En última instancia, y cuando solo se escuchaba un murmullo de fondo, la directora se dispuso a tratarnos de nuevo como a presidarios. Y junto a su moño, que desafiaba alegremente la ley de la gravedad por medio de una cantidad ingente de laca, y en el que no se podrían criar ni piojos porque morirían asfixiados por inhalación de efluvios tóxicos, fue la encargada de pasar lista por grupos y enunciar los tutores.
Descubrimos, por fin, que nuestro tutor se llamaba Assen ―imagino que de apellido, porque sigo sin saber su nombre―, y era profesor de ética. Tendría unos cuarenta años y barba de un par de días. Vestía vaqueros y camiseta, y lo acompañaba siempre su maletín de tela en el que llevaba las cosas.
Había olvidado que tendría que enfrentarme a asignaturas humanas, que en nada se parecían a las incluidas en mi plan de estudios, y que ni siquiera en el caso de parecerse el avance científico era equitativo. Mal que os pese, no siempre investigamos sobre cosas distintas, y nosotros lo hacemos mejor.
Ética era una de las asignaturas que más me interesaba, por eso de conocer de primera mano el pensamiento humano y el devenir de vuestra historia hacia el mismo, así que, por un instante, pensé que estaba de suerte.
Nos condujo, subiendo una cantidad ingente de escaleras agrupadas en unos cuantos rellanos, al aula 113, que se hallaba al final del pasillo derecho del tercer piso.
Era muy vieja, había espacio justo para 20 personas, y el profesor tenía una silla de estudiante en lugar de un sillón. Lo único que tenía de lujoso aquella estancia era el proyector.
Así es, ese era el único y mísero artefacto de valor con el que contaba, un proyector instalado el año anterior gracias a una subvención de la que todos los profesores hablaban sin parar, quejándose de un lado a otro; "porque no había llegado para comprar suficiente material para ninguna asignatura que lo requiriera, y tampoco había servido para reparar la calefacción" ―como ya tendríamos tiempo de comprobar no mucho más adelante―.
Aunque en realidad a mí que no hubiese calefacción me traía sin cuidado, desde el "pequeño y secreto incidente" por el que mi segunda alma animal, un hurgok de fuego, se vio liberada a comienzos de ese mismo verano, no había vuelto a sentir frío.
Por si alguien se pregunta que cómo hacemos eso los cazadores, tengo una respuesta simple preparada, y podréis deducirla de aquellas palabras de Arnold que todavía viven en mis pesadillas: no lo hacemos. Nadie lo hace. Yo mismo ignoraba que alguien fuese capaz de liberar su espíritu animal. Las leyendas dicen que Nasser, el primer cazador, a quien ya tendremos tiempo de nombrar, consiguió hacerlo. Yo creía que todo eso eran historias aterradoras que se contaban en las noches de luna a la lumbre de los fuegos fatuos... quizás me había equivocado. No obstante, y ante la advertencia que aquel viejo amigo de mis padres me había hecho, y no dejaba de aparecerse en mis pesadillas, decidí que lo más prudente sería mantener en secreto aquella situación, que, para mi fortuna, no había podido volver a repetir ―pese a intentarlo alguna que otra vez―.
Traté de no seguir enfrascado en aquel hilo de pensamiento. Y me centré en lo que sucedía a mi alrededor.
Nuestro tutor había comenzado su presentación oficial de un modo «absolutamente triunfal».
―Em... si... mierda, ...bien... esto... de acuerdo ―balbuceó mientras revolvía una enorme pila de papeles dispuestos en orden aleatorio, y hojeando un manual "del buen profesor", (o digo yo que sería eso, porque si no, no tengo absolutamente ni idea de qué cojones haría ese hombre con su vida en ese momento) en la parte de presentación. La verdad es que después de haber dado clase con él durante dos años, me imagino que no podía tratarse de otra cosa que de un libro de autoayuda― ...ahora se supone que me presento... ―continuó hablando para él mientras mi cara adoptaba por momentos mi pose de mala hostia-... vale...― miró de nuevo al libro, y yo comencé a cabrearme ante semejante incompetencia, está claro que con los humanos algo no funciona― ...ahora cada uno... se va a presentar, y... dirá algo de sí mismo... lo que quiera... Yo soy Assen, y odio ser vuestro puto profe... bien, ahora sigue... tú ―repuso señalando a una chica de la primera fila. Después se reclinó en la silla y, distraídamente, apoyó los pies sobre la mesa.
Si todas sus clases iban a ser así, que no me exigiera nada diferente a su comportamiento, era todo lo que podía pensar en aquel momento.
La chica se puso en pie.
―Me llamo Kayla, y voy a ser bailarina profesional.
―Bien por ti... a ver sigue tú ―señaló a Amy.
Imitó a la otra chica y se puso de pie.
―Soy Amy, y compongo música, aunque también aspiro a ser veterinaria o bióloga, o....
―Fascinante... ―señaló con pesadez― tú ―la cortó apuntando esta vez a un chico de la última fila.
―Soy James, y mi hermano se ha tirado a mi novia.
―Bien por ella. ―Aplaudió― Ese, el de la cuarta fila ―comentó refiriéndose, esta vez, a Luca.
―Mi nombre es Luca, y soy siciliano.