Me levanté en la oscuridad. Como cada mañana, una media hora antes del amanecer. Sigilosamente agarré el calendario que ocultaba bajo mi almohada, y taché el día número 62.
Apenas podía creerlo. Dos meses allí, y todavía no había sido descubierto. Teniendo en cuenta mis pésimas dotes de actor se trataba un logro que merece ser tenido en consideración.
Habían sido dos meses curiosos. Había descubierto muchas cosas sobre los humanos, y seguía avanzando mucho, muchísimo en mis entrenamientos.
Me había dado tiempo a averiguar cosas interesantes sobre mi entorno. Hacía cosa de un mes, explorando el pueblo, había dado con una curiosa tienda que parecía ser lo que los humanos denominaríais una herboristería, en una vieja casa de madera en el casco histórico del lugar.
La regentaba un anciano un tanto peculiar. Por supuesto, y rápidamente, asumí que no era una mera herboristería. Soy cazador. Distingo el olor de la magia.
Es común que algunos negocios tengan una doble vertiente comercial, a veces es la única manera que tenemos de sobrevivir. Vender a los nuestros y a los vuestros da el doble de clientes y el doble de dinero.
Aquel señor se llamaba Galius, y era un viejo mago que provenía del Bello Oeste, como llamamos en Aztlán a las costas de los mares cálidos y trasparentes, de arenas pálidas, y hermosas praderas. Dicen que aquellas aguas bañan las ciudades más maravillosas que existen en nuestra dimensión... aunque para mí nada puede igualar al Salvaje Norte, y siempre será así. Es lo que tiene sentir que perteneces a un sitio, que por lejos que estés, y hermosos sean los parajes que encuentres en tu viaje, nunca serán tu hogar.
Había logrado iniciar una suerte de relación fructífera para las transacciones comerciales con aquel hombre. Parecía de fiar, y sabía mucho de las materias que a mí más me flaqueaban, así que se constituía como una pequeña ayuda extra. Y, puesto que algo más de dinero nunca viene mal en la vida, me había comprometido a algún tipo de acuerdo laboral por el que ayudaba algunas horas a aquel anciano mago a encontrar ingredientes para sus filtros y remedios paramédicos, a cambio de un modesto sueldo y la posibilidad de ampliar mis conocimientos de magia y botánica, si es que sabía aprovechar las oportunidades.
El viejo mago tenía una biblioteca magnífica, digna de envidiar, podría aprender muchas cosas allí, y todo lo que pudiera saber de más siempre me sería útil.
Aunque, claro está, no iba a permitir que en los ministerios nadie supiese que yo recibía más clases de un individuo que les era ajeno y, por consiguiente, escapaba totalmente de su control. Podría ser peligroso para él, incluso para mí. Probablemente nunca iba a saber a quiénes se refería Arnold cuando insinuó que alguien intentaría matarme, pero tampoco era lo suficientemente gilipollas como para querer descubrirlo.
Una tarde había vuelto más que contento a casa pregonando que por fin tenía trabajo, y Alan había apremiado a los demás a que hicieran lo mismo, buscar algo unas pocas horas a la semana y que tendrían más dinero para hacer las cosas que les gustaran. En mi caso servía para poder quedarme yo algo de dinero sin dejar de mandarle a mi familia la partida que tenía prevista.
A todos les entusiasmó la idea, al fin y al cabo, el dinero comenzaba a escasear, y tampoco era plan de ir gorroneando a la gente, ni pidiendo a las familias, que ya habían puesto su granito de arena en todo el asunto. De modo que consideraron que era el momento idóneo para empezar a encontrar otras formas de conseguirlo ---que no incluyeran atracar un banco... cosa que a Luca le hubiera entusiasmado---.
Un mes después de aquello había habido bastante éxito en esta empresa.
Casi todos teníamos trabajo, y nuestros quehaceres variaban mucho. Desde Miriam, que ayudaba algunos días en la radio local a cambio de salario y buenas historias que contar; Amy, que hacía de ayudante en una clínica veterinaria ---como su familia había tenido una granja, entendía bastante de animales, y el veterinario local había quedado encantado con su periodo de prueba, ya que decía no haber tenido nunca un becario mejor---; Por su parte, Noko se las había arreglado para que Alan le contratase por unas horas en su tienda de surf, a cambio de unos diseños muy competitivos e innovadores con los que Noko aseguraba poder mejorar la suspensión y estabilidad de las tablas de surf que Alan fabricaba, y que, seguro, harían las delicias de la competencia ―Vamos, que Noko sabía bien como venderse―.
Por su parte Amy había recibido una oferta más, al margen de la clínica. Le había surgido la posibilidad de colaborar con una orquesta de bolos local, que solo tocaba rock, y le aseguraría, como a mí, poder mandar una cantidad íntegra de dinero a su familia y quedarse con otra. Oportunidad que aceptó, por supuesto.
Al principio estaba muy entusiasmada con la idea, pero no tardaría mucho en descubrir que allí más que tocar en serio no iba a hacer otra cosa que recabar una cantidad de anécdotas que ni todo el dinero del mundo habría podido pagar, y que incluirían una variedad acojonante, desde acabar tirada en la cuneta de alguna carretera, o en el muelle de un puerto con todo el equipo empapado, y adelanto, sin ser su culpa...