran oscuros.

Se me había dado un plano de la casa, y sabía que unas escaleras comunicaban ambos pisos. Mi oído me permitió advertir que había gente en el salón, es decir, en la planta baja. Seguramente todos estarían allí, charlando. Habían llegado hacía horas. Yo, por el contrario, me había hecho de rogar.

Me había propuesto aparecerme por arte de magia dentro de aquella casa y darles el susto de su vida. Bueno, vale, quizás no sea susto la palabra, simplemente demostrarles de qué es capaz un ilusionista. Todo lo que me verían hacer después serían estúpidos trucos de cartas, conejos, palomas, transformismo, deshacerme de nudos, o levitar. No eran cosas que supusiesen un gran esfuerzo por mi parte. Por lo menos quería divertirme un poco el primer día. Tenían que tenerme algo de respeto. Si de primeras llegaba alguien allí haciendo sandeces con sombreros y conejitos, ninguno le tomaría por genio. Todo lo que vieran de mí, especialmente al principio, debía ser impresionante, y ayudar a que sus cabezas se replanteasen aquello de si realmente existe la magia. Hasta que estuvieran preparados para conocer la respuesta afirmativa a esa pregunta.

Bien.

Era el momento.

El tan temido momento de descubrir aquellos nuevos rostros, y comenzar mi farsa.

La farsa de mi existencia humana.

Formulé mentalmente el conjuro pertinente y me desaparecí, apareciendo en medio de las escaleras de aquella elegante casa. Era tan diferente a lo que yo llamaba hogar que supe desde el primer momento que tendría que reinventar el significado de aquella palabra. Al fin y al cabo, lo que yo había llamado hogar durante 16 años, ya no sería mi casa nunca más. Nunca me bajaría de aquel tren.

Tenía que ser valiente. Y así lo hice. Me dispuse a bajar las escaleras, con total normalidad, hacia las voces, y me adentré en aquel salón cuya pared principal daba a un porche de madera y un gran jardín, a lo lejos, la eternidad del pacífico.

― ¡Hola a todos! ―saludé con efusividad―. Me llamo Elías Dakks, y, como todo mago, no llego tarde, ni pronto, sino exactamente en el momento en que me lo propongo, ¿Me he perdido algo interesante por el camino?

¿Sorprendidos?

No lo dudéis, también conozco El Señor de los Anillos.

Conozco más cosas de vosotros de las que vosotros sabréis nunca de mí, aunque todavía no lo sepáis.

Para el siguiente instante encontré cuatro caras giradas ahogando un grito de sobresalto.

Tal como predije ninguna esperaba encontrarme y, por supuesto, no podían haberme escuchado entrar... porque utilizar las puertas seguía sin ser mi costumbre.

—¡Me cago en la cuna que te arrolló! —chilló uno de mis compañeros, casi precipitándose al suelo desde el sofá en el que estaba sentado a horcajadas

—¡Me cago en la cuna que te arrolló! —chilló uno de mis compañeros, casi precipitándose al suelo desde el sofá en el que estaba sentado a horcajadas.

Otro abrió mucho los ojos y estalló en carcajadas, aplaudiendo efusivamente, ese debía ser Luca, no me quedó duda.

La chica que identifiqué como Miriam, escondida detrás de sus gafas de pasta dejó caer el bol de palomitas que sostenía.

Pero mis ojos solo se detuvieron en ella.

El miedo hizo presa de mí acto seguido, y no pude seguir sosteniendo aquella mirada que me habría dejado clavado en el sitio. Aquella y un millón de veces.



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En el texto hay: novelajuvenil, el primer amor, secretosymisterio

Editado: 28.07.2019

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